Mientras continúa la guerra en Ucrania, se profundizan sus consecuencias internacionales, tanto europeas como globales. En ese contexto se inscriben las pretensiones de ingreso de países históricamente neutrales como Finlandia y Suecia. Ambos países anunciaron que intentará unirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) “lo más rápido posible”. La palabra clave, en este caso, es “intentar”, ya que no está del todo claro que pueda ser posible el ingreso a la organización. Si bien, Finlandia no es técnicamente un “país escandinavo”, tanto Helsinki como Estocolmo son los dos únicos gobiernos de países nórdicos que aún no forman parte del Tratado. La cumbre donde esto será finalmente definido el ingreso de los nuevos miembros se llevará adelante en Madrid, el próximo 29 y 30 de junio. Para ello se necesita el apoyo de todos los miembros de la OTAN, y aún hay algunas reticencias.
En un contexto internacional diferente a los que se vivieron en el pasado, sin un solo hegemón pero, al mismo tiempo, con la ausencia de bloques estancos, como fueron los años de la Guerra Fría, un bloque como el de la OTAN cobra una renovada relevancia. Paradójicamente, al mismo tiempo se ponen en crisis los organismos multilaterales y la cooperación internacional. Pero, frente a Rusia, ¿la OTAN está tan abroquelada y unificada como parece?
Las pretensiones de ingreso de Finlandia y Suecia a la alianza militar se producen en un momento de extrema tensión y máxima incertidumbre respecto de lo que pueda llegar a suceder con la guerra en Ucrania y sus hasta ahora impredecibles consecuencias. La joven primera ministra finlandesa, Sanna Marin, y el presidente del país, Sauli Niinistö, se mostraron firmes en su decisión de avanzar en la incorporación a la OTAN. En el caso de Helsinki, para formalizar el pliego de ingreso, a estas alturas ya solo resta que el Parlamento y el resto de la coalición de gobierno lo apruebe. En el caso de Suecia, el gobierno aún no empezó los tramites formales de ingreso, pero se espera que lo haga en los próximos días. En ambos países, los sondeos de opinión siempre fueron mayoritariamente contrarios a su ingreso al organismo. Sin embargo, esto cambió drásticamente en las últimas semanas, cuando, tras la operación militar especial rusa en Ucrania, el temor a quedar desprotegidos frente al Kremlin se incrementó. Hoy, de acuerdo con todas las encuestas, la mayoría de los finlandeses y suecos quieren que sus gobiernos ingresen a sus países en la OTAN. En este sentido, el rechazo a la política exterior de Vladimir Putin ha primado por sobre la histórica neutralidad de ambos países.
No obstante, todavía quedan varios obstáculos para formalizar el ingreso, tanto de Helsinki como de Estocolmo. El bloque no se encuentra tan unificado como pudiera parecer a simple vista, especialmente con los principales “opositores” a la política común de la OTAN: Turquía y Hungría. Por un lado, el gobierno del húngaro Viktor Orbán es proclive a no ser tan duro respecto de las pretensiones rusas, e incluso se ha negado a endurecer sanciones contra Moscú, con quien hace tiempo tiene un vínculo estrecho, aunque se haya visto interrumpido tras la guerra de Ucrania. Por otro lado, Turquía tampoco apoya el ingreso ni de Finlandia ni de Suecia a la organización, ya que considera que tanto Helsinki como Estocolmo han otorgado asilo a miembros del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PPK), y a seguidores del predicador Fetullah Golen, todos considerados “terroristas” por Ankara.
Las relaciones de Turquía con el resto de sus socios de la OTAN tampoco han sido, precisamente, las ideales, previo al inicio de la guerra. El año pasado, Estados Unidos dejó afuera a los turcos del desarrollo de su bombardero más avanzado, el F-35, en represalia al gobierno de Recep Tayip Erdogan, que había adquirido baterías antiaéreas rusas S-400. Esto, quizás, puede ser parte de la negociación futura para intentar “convencer” a Erdogan que dé marcha atrás y acepte el ingreso de Finlandia y Suecia.
La OTAN viene de un período donde su funcionamiento, financiamiento, y razón de ser fue muy cuestionada. Donald Trump afirmó en múltiples ocasiones la necesidad de desfinanciar el organismo debido a que, según decía, la mayor parte del peso económico recaía sobre Washington y no sobre sus socios europeos. Con la llegada de Joe Biden y su decisión de volver a convertir a EEUU en “líder del mundo libre” y de ocupar nuevamente los espacios que su antecesor dejó vacantes, la organización adquirió nuevos bríos.
La OTAN se formó tras el final de la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo claro de contener al comunismo y apuntalar el nuevo orden internacional surgido tras Yalta, en 1945. Y este motivo se perdió tras el fin de la Guerra Fría. Entonces, pasó a “expandir las democracias liberales” en el resto del mundo, con resultados poco satisfactorios, siendo generosos.
Tras la guerra de Ucrania, nuevamente vuelve a ser una organización cuyo objetivo es frenar lo que considera “el expansionismo ruso”, aunque ya sin los ribetes ideológicos soviéticos.
La OTAN parece dispuesta a obviar lo dicho por George W. Bush a Mijael Gorbachov en 1991: “ni un centímetro más al Este”. El gran problema es que, si siguen así, le terminarán dando la razón a los rusos cuando dicen que ya dejará de ser una organización “del Atlántico Norte”.