Año 1922. Patagonia. El Teniente Coronel Varela, del Ejército Argentino deja como resultado de su labor: 1.500 obreros fusilados. Ardua tarea para los soldados a los que ahora se les otorga el tiempo de un merecido descanso y solaz. Al parecer, nada mejor que el prostíbulo del pueblo.
En el puerto San Julián, estaba la llamada Casa de Tolerancia “La catalana”. Seguramente los soldados se acercan por tandas. Cuando llega el primer contingente, la madama les informa que las pupilas no los van a recibir. Discuten, pero la madama dice que no puede obligarlas. Las pupilas armadas de palos y escobas y al grito de ¡asesinos! y ¡no nos acostamos con asesinos!, expulsan a los soldados del lugar. Según lo cuenta Osvaldo Bayer, autor de “La Patagonia rebelde”, esto sucedió el 17 de febrero de 1922. Hace ya 100 años. El mismo Bayer, destacó, con cierta pena, que este acontecimiento no estuviera en la célebre película que se basó en su libro. Con un reparto excepcional (Federico Luppi, Héctor Alterio, Luis Brandoni, Osvaldo Terranova y Pepe Soriano, entre otros) la película de Héctor Olivera se filmó en 1974. Años turbulentos recorrían la geografía argentina. Muerto el presidente Juan Domingo Perón, la película se prohíbe, y con la llegada del golpe militar no sólo continúa su prohibición, sino que la mayoría de los actores y autores del guión comienzan a sufrir los tortuosos caminos de la persecución y el exilio.
Con la vuelta de la democracia, en 1983, la película volvió a las salas. Recuerdo muy bien ese hecho porque fui a verla tres veces en la pantalla grande. La primera vez me llevó mi padre; la segunda vez fui con mi hermana; y hubo una tercera vez que fui solo. Yo era un adolescente. La democracia recién comenzaba a despuntar y todavía la oscuridad daba vueltas por la patria.
El primer impacto me es aún hoy inolvidable. La película termina con una cena en donde los británicos y pro británicos celebran y halagan al Teniente Coronel Varela (en la película se llama Zavala) cantando todos juntos en inglés: “For He’s a Jolly Good Fellow”. Cantan por el “deber cumplido”, la cámara se concentra en los ojos de Zavala (Héctor Alterio). Su mirada parece comprender en qué se ha convertido. La pantalla se cierra sobre esa mirada, hasta que queda el recuadro con los ojos celestes de Alterio.
El impacto en esa época era tan fuerte que recuerdo que la gente en el cine lloraba, y muchos gritaban: “hijo de puta, hijo de puta”, como si Alterio fuese verdaderamente Zavala, o mejor dicho, Varela. Ahí, en plena adolescencia me di cuenta de la fuerza del símbolo, de la potencia del arte. La escena que se me grabó en la memoria no pertenecía solamente a la película, era verme de pie, al lado de mi padre (todos estaban de pie) en un cine colmado, y los gritos de la gente, gritos de rabia, de tanto dolor y miedo y bronca acumulados durante tantos años.
El tiempo pasó, y con otros cuatro poetas decidimos recordar a estas mujeres que no habían entrado en la película, y que Bayer rescataba casi siempre en sus conferencias. Decidimos hacer un humilde homenaje, nada más y nada menos que para el bicentenario de la patria. Así, en 2010, junto a César Vargas, Julio Castellanos, Claudio Suárez y Néstor Merigo, recordamos a las putas de San Julián con una carpeta poética que dio en llamarse: “La puta patria” (hoy reeditada, en conmemoración de los 100 años). Nuestra esperanza era que se difundiera por las escuelas y colegios, pero claro, la palabra “puta”, todavía sigue generando sustos, miedos, represalias, aún en una democracia ya consolidada.
La carpeta tomó otros caminos y las muchachas de san Julián fueron también recordadas en el teatro, en las crónicas radiales de María Teresa Andruetto, y siguen siendo recordadas a través de revistas, radios y lecturas. En febrero se cumplieron 100 años de este acontecimiento heroico y valiente de cinco mujeres que se enfrentaron a un ejército de soldados que mataban a sus propios hermanos. Solo cinco mujeres que merecen ser nombradas con nombre y apellido: María Juliache (española); Maud Foster (inglesa); Amalia Rodríguez (argentina); Ángela Fortunato (argentina) y Consuelo García (argentina). Cinco mujeres que, como los dedos de una mano, se convirtieron en un puño certero para golpear el rostro de la injusticia y la barbarie.
Claudio Suárez recuerda así a Ángela Fortunato, y con un fragmento de su palabra poética, quiero celebrar a estas mujeres que hace 100 años pelearon por la patria, ¿no son acaso la patria los hermanos y hermanas más desprotegidos?
“Pienso en los mundos extraños y violentos,/ en el hueco frío de la Patagonia/ donde anduvo la menor hebra de tu luz,/ herida como algo necesario entre el azufre y el espanto./ Cuando las sombras aumentaron su tamaño/ oliendo a ropas sucias, febrero/ trajo ajenas bestias,/ perros hondos,
estúpidas navajas/ que repartieron la noche/ y tasaron la sangre mutilada, quebrando/ las tablas de la ley/ rompiendo el viento en mil pedazos”.