Ya durante la campaña que lo terminó llevando al Palacio del Planalto, Lula da Silva había hablado, en distintas ocasiones, de lograr una moneda única para toda América Latina, con el objetivo de consolidar una integración regional similar a la alcanzada por la Unión Europea (UE).
La idea del brasileño tiene que ver con alcanzar una coordinación entre los países latinoamericanos, y, sobre todo, sudamericanos, a la hora de negociar con sus principales socios comerciales, es decir, Estados Unidos, China, y la UE.
Las reuniones entre los equipos económicos de Argentina y de Brasil, y los anuncios al respecto van en esa dirección, pero con matices.
Por un lado, no se trata de una “moneda única”, sino más bien de una “moneda común”, que en un principio funcionaría como un mecanismo de compensación de deuda en las áreas del comercio exterior, para no depender en demasía de las variaciones del dólar o los cimbronazos producidos por contracciones económicas en terceros países. En ese sentido, se trata de un paso más en la dirección de una integración regional concreta, no exento de desafíos en un mundo tan cambiante como impredecible.
Cabe decir que lograr una moneda común en una región tan heterogénea en materia económica y productiva es una tarea de ardua complejidad. Por poner el caso más conocido y cercano, en la UE, mientras que las conversaciones comenzaron a principios de los años 80, su adopción oficial no se produjo hasta finales de los 90, y no comenzó a utilizarse hasta el 1 de enero de 2002, en 12 países de la UE (Alemania, Austria, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y Portugal), a los que posteriormente se le fueron sumando otros seis más (Croacia, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Malta y Letonia).
Esto implica la perdida de soberanía monetaria, lo cual perjudica en mayor medida a las economías más débiles, que no pueden hacer uso de esta herramienta para sortear crisis económicas o problemas financieros. Al mismo tiempo que beneficia a las economías más poderosas e industrializadas, que pueden colocar fácilmente sus productos en otros países. Todo esto, con sus complejidades y matices, deberá ser tenido en cuenta a la hora de pensar una implementación similar en los países de América Latina.
En ese sentido, no parece casual que Brasil, la economía más importante de América del Sur, sea el principal interesado en avanzar en esa dirección. Se trata de un viejo anhelo de Lula, que se condice con sus propuestas de buscar y alcanzar una verdadera integración latinoamericana que impacte de manera positiva en los ciudadanos de a pie de los países de la región.
La moneda, de acuerdo con fuentes brasileñas, se llamaría sur, y no reemplazaría ni al peso ni al real, sino que funcionaria en paralelo a ambos.
En un momento inicial, los anuncios de los gobiernos al respecto despertaron el interés y la atención de los principales medios estadounidenses y europeos, así como también de distintas figuras públicas, como es el caso del multimillonario Elon Musk, quien se mostró entusiasta al respecto. De acuerdo con el Financial Times, mientras que el euro comprende el 14% del Producto Bruto Interno (PBI) mundial medido en dólares, una unión monetaria que abarque a toda América Latina representaría el 5% del PBI.
Más allá de que el caso más conocido sea el ya mencionado de la UE, la idea de Lula tiene más que ver con la idea de John Maynard Kenyes, de crear un sistema internacional de compensación de monedas, que con el Tratado de Maastricht. El economista inglés le había presentado su idea a las potencias aliadas en 1944, en la conferencia de Bretton Woods, para superar las crisis del sistema anterior al patrón oro. Esto implicaría que cada país deba tener una cuenta abierta y aportar un capital de sus reservas internacionales y sus saldos comerciales para poder financiar proyectos de infraestructura. Entonces, funcionaría como un banco de fomento regional, sorteando los préstamos externos anclados en el dólar estadounidense.
En palabras del ministro de Economía de Brasil, Fernando Hadad: “La moneda sería emitida por un Banco Central Sudamericano, con una capitalización inicial hecha por los países-miembros en proporciones acordes con las respectivas participaciones de cada país en el comercio regional”. Esto tendría como principal objetivo, impulsar el comercio regional.
Dijo el mandatario brasileño: “Si Dios quiere, crearemos una moneda común para América Latina, porque no debemos depender del dólar”. En caso de lograrse, no sólo funcionaria en ese sentido sino también para no depender en demasía de proyectos de infraestructura extranjeros, como los que presenta China en la región.
Todo indica que, en caso de finalmente hacerse efectiva, la moneda común latinoamericana deberá andar un largo trecho y pasar por distintas instancias de complejidad diversa. Sólo alguien con el prestigio y los apoyos internacionales como los que hoy posee Lula da Silva sería capaz de encabezar una iniciativa de estas características actualmente.
Por lo pronto, la idea parece comenzar a andar, y en un contexto donde los hechos que suceden permanentemente en el mundo exigen propuestas y medidas audaces, no es poco. Los liderazgos deberán estar a la altura de la historia y de las circunstancias.