El espacio de El Club de la Porota en este querido diario se ha ido transformando. ¡Estamos muy felices de reconocer que gracias a esa transformación, cada vez son más las personas mayores que se animan a tomar la palabra! En esta ocasión, quien lo hace es Vicente Capuano: educador, científico, investigador y docente de la Universidad Nacional de Córdoba quien generosamente se refirió a Alberto Pascual Maiztegui, amigo, maestro, investigador, científico… que dejó huella en su vida. De eso se trata, de legar. Deseamos que disfrutes de su voz tanto como nosotros. ¡Gracias, Vicente!
Quienes estuvimos cerca de Alberto, sentimos y tenemos el deber de hacer conocer la herencia que nos dejó; no solo a modo de homenaje, sino también como una sincera expresión de gratitud hacia toda su obra. Quienes me conocen saben de mi estrecha relación en vida con el Doctor Maiztegui y del cálido y respetuoso sentimiento que despierta en mí su recuerdo.
Para no repetirme con lo que puede consultarse en la web, señalo como importante que Alberto quería ser maestro” y lo fue tras egresar con ese título de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta (Caba). Después, fue profesor de Matemáticas y de Física. Según decía, sus profesores de Física le transmitieron un gusto especial por la disciplina. Saborear” solía vociferar. Y fue gracias a ellos que terminó realizando la especialización en Física.
Hacia fines de 1940 aparece el popular libro Introducción a la Física”, escrito junto a Jorge Sábato (sobrino de Ernesto Sábato) que lo llevó a la gloria. Se tradujo a varios idiomas y se utilizó en toda Latinoamérica. Lo que más conmovía a Alberto era que le dijeran: Profesor, yo estudié por sus libros”.
Como Director del IMAF (actualmente Facultad de Matemática, Astronomía y Física de la UNC) se vincula con profesores de Matemática y de Física, de los distintos niveles del sistema educativo y advierte la necesidad de comunicación que existía entre ellos. Eso lo lleva a proponer innumerables ocasiones de encuentro de profesores para debatir sobre la problemática de la Educación Científica.
Les quería contar qué imagen tengo de este hombre, que conocí personalmente allá por los años 80. ¿Fue un notable investigador en Física? ¿Fue un notable investigador en Enseñanza de la Física? Humildemente, creo que no. La imagen que tengo es la de un constructor de puentes para que todos, y sin restricciones, lo transiten. Que aportó en ámbitos de la didáctica de las ciencias a través de sus obras literarias, de la política educativa desde los importantes cargos que ocupó, y fundamentalmente, un innovador y pionero en estructuras educativas, especialmente aquellas vinculadas con la comunicación entre pares. Todo lo que realizó lo llevó a cabo mostrando una capacidad de trabajo descomunal, una humildad fuera de lo común, una honestidad sin fisuras, una responsabilidad que no admitía renunciamientos, un optimismo sin límites y una paciencia infinita.
Quiero dejarles dos situaciones singulares que compartí con él y que puedan ayudarnos a conocer al hombre, al maestro”. Son sucesos simples, tranquilos, sencillos, llenos de significado y fáciles de interpretar.
El maestro
Tuve la suerte de que se cruzara en mi camino. Un día le agradecí todo lo que me había ayudado y todo lo que pude aprovechar de él ya que mucho de lo que logré fue mérito suyo. Su respuesta a mi gratitud fue: Vicente, su mérito fue elegirme como maestro. Muchos pasaron a mi lado y me dejaron pasar”. Ese maestro fue Alberto Maiztegui.
El reconocimiento espontáneo
En el año 1985 se llevó a cabo la Asamblea de la Asociación de Profesores de Física de la Argentina (APFA), en un Salón de la Universidad Nacional de Tucumán que había sido pensado para 500 docentes, y en el cual, había por lo menos 800. Uno de los temas a tratar era la designación de los socios honorarios. Uno de los propuestos era Alberto. Por mi condición de Secretario del Comité Ejecutivo Nacional de APFA, me encomendaron presentar a la asamblea la propuesta.
Nadie sabía quiénes iban a ser los nominados. Mientras yo avanzaba con la descripción de las características que debían acreditar los postulantes, sin dar nombres aún, un silencio invadió el recinto, los docentes de la sala se pusieron de pie, y comenzaron a mirar y señalar con sus manos, hacia la posición donde estaba Maiztegui. No pude finalizar con lo que indicaba el protocolo. Aquel que solo quería ser maestro, no solo recibía la distinción de Socio Honorario de APFA, sino que además recibía el aplauso espontáneo, más emotivo y ensordecedor que jamás, antes y después de ese momento, escuché.
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Se denomina legado o ‘manda’ al acto a través del cual una persona, en su momento final, orienta al mundo de los vivos sobre el destino de sus bienes o patrimonio; generalmente lo realiza por medio de un documento que suele llamarse testamento. Claro que bienes y patrimonio son palabras de raíz plural, y es justamente desde ese sentido, que intento desentrañar cuál es el legado de Alberto para los más jóvenes, y por qué no, para nuevas generaciones en un futuro más distante.
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