Entre los sucesos políticos internacionales de la última semana, es imposible soslayar el fallecimiento de Isabel II, reina de Inglaterra. El reinado más largo de los últimos tiempos. Habiendo llegado de manera un tanto azarosa a la corona, la reina Isabel II, es la reina más longeva del Reino Unido. Fallece con 96 años y su reinado se extendió por siete décadas que atravesaron momentos históricos de la geopolítica mundial. Los datos biográficos se encuentran en cualquier portal de internet y se han repasado de manera reiterada estos últimos días por interminables noticieros y programas de radio. Su hijo Carlos de Gales fue proclamado como sucesor. Asumió la corona, con el nombre de Carlos III.
Ninguna muerte debe celebrarse. Tampoco se puede arrojar por la borda el peso de la tradición y no tener en cuenta los protocolos internacionales. Eso puede entenderse. Pero no se trata aquí de una persona, ni de solamente una figura de la política internacional. Se trata de otra cosa: nada más y nada menos que de un sistema obsoleto a los ojos de cualquier ciudadano del siglo XXI.
El primer discurso del rey Carlos III en el que habla de su madre dice: “Junto al duelo personal que siente toda mi familia, también compartimos con tantos de ustedes en Reino Unido, en todos los países en los que la reina fue jefa de Estado, en la Mancomunidad de Naciones y alrededor del mundo, un profundo agradecimiento por más de 70 años en los que mi madre, como reina, sirvió a los pueblos de tantos países.
En 1947, en su vigésimo primer cumpleaños, prometió en un discurso desde Ciudad El Cabo para la Mancomunidad de Naciones dedicar su vida, fuera corta o larga, al servicio de sus pueblos”.
¿Acaso, desde este rincón austral del mundo podemos olvidar que cuando “su majestad” habla del servicio de sus pueblos, no recuerda el avance imperial que desde siempre ha desarrollado Inglaterra una vez descubierto su destino insular y no continental? ¿Es posible olvidar años y años de opresión colonial, muertes, represión social, saqueamiento económico de las colonias, exterminio de los pueblos originarios, de las culturas autóctonas? ¿Nos es posible olvidar que la riqueza del imperio inglés se debe mayormente a su política colonial en la que empobrecieron y saquearon pueblos enteros? ¿Es posible no darse cuenta del expolio del continente africano, de la India y de tantas otras regiones?
El único beneficio es para el Reino Unido, eso está claro.
Pero incluso más allá de la expansión territorial colonialista de la que no solo Inglaterra forma parte, es increíble que en pleno siglo veintiuno, se siga aceptando como normal el carácter hereditario del poder y del gobierno.
La monarquía es algo que viene por la sangre y es algo que el poder monárquico cuida de manera preferencial. En el mismo discurso que hemos citado más arriba, el actual rey deja bien clara la línea sucesoria: “Como heredero mío, William asume ahora los títulos escoceses que tanto han significado para mí. Me sucede como duque de Cornualles y asume las responsabilidades del Ducado de Cornualles que yo he cumplido durante más de cinco décadas. Hoy estoy orgulloso de convertirle en príncipe de Gales”.
¿Es razonable –por más tradición que se tenga- que un país tenga cargos que suponen decisiones sobre políticas internacionales y nacionales y administración del presupuesto, simplemente por ser hijo o estar en línea sucesoria? Verticalidad, sumisión, autoritarismo, privilegios. De eso se trata, de un privilegio de sangre que es verdaderamente insostenible en estos tiempos. Pero digamos también –como lo manifestó en estos días un adepto a la corona- que nosotros no somos parte de esa tradición y que por eso no la comprendemos. Tal vez sea así. En todo caso, me llama la atención el tratamiento de los medios masivos de comunicación. Más allá de la tristeza, lo que pudimos ver en los variados comentarios fue una especie de devoción sumisa, un cholulismo cipayo obsecuente que tal vez sea la explicación de por qué siguen habiendo monarquías por el mundo. Monarquías que lejos de estar a la altura de las circunstancias, deberíamos mencionar como “su bajeza” más que como “su alteza”.
Los escándalos económicos de las familias reales están a la orden del día en este y en otros países. Muy parecido a los escándalos económicos de los mandatarios elegidos democráticamente y de aquellos que gobiernan de manera dictatorial. ¿Cuál es la diferencia? Que los últimos se imponen y pueden ser derrocados, los democráticos son elegidos y los monárquicos llegan por una absurda concepción de nobleza, sangre, herencia y dinastía.
Herencia de sangre y ciudadanía moderna, se dan de patadas.
En lo personal, mis respetos ante la muerte de una anciana que como toda muerte es triste; pero, al mismo tiempo, ante el sistema monárquico expreso todo mi desprecio.