Hormigas
En una ocasión le preguntaron a un físico qué había más allá del universo, y respondió si el universo es materia y energía, más allá de él hay no-materia y no-energía”. Ante la perplejidad del entrevistador, dio el siguiente ejemplo: imagina una hormiga en el centro de África, a la que le preguntaran qué hay más allá del suelo que pisa. Para la hormiga el océano es inconcebible, y, sin embargo, si respondiera que más allá hay no-tierra daría una respuesta correcta”. La analogía, si bien sirve a los fines didácticos, olvida que difícilmente el sistema nervioso y perceptual de la hormiga le permitiría imaginar un contexto más allá de su entorno inmediato. Nuestra especie, en cambio, especula con una realidad detrás de la que conoce (y tal vez de la que pueda conocer), que abarca la inmensidad del cosmos y la infinitesimalidad de la materia. En otras palabras, cree que existe el universum”, es decir, en su sentido etimológico, el conjunto de todas las cosas” que se relacionan entre sí. ¿Pero, y si las hormigas tienen razón? ¿Si el universo no existe más que en la imaginación de los humanos? Asumir eso no significa negar la existencia de continentes, océanos y hormigas, sino, en términos del filósofo Levy Briant, aceptar que más allá de lo que experimentamos no hay un súper-objeto que reúna a todos los demás objetos en una unidad simple y armónica”.
Autopoiesis
Si rechazáramos que existe algo así como un universo que contiene y vincula a todas las cosas, sería necesario, sin embargo, explicar de qué manera existen las entidades y cómo interactúan entre ellas. A comienzos de la década de 1970 dos biólogos chilenos, Humberto Maturana y Francisco Varela, plantearon que la existencia es una colección de máquinas, a las que definieron como redes de relaciones que se vuelven sobre sí mismas, generando unidad y permitiendo diferentes tipos de funcionamiento.
En ese esquema, los seres vivientes fueron caracterizados como máquinas autopoiéticas, es decir, un tipo particular de máquinas que se hacen a sí mismas. A diferencia de una mesa, las hormigas y los humanos toman elementos de sus cuerpos y de sus entornos, y generan información importante para desarrollar sus órganos, sus mecanismos, su propia manera de estar en el mundo y de percibirlo. La información no está en un universo esperando a ser encontrada o descubierta, en cambio, es generada por el tipo específico de maquinaria que posee el viviente. Cada especie tiene un funcionamiento distinto, y, por eso, ninguna obtiene la misma información del entorno al final del día. Tampoco pueden acceder a la información que generan las demás especies. Están clausuradas sobre sí mismas, sobre sus propias operaciones a partir de las cuales consolidan su identidad y sobreviven diferenciadas del entorno. A ese principio Maturana y Varela lo llamaron clausura operacional”.
Clausurados
Si esto que llamamos existencia no es más (ni menos) que una colección de sistemas autopoiéticos que interactúan entre sí, no existe una diferencia sustancial entre un sistema biológico y uno social.
Niklas Luhmann fue uno de los teóricos de los sistemas que más insistió con esta idea. Este sociólogo alemán tomó algunos conceptos de Maturana y Varela para aplicarlos al estudio de las sociedades modernas, entendidas como una asociación de sistemas autopoiéticos. Lo que llamamos Argentina, por ejemplo, podría pensarse como el entramado compuesto por el sistema educativo, el sistema sanitario, el sistema político, los sistemas ideológicos, el sistema energético, los sistemas comunicacionales, el sistema financiero, el sistema industrial, el sistema agrario, y un largo etcétera. Para Luhmann, los sistemas sociales están enteramente hechos de comunicaciones, a pesar de los cual, si asumimos el principio de clausura operacional de los chilenos, la comunicación no es algo que sucede entre los diferentes sistemas, sino dentro de cada uno. Ningún sistema puede comunicarse plenamente con el entorno, ni con otro sistema. ¿Y cómo dialogan? para Luhmann no lo hacen, solo se perturban, se irritan.
En el fondo, es un diálogo de sordos en el que cada sistema selecciona, de todas las perturbaciones que provienen del entorno y del funcionamiento de otros sistemas, aquellas que pueden servir al funcionamiento de su propia máquina, aquellas que mejor se acoplan a su estructura y organización interna.
Cada sistema genera su propia información sobre el mundo” porque solo escucha de éste los ruidos que su propio funcionamiento chirriante le deja escuchar. El sistema autopoiético siempre se refiere a sí mismo, y es por eso que se autoconstruye, se unifica, se consolida. Está operacionalmente clausurado y habrá un nuevo sistema, vivo o social, siempre que un conjunto de relaciones logre esa clausura.
Algo nuevo para no estar muerto
Bajo estos principios, ni el sistema financiero, ni el sistema sanitario, ni el sistema educativo pueden capturar el mundo. Tienen la misma imposibilidad que el sistema nervioso de la hormiga (o del nuestro) para dar cuenta del universo. Tampoco la política, la ciencia o la moral guían a las sociedades desde un lugar privilegiado. Por el contrario, los sistemas políticos, científicos y morales están enredados en la misma trama social, sin poder comprender del todo a los demás sistemas, pero irritándolos, y siendo irritados permanentemente por ellos. ¿Pueden coexistir en paz? Aquí aparece una pequeña diferencia entre nuestros autores. Mientras que, para Maturana y Varela, las máquinas autopoiéticas son máquinas homeostáticas”, es decir, intentan mantener un equilibrio particular a lo largo del tiempo; para Luhmann, los sistemas sociales se caracterizan por los disturbios. Desde su punto de vista, no tiene sentido anhelar una armonía definitiva, un equilibrio final entre los diferentes sistemas. Tampoco es deseable. La paz entre los sistemas es como una conversación fallida. Si los hablantes repiten una y otra vez lo mismo, la conversación muere: siempre es necesario encontrar algo nuevo que decir”.
Vaya si el siglo XXI trajo algo nuevo que decir… La pandemia fue un grito ensordecedor que irritó a todos los sistemas al mismo tiempo. Asistimos ahora a las muchas formas en que esa perturbación está siendo convertida en información al interior de cada sistema, de manera que aún no podemos determinar con certeza. Habrá que esperar o, en última instancia, preguntarse, como a la hormiguita africana, que hay más allá del covid.