«¿Cambia mucho el curso de un río cuando un corazón/ se deposita en el fondo de sus aguas?”. Estos dos versos pertenecen al poeta argentino Alberto Szpunberg que acaba de fallecer en España. Fueron dos versos que leí hace ya muchos años y me impactaron muy vivamente. En ese tiempo yo no tenía ni la menor idea de quién era Alberto, y habían de pasar algunos años más para un encuentro aquí en Córdoba. Lo cierto es que esos versos quedaron retumbando en mis adentros. A partir de ese poema, vinieron las lecturas de algunos de sus libros y encuentros maravillosamente extraños con amigos en común, como la poeta Flavia Soldano y el editor Juan Carlos Maldonado. Hablar sobre Szpunberg conllevaba siempre una sonrisa y una ternura profunda en todos los interlocutores. Algo bueno y misterioso, me decía a mí mismo, debe tener este tipo. Finalmente, Alberto Szpunberg llegó a Córdoba, invitado por el Festival Internacional de Poesía. Era, evidentemente, una de las voces más renombradas de la poesía argentina. Me acerqué a saludarlo y le dejé un libro que, justamente, tenía como epígrafe esos dos versos que laten arriba de la página. Me dio pudor, había mucha gente y me fui. Di dos pasos y sentí su voz: che, ¿me dejaste un correo así te escribo?” Sí, sí, le contesté y seguí mi camino. A los días, comenzaba una seguidilla epistolar que, en estas semanas, con motivo de su fallecimiento, he vuelto a leer con lágrimas.
Asimismo, ese año o el posterior, Alberto aparece referenciado muchas veces en el primer tomo de las memorias de Piglia: Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación”. Todos y todas ellas muy jóvenes y pobres andaban de aquí para allá entre bares y pensiones derrochando una vitalidad envidiable. Hay un párrafo que me parece muy interesante. Dice Piglia: El viernes toda la noche presos en la comisaría de la calle Maipú. Una celda parecida a un baño helado. Con Tata, Jorge, Osvaldo y el viejo Cedrón. En realidad, todo demasiado absurdo. Estábamos en El Hormiguero, fuimos a escuchar a Mercedes Sosa, una folklorista que recién empieza y tiene una voz con un tono parecido al de Joan Báez… en la madrugada llegó también detenido Alberto Szpunberg, que tampoco entendía muy bien lo que había pasado. Al final nos sacó Bimba, la mujer de Cacho, que tiene mucha experiencia en sacar gente de la cárcel”.
Me imagino por momentos esa celda. Los hermanos Cedrón, Piglia y el poeta Szpunberg. ¿Tenían conciencia esos muchachos encerrados en aquel baño helado que iban a dejar una huella en la cultura argentina?
Lo maravilloso y extraño es que Szpunberg, vivo o muerto, se me aparece a menudo en otros libros. Se lo comenté por mail en su momento, cuando justamente leía los cuentos completos de Haroldo Conti. Efectivamente, en la segunda página del cuento A la diestra”, Haroldo hace una referencia directa: Esta ciudad que, con todo, tiene sus amantes, como mi amigo Albertito Szpunberg, que me sopla para esta ocasión y esta pena: (ahí Conti, cita en cursiva el poema que detallo a continuación) Es abril y entramos al otoño/ si ahora me preguntaran por este otoño diría tan solo/ que las hojas en Buenos Aires han comenzado lentamente/ a caer muy lentamente sin grandes novedades…”
Alberto me contó, por mail, cómo fue que apareció este poema en la narrativa de Haroldo Conti. Seguramente lo ha contado otras veces, no lo sé, pero creo que ahora es necesario. Mail de Szpunberg: ¡Qué hermosa sorpresa, Leandro, tener noticias tuyas! Además, con la presencia de Haroldo… Fuimos compañeros, sí, más que amigos, compañeros, lo que incluía la amistad y muchísimo más… Te cuento la historia de ese poema mío en el cuento «A la diestra»: Una vez, saltando ciertas premisas de seguridad, por considerarlo grave, nos citamos en un café de la avenida Canning, hoy Scalabrini Ortiz. El motivo era, contradictoriamente, + llamarlo al orden” porque, según mi opinión, él no cumplía estrictamente las normas de seguridad. Yo me había enterado por vías casuales de un encuentro que él había tenido con Paco Urondo en un «asado de amigos», y yo lo consideraba extremadamente riesgoso. Mientras lo esperaba, escribí en una servilletita un poema que venía mascullando desde el día anterior. En eso apareció Haroldo y me preguntó qué estaba haciendo… «Un poema», le dije. ¿Me dejás leerlo?, me preguntó, como siempre, muy respetuoso de la intimidad. «Claro», le dije, y se lo di. Haroldo lo leyó. «¿Me lo regalás?», me pidió. «¡Por supuesto!», le contesté, «es tuyo». Haroldo dobló la servilletita del poema y se la guardó en el bolsillo de la camisa. Pasó muchísimo tiempo y yo me olvidé del poema. Años después, Haroldo ya había sido desaparecido y yo ya estaba en el exilio, mi hermano bandoneonista, César Stroscio, a la vuelta de Cuba, me llamó por teléfono y me dijo: «¿Sabías que en un cuento de Haroldo aparece un poema tuyo?» Yo no sabía nada, y César me mandó las fotocopias de «A la diestra», donde me reencontré con el poema y Haroldo y un hermoso cuento. Fue una emoción inmensa, esa emoción que ahora, con tu carta, se renueva. No son los mármoles ni los bronces los protagonistas de la historia, sino esa manera de vivir y soñar juntos que, entonces, y ahora también, tenemos los compañeros. Así que, cumpa Leandro, ¡acá no se rinde nadie! Y vaya cómo te di la lata ¿no? Un fuerte abrazo”.
«¿Cambia mucho el curso de un río cuando un corazón/ se deposita en el fondo de sus aguas?”