¿Habremos vuelto a la edad de piedra? Pareciera que, durante los tiempos de campaña electoral, la política vuelve a la edad de piedra, y, de algún modo, los argentinos en su totalidad volvemos a estar de acuerdo en la munición gruesa; en el ojo por ojo y diente por diente”; en cierto regodeo alrededor de la barbarie y el circo romano de la televisión. Nos mata la coyuntura. Y culpemos a quién culpemos: Macri, Alberto o Cristina, han sido resultado de nuestras propias decisiones como pueblo, en una democracia cada vez menos participativa y más electoralista.
La pandemia ha traído no solo la muerte, sino que ha evidenciado y amplificado el sin rumbo de la política en todos sus aspectos. Una especie de conformismo con el corto plazo y con una serie de nimiedades mínimas.
Incluso, cuando en la filosofía práctica se establece el camino de una ética de mínimos”, cabría el cuestionarnos seriamente: ¿debemos conformarnos con los mínimos éticos? ¿Acaso no estamos llamados a ser una gran nación? ¿No conlleva este aspecto pensar y soñar en grande?
Sin embargo, cuando vemos las estrategias y proyectos de las campañas políticas, al menos lo que se transparenta en sus discursos, nos encontramos con programas coyunturales y transitorios que, lejos de fundar cimientos para un gran país o una gran provincia, evidencian la mirada corta, la escasez de sueños y un futuro fecundo.
De uno y de otro lado se celebran las ardorosas y fervientes chicanas en el Twitter, como si ganar la palabra en esos pocos caracteres solucionara algo.
La palabra política está tan devaluada como nuestra moneda. Su valor es escaso porque, lejos de estar comprometida con el hacer y la verdad, es el resultado de un manoseo mediático. Insisto: de uno y de otro lado. Y no tiene mayor luminosidad que la pirotecnia. Iluminación fugaz, que, en cuanto nos damos cuenta, nos deja otra vez en el mismo centro de la oscuridad.
Las piedras, las piedras…
Esta semana mucho se ha hablado de las piedras.
El rito, tiene el valor de mostrar ese dolor petrificado; dolor, en la mayoría de los casos, genuino, pero también usado políticamente por los medios y la oposición. Así como el oficialismo olvida que es Gobierno y se monta en el brioso mulo de la campaña electoral. Mejor lo dice Discepolo: y en el mismo lodo, todos manoseados”.
Pero si de hablar de piedras se trata, me ha venido a la mente el mito de Sísifo. Ese castigo fatal del hombre –Sísifo- condenado a subir una piedra, con mucho esfuerzo, y una vez conquistada la cima, la piedra vuelve abajo y hay que recomenzar todo de nuevo.
La Argentina se parece cada vez más a este derrotero del mito griego. Apenas alcanzamos cierto estado de tranquilidad, caemos sin ningún miramiento, hasta tocar el piso, y es necesario volver a subir, arrastrar con dificultad la piedra hasta llegar a la cima; y otra vez caer, para de nuevo levantarse y seguir así hasta el infinito. De crisis en crisis, también parece que, cada vez que la piedra cae, horada aún más el suelo, entonces la caída es más honda y el país parece irse más abajo.
¿Debemos conformarnos con la suerte de Sísifo? Bueno, esto ya se lo preguntó Albert Camus, en un ensayo filosófico hace ya muchos años, cuando abonaba la teoría del absurdo.
Su novela más conocida (y también más leída) es El extranjero”, llevada al cine en 1967, nada más y nada menos que por Luchino Visconti e interpretada por el gran Marcelo Mastroianni.
Hay un pasaje de El extranjero” que me conmueve. Un dialogo entre Mersault, el protagonista, y el viejo Salamano. El viejo había perdido a su perro, que era casi tan viejo como él.
Probablemente se hallaba muerto. Viejo y enfermo, Salamano cuidó de su perro hasta su desaparición. Le cuenta a un desinteresado Mersault estas cosas que el narrador constata: Desde que el perro adquirió esa enfermedad del pelaje, por las mañanas y por las noches, Salamano, le pasaba la pomada. Pero según él, la verdadera enfermedad, era la vejez, y la vejez no se cura”.
Me pregunto si, tal vez, nuestra política no padece de lo mismo. Si acaso no estamos ante una práctica política envejecida, que ya no tiene cura. ¿No estaremos pasándole pomada a una práctica política vetusta y apolillada a la que solo podemos calmarle algún dolor, o aliviarle algunos achaques?
Nuestra manera envejecida de hacer política tal vez necesite un giro de ciento ochenta grados.
Las campañas electorales de la mayoría de los partidos pareciera que le pasan pomada a un perro a punto de morir y al que intentamos retener a toda costa.
Para salir de la edad de piedra, va a ser necesario cambiar el perro y dejar la piedra de Sísifo a un costado. Soñar algo más grande, más generoso y duradero, más hondo que la superficialidad de las encuestas y el rating televisivo.