Ruidos provenientes del cajón
A mediados de la década de 1960, un joven de 14 años llamado Reed Ghazala escuchó unos extraños sonidos que provenían del cajón de su escritorio, en una de las habitaciones de su casa, en Cincinnati, Estados Unidos. Sabía que había dejado un amplificador desarmado y encendido allí, con una batería de 9 volts, pero este viejo artefacto no debería producir los oscilantes sonidos que se oían. Un poco asustado, se acercó para ver de qué se trataba. Al abrir el cajón descubrió que una pieza metálica se había deslizado dentro del circuito electrónico del amplificador, generando un puente entre algunos puntos de soldadura. El incidente electrónico había transformado al amplificador en una fuente sonora y, a decir verdad, no sonaba tan mal. Según contó después, lo primero que pensó fue lo siguiente: “Si esto puede ocurrir por accidente, ¿qué se puede lograr a propósito?”.
Obviamente, no se quedó con la duda y comenzó a experimentar con circuitos de artefactos viejos y rotos, sobre todo, aparatos electrónicos de bajo voltaje que utilizaban pilas o baterías que no superaran los 9 voltios, para evitar correr riesgos. Casi tres décadas después, pensó que lo que hacía podía conformar una nueva disciplina artística, o al menos, un campo de experimentación musical.
En 1992 publicó un artículo en la revista EMI (Experimental Musical Instruments), en el que bautizó esta forma de arte emergente como Circuit Bending. La traducción no es simple. Literalmente puede traducirse como “doblar un circuito”, en el sentido en que se dobla con fuerza un pedazo de hierro hasta curvarlo. Pero en un sentido más amplio, la expresión refiere a sacar el máximo provecho de un circuito electrónico, insertando, incluso, nuevos componentes como resistencias variables (potenciómetros), botones, interruptores y salidas de audio, buscando funcionalidades que no vienen determinadas de fábrica.
Tal vez, una traducción de “circuit bending” más adecuada para nuestra lengua sea “estrujar un circuito”, lograr que salga hasta la última gota de las capacidades que nos ofrece.
Dejá eso que no es un juguete
Desde sus comienzos, Reed definió al Circuit Bending como una anti-teoría, una forma de arte que no requiere conocimientos previos, los cuales se van extrayendo de los circuitos electrónicos a medida que el artista los “estruja”. En consecuencia, esta práctica artística se concibió como una invitación a todas las personas, con o sin conocimientos en electrónica, a abrir un aparato electrónico de bajo voltaje para buscar nuevas funcionalidades, con el propósito de transformarlo en un instrumento musical.
La invitación pronto fue aceptada por miles de personas en decenas de países, hoy los “Benders” (dobladoras/es), como se llaman a sí mismos los artistas de este rubro, conforman redes, asisten a mítines y realizan publicaciones específicas. Existen trabajos de Circuit Bending con televisores portátiles, mixers de video (Video Bending), consolas de videojuegos, walkmans, discmans, reproductores de minidisc e instrumentos musicales.
Pero, quizá, lo llamativo de este arte, sea la nueva vida que se le da a los juguetes, como muñecos, autitos, telefonitos, y demás juegos a pilas que cumplen con los requisitos de ser de bajo voltaje y presentan sonidos, que tientan a las personas benders para intentar modificarlos. Además, los juegos y juguetes son objetos de fácil acceso: se encuentran en el propio hogar, en la casa de familiares, o en la de los vecinos que pueden donar juguetes en desuso o rotos, sin contar las casas de compraventa.
Una vez que las personas benders adquieren experiencia, suelen atrevense a intervenir equipos que se enchufen a la corriente eléctrica hogareña, pese a que aumenta el riesgo de recibir una descarga o de averiar el aparato y la propia red eléctrica. Pero, incluso, en esos casos, no es raro ver a benders tocando una melodía en una muñeca que hasta hace muy poco hablaba o lloraba.
La apropiación del mundo infantil para hacer música produce un extraño cruce, una estética que mezcla la destreza artística, la nostalgia y la fascinación infantil por los juguetes sonoros.
Profesión: artista, hacker, luthier y juguetero
El carácter anti-teórico que su creador atribuyó al Circuit Bending, ha sido llevado más allá por sus seguidores y seguidoras. Además de un arte, el Circuit Bending suele concebirse como una filosofía, una actitud frente a los mandatos comerciales y sociales que caen sobre objetos tecnológicos, incluyendo a los juguetes, y sobre el vínculo que establecemos con ellos. La promoción del consumo instala varias ideas en el imaginario social. Una de ellas es que los objetos poseen usos acotados definidos por sus fabricantes; si un usuario quiere jugar, compra un juguete, y si quiere hacer música, compra un instrumento.
Otra idea instalada es que los objetos tienen sólo una vida; cuando se rompen o dejan de funcionar hay que comprar otro. El Circuit Bending, en principio, es un acto de desobediencia a esos dos mandatos, a través de una fusión entre la luthería y la electrónica experimental, entre el hardware hacking y la cultura Maker, entre la filosofía STEAM (Science, Technology, Engineering, Art, Mathematics) y el reciclaje, entre el Do It Yourself (Hazlo tú misma/o) y el Do It Together (Hagámoslo juntos).
Ese crisol de prácticas les concede más vidas a los objetos. Cuando se sulfata la pila, cuando el circuito se daña, cuando el objeto se rompe, se lo resucita descubriendo nuevos usos, modificando sus funciones, interviniendo sus órganos electrónicos, transformando un objeto muerto en un objeto vivo de otro tipo, con una vida no prevista (u ocultada) por sus fabricantes originales.
Como afirma la artista electrónica experimental Margo Sol, se trata de “desprogramar obsolescencia”. En este sentido, el Circuit Bending es una forma de rebeldía e insubordinación, que, además, como si fuera poco, es bella y divertida.
Darío Sandrone es doctor en Filosofía; Laureano Cantarutti es músico y bender