La que antes llamábamos “vida cultural” de Córdoba vive un renacimiento. A punto estuvimos de cambiarle el nombre, casi, casi pasa a ser “agonía cultural” en ese enorme parate que implicó la pandemia, que en unos meses mandó al garete conciertos; funciones teatrales; presentaciones de libros; intercambio de textos usados (¡horror!, que podían venir con los infectos bichitos microscópicos en las páginas, especialmente en esas esquinas superiores, que suelen pasarse tras humedecer el dedo índice en saliva, como aquel medieval personaje de Umberto Eco, para asesinar curiosos que quisieran acceder a un libro prohibido); ferias de artesanías; bailes -tanto los multitudinarios de los clubes cuarteteros, como los mínimos, de parejas dibujando firuletes de tango en las plazas céntricas- y toda la larga lista de pequeñas y grandes reuniones sociales que hacen, en su conjunto, a la personalidad cultural de una ciudad. Especialmente de una ciudad que ha intentado, desde tiempos pretéritos, reconocerse en ese perfil de creación, reflexión y belleza. (Una intención, reconozcámoslo con honestidad, no siempre lograda…)
Pero la buena noticia es que ese cuarto menguante de la cultura socialmente compartida tiene todos los signos de estar pasando, de ser un capítulo superado de la historia reciente. Y la vuelta, el giro hacia una sumatoria de convocatorias y actividades que día a día se acrecienta (basta ver la tradicional Agenda Cultural de HOY DÍA CÓRDOBA, que durante un par de años sufrió un adelgazamiento crónico y hoy vuelve a verse colmada) sorprende y gratifica.
Volví a ratificar este aserto hace pocos días, cuando, atendiendo a la especial invitación de la estimada amiga Florencia Amalia Gordillo, me llegué hasta el Palacio Ferreyra a la presentación de su poesía reunida, que ella ha titulado “Papeles de madrugada” -un nombre exacto, porque es en esa hora incierta del día, entre silencios, discernimientos y promesas, donde cobran forma sus versos- y me encontré a una pequeña multitud, que no sólo ocupaba la totalidad de las sillas dispuestas en ese espacio -que no es precisamente menor-, sino también los pasillos, la barra del bar, los ventanales y hasta las terrazas adyacentes.
Qué estupendo que estemos recuperando las buenas costumbres de reunirnos en torno a la poesía, me dije cuando entraba en la gran sala, y qué acto de justicia que todos nos hayamos reunido para celebrar una vida entera dedicada a la creación literaria, a la enseñanza, y a la gestión cultural, que son los tres vértices que han articulado desde hace años la participación de Florencia Amalia Gordillo entre nosotros, desde aquellos primeros años 70, cuando impartía sus lecciones académicas de lengua, literatura y latín; pasando por los talleres de escritura -que ha mantenido desde hace unas tres décadas-, hasta la organización y coordinación del tradicional concurso literario de la Fundación Pro Arte, que la tiene como factótum.
Nos habíamos reunido para homenajear esa larga y fructífera trayectoria, pero también para honrar una poesía que, por fuera de algunas tendencias de los libros de nuestros días, no se aviene a ninguna reducción a la mera coloquialidad ni renuncia a sus intenciones de celebrar, líricamente, la vida buena.
Los libros de poemas de Florencia Gordillo -quijotescamente compilados por Gonzalo Vaca Narvaja en un monumento bibliográfico de cuatrocientas sesenta y ocho páginas, una proeza en estos tiempos, donde el estándar, por criterios comerciales y de escasez de papel, no suele pasar de las cien hojas- mantienen, en su variedad de obras publicadas durante años y etapas vitales diversas, el tono lírico, elegíaco, celebratorio. ¡Qué hermoso poder leer, en estos tiempos tan secos y duros, la poesía que se niega a renunciar a decir de la belleza sus múltiples posibilidades!
Al mismo tiempo, y a tono con esa hora de la madrugada que revela el título de la antología, que es el de la puesta en papel de los versos, éstos asumen sin medias tintas su profundidad, su carácter de meditaciones, sus revelaciones de vivencias personalísimas que se subliman en el decir. Casi estuve por escribir “en el cantar”, porque la cadencia de los poemas de Florencia, su musicalidad interna, tienen un trasfondo coral: “Escucha el silencio,/ abriga la arena desierta,/ apacigua el dolor./ Busca respirar en los ahogos,/ mitigar la renuncia./ Para seguir amando los instantes/ mientras perdura la misma música/ que se repite sin lamento,/ mira las cosas alojadas en otro tiempo/ para desvelar el secreto.” Todo cambia, parecen decir los libros de Gordillo, uno tras otro: nada es lo mismo, y sin embargo aquí estamos, disfrutando de todo. Disfrutando también de esos cambios, y de los diferentes seres que vamos siendo, al tiempo que somos nosotros mismos.
Celebro esta poesía, este importante volumen para la bibliografía literaria cordobesa, que aúna toda la obra poética de Florencia Gordillo (inclusive agrega el regalo de algunos inéditos que aún no habíamos leído), y que viene a ratificar, en un momento de recuperación de una tradición cultural del lugar donde vivimos, la presencia de una voz necesaria, amable, generosa.