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Lectura de los viernes

La guerra

Por Leandro Calle

Leandro Calle Por Leandro Calle
18 de marzo de 2022
La guerra

En un compilado de crónicas de Guy de Maupassant (1850-1893) encontré una que tenía por título: “La guerra”. El escritor normando, describe allí con la precisión que lo caracteriza, los horrores de la guerra, ante la posibilidad de un enfrentamiento de Francia con China. “Cuando escucho pronunciar esa palabra: la guerra, me espanto como si me hablaran de brujería, de inquisición, de algo lejano, terminado, abominable, monstruoso, contra-natura”.

Maupassant vivió la guerra francoprusiana de 1870 pero su vida se apagó en la locura mucho antes que la primera y segunda guerra mundial. Gran parte de su corpus de cuentos, tienen que ver con esa guerra del fin del diecinueve. Notablemente, “Bola de sebo” que lo catapultó a la fama literaria. En la misma crónica y ante la posibilidad de una guerra, Maupassant arremete contra los gobernantes que lanzan a sus pueblos a tamaña masacre. Induce, incluso, al tiranicidio (la vieja teoría retomada por el padre Juan de Mariana SJ) para dejar por sentado que la guerra es un sinsentido, una carnicería.

Hoy, a través de los medios de comunicación, podemos ver parte de la guerra en tiempo real. Al horror de la guerra se suma el horror “morbovoyeurista” de mirar cómo un territorio arde sin más bajo el impacto de los misiles. Es preciso decir que las informaciones, si bien cuentan con imágenes y testimonios en directo, están o pueden estar editadas y dirigidas por los intereses económicos y políticos que detrás de cada medio subyacen. Y en esto no podemos ser ingenuos. Tal vez, por esta razón, uno salta de página en página, de canal en canal o de frecuencia en frecuencia para cotejar las diferentes aristas de la guerra o mejor dicho de su interpretación. Esbozo algún ejemplo del pasado y del presente.

En la relectura que el cine realiza de la segunda Guerra Mundial, es fácil encontrar la contienda entre buenos y malos: dígase, aliados vs nazis. Un sinfín de series y películas se abren hacia todos los gustos. Sin embargo, ¿cuántas películas encontramos en occidente acerca de las bombas de Hiroshima y Nagasaki? Creo que nos sobran los dedos de la mano. Y ya en el plano actual y fuera de las interpretaciones de tipo artístico, sino en el horizonte de la guerra real: ¿cuánto dedican los medios a mostrar los bombardeos de Estados Unidos en Somalia? ¿Cuántas imágenes y cómo, nos llegan de la eterna lucha entre Israel y Palestina? ¿Cuántas guerras en el continente africano apoyadas por Europa y Estados Unidos quedan en una nebulosa oscura y lejana?

No se trata de tomar partido, sino de tomar conciencia. La guerra es siempre una carnicería. Es también un negocio. Detrás de su manto ensangrentado hay lujosos escritorios que hacen cuentas y sacan cálculos que benefician o perjudican a países por entero. Asimismo, el trazado geométrico de una geopolítica a futuro, sienta posiciones, territorios, enclaves. Una mirada corta puede subirnos al “teatro del mundo” y devorar las imágenes (reales por cierto) que nos lanzan por todos los costados. Hay que mirar críticamente pero la velocidad del mundo nos pone palos en la rueda.

El otro día permanecí con la mirada fija en una imagen de la guerra. No importa el canal ni el programa. De hecho, bajé el sonido. Dejé la sola imagen, para mirarla. Una escuela bombardeada. En el techo de la planta baja, en donde antes se levantaban tres o cuatro pisos, un cúmulo de escombros, hierros, materiales, muebles. Un amasijo de horror y de espanto. Entre los escombros, se alzaban, como dos hermanitas, dos bibliotecas, entiéndase, dos muebles de dos metros por un metro cada uno, aproximadamente. Dos bibliotecas polvorientas que todavía conservaban libros y carpetas. Estaban juntas y de pie ante el horror. Permanecían allí, a pesar de la guerra, de la violencia. Erguidas y testimoniales como diciéndonos que hace falta trabajar por una cultura de paz, que es imperioso educar para la paz. Inundados como estamos de un maniqueísmo falaz que se manifiesta en los noticieros, en los jueguitos electrónicos de los chicos, en los “blanco-negro” de las posturas, es necesario sembrar la semilla del dialogo y la convivencia. Volver a los árboles, aprender de ellos a tener raíces profundas para poder dar una sombra duradera.

Hoy, los políticos de todos los colores, “juegan” a la guerra a fuerza de tuitear y retuitear con una superficialidad asombrosa a la que lamentablemente ya estamos acostumbrados. El dualismo de “buenos” y “malos” comienza a aprenderse en la primera infancia y conforme pasa el tiempo parece que nos vamos habituando a estos duelos de barbarie. Sin embargo, y si bien es difícil en este clima dualista que impera, es necesario cultivar la paz, sembrar sus semillas. Esas dos bibliotecas de colegio, más allá del desastre y aún en pie, parecen decirnos que se puede, que se debe.

Tomar conciencia de que somos una sociedad violenta en un mundo violento, es tal vez un paso para avanzar hacia la paz y dejar de naturalizar la agresión al congénere y a la naturaleza. Definitivamente no somos buenos, hay que tomar conciencia de eso. Unos versos de la poeta polaca (para nada ingenua) Wislava Szymborska pueden echar luz sobre la realidad:

Miren, qué buena condición sigue teniendo,

qué bien se conserva

en nuestro siglo, el odio.

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