En Didáctica de la patria”, de su libro Heptamerón”, el poeta Leopoldo Marechal dice: ¿Viste los enterrados pilares de un cimiento?/ Anónimos y oscuros en su profundidad, / ¿no sostienen, empero,/ toda la gracia de la arquitectura?”
Estos tiempos de pandemia son tiempos de repliegue, de vida interior. También de lucha interna. El tiempo se vuelve más denso y difuso. A veces llegamos a la encrucijada emocional donde nos encontramos con la re-flexión o el tedio. La lectura es uno de los refugios privilegiados. Una manera de abonar los cimientos anónimos y oscuros que sostendrán luego las diversas arquitecturas del alma humana. Por casualidad reparé en un libro que me obsequió un amigo hace exactamente 17 años. Libro que en su momento apenas observé. Se trata del Diario de un poeta”, del francés Alfred de Vigny, uno de los estandartes del romanticismo junto con Lamartine, Chateaubriand, Madame de Stael, Alfred de Musset y Víctor Hugo. Uno, como lector, nunca llega a saber cuán íntimo es un diario íntimo. Me refiero a la posibilidad, el anhelo o el deseo de que dicho diario sea más tarde publicado. En este sentido, al volcarnos hacia la lectura de un diario íntimo descubrimos a veces cierta vanidad, y en otros casos un registro de conciencia, un despojo del inconsciente que es necesario escupir, echar allí sobre un papel. Acaso estos tiempos de pandemia sean un buen momento de escritura personal, de repliegue. Volver sobre los cimientos y acomodarnos en su humedad oscura para entender lo que pasa allá arriba”. El diario no deja de ser un registro en donde amasamos la memoria y el olvido.
De Vigny es un estoico. Un pesimista que logra no desesperarse. Vive los grandes acontecimientos del siglo XIX, conoce la notoriedad, sabe moverse en los salones donde lo políticamente correcto está a la moda, donde la hipocresía es necesaria para sobrevivir entre tantos ismos” del París decimonónico. En uno de los registros de 1839 dice: La duquesa de Sanseverino da consejos de hipocresía religiosa a su curioso sobrino: cree o no creas lo que van a enseñarte (en teología), pero no pongas nunca una objeción. Figúrate que te están enseñando las reglas de un juego de naipes”. De Vigny conoce ese juego, por eso hay cierta tristeza en su estilo y su elección por el estoicismo.
En 1826 hay otro registro, y que vendría a ser la cara opuesta del consejo de la duquesa. De Vigny conoce a sir Walter Scott, el escocés padre de la novela histórica. Scott está ya viejo; su mano, arrugada y temblorosa, se extiende y se cierra con afecto sobre la mano del poeta. El francés le entrega Cinq-mars”, novela histórica, y le pide que le escriba comentándole los defectos que encuentra en la misma. Scott responde: No cuente conmigo para la crítica, yo siento, yo siento”. Sentir y sobrevivir en una sociedad hipócrita es algo verdaderamente complejo.
De Vigny pareciera tener un ejercicio de rigor, una disciplina que lo conduce al estoicismo y logra sentir sin ser avasallado por el mismo sentimiento o por la hipocresía social. Todos los románticos exacerbaron el sentimiento: Goethe con su Werther” y Chateaubriand con su René” elaboraron un corazón solitario y sensible, sufriente, enredado en el goce de ese mal del siglo, esa permanente sensación de una dulce caída hacia la nada. Pero la vida en los salones y en la Europa industrial y revolucionaria era otra. Francia pasaba, no sin muertos, de la revolución a la monarquía, de la restauración al imperio hasta la guerra francoprusiana de 1870. La intimidad del diario, para muchos, fue un espacio de veracidad privada. La verdad para mí, ante un mundo complejo y cambiante. Una manera de crecer desde adentro.
También en tiempos de pandemia el adentro cobra dimensión y el registro de un diario personal o la lectura de este tipo de género puede ser fructífera; el aislamiento y la soledad pueden volvernos románticos. Claro, no románticos en el sentido amoroso, sino en el sentido artístico: profunda subjetividad y sentimiento, amor por la naturaleza, ansias de libertad, orgulloso nacionalismo. Todo eso, en tensión, con cierta amenaza social, una uniformidad que nos vulnera y nos socaba.
Se trata, tal vez, de transformar esa pasión en un hacer que bien podría ser el diario personal, el registro de nuestros olvidos y memorias. Salir así de cierta alienación que propone la programación televisiva. El mismo De Vigny, desde su elegido estoicismo, revienta en los adentros de la escritura cuando, casi como una isla en el medio de profundas y amenas descripciones, escribe: El día en que no haya entre los hombres ni entusiasmo, ni amor, ni adoración, ni sacrificio, hagamos un agujero en la tierra hasta llegar a su centro, metamos allí quinientos millones de barriles de pólvora, y que estalle en pedazos como una bomba en medio del firmamento”.