Una novela sobre la orfandad. Sí, la orfandad, tal vez, de una generación, aquella de los años noventa que hoy parece regresar o traer de vuelta algunos de sus fantasmas, los más temibles y los más engañosos. “La torre de ángeles” de Yael Noris Ferri, habla sobre la Córdoba de 1995.
En este sentido, la novela, posee una cronotopía precisa. Es una novela sobre la generación estudiantil de una época, mirada ahora con distancia y cierta nostalgia.
En la tapa del libro, a modo crepuscular, se distingue la Torre Ángela, de la calle 27 de abril. Un importante pasaje de la novela sucede en lo alto de esa torre, una suelta de volantes en contra de las medidas del gobierno: “La Torre Ángela es la más alta de Córdoba, todos en esta ciudad lo saben. Se inauguró allá por el 83, cuando volvió la democracia. Emilio consiguió que un pibe que está de portero le abriera la terraza y el depósito para que podamos subir. Pudimos imprimir folletos nuevos de un amarillo patito que no le gusta a nadie, con la siguiente leyenda: Chancho: la educación no se toca. ¿Sabés lo que propone la nueva Ley de Educación Superior? Acercate a la plaza San Martín, infórmate y firmá”.
En 1995, justamente, se da la transición entre el crítico final del gobierno de Eduardo Angeloz y el comienzo del gobierno de Ramón Bautista Mestre, ambos pertenecientes a la Unión Cívica Radical.
Resulta por demás interesante que esta primera novela de Yael Noris Ferri, publicada por Ediciones del Callejón, aparezca en este contexto político y social que estamos viviendo. De algún modo, la novela es una “ayuda memoria” para los jóvenes de hoy, que no conocieron en carne propia el falso “glamour” de vivir en el “Primer Mundo”, y su posterior desbarranco hacia la nada, hacia una de las crisis más estrepitosas de la historia argentina.
En este sentido, el título podría tomarse como una especie de metáfora: el lugar alto, los ideales, la ilusión. Pero es una torre de ángeles. Una juventud ilusionada con la lucha, con cierta ingenuidad y bonhomía que tiene que chocarse y enfrentarse con los designios de gobiernos oscuros, corruptos y feroces. Esos jóvenes llenos de ilusiones -como casi todos lo fuimos alguna vez- que van sufriendo en “plumas” propias (recordemos que son ángeles, por ahora) la carnalidad del mundo, la contingencia y la muerte de orden personal, familiar y social.
Estos ángeles, entonces, se van haciendo carne. Van cambiando sus plumas por pelos y pieles, sensibles al amor, a la memoria y al tiempo que a la larga nos oxida.
Dictadura mediante, me refiero a la feroz del 76, esta generación de jóvenes es una generación sin padres. Huérfana en lo político. Tal vez no realmente, pero sí es el sentimiento que la novela quiere mostrar. Ese costado de intemperie del alma.
En este retrato de época encuentro la orfandad como un hilo conductor de toda la novela: “De alguna manera, quería recibirlo del lado de los huérfanos, lugar que para mí era habitual…” (página 20); “Somos dos huérfanos y sabemos lo que es perder, por eso defendemos el Instituto…” (página 50); “Dos huérfanos recorríamos la ciudad, con pancartas en la mano, protestando y jurando que jamás seríamos una isla” (página 115).
Tarde o temprano, todos somos huérfanos y nos hacemos cargo de esa sensación de ya no tener espaldas, de ser nosotros mismos los que debemos encarar las decisiones fundamentales de la vida.
La “isla” a la que muchas veces se hace alusión en la novela y tiene que ver con la manera de situar a Córdoba respecto del país, tiene su desplazamiento. Esa isla provincial, se refleja en esa isla personal de traumas y derrotas de una generación que acarició la utopía. Y ya sabemos que las utopías sirven para caminar.
Una novela que tiene como epicentro temático la ciudad de Córdoba en un momento particular, en el que la escuela de Boulevard San Juan se vuelve shopping; la plata se transforma en bono provincial o CECOR; y la pobreza y desocupación aumenta.
“Estoy sola, 23 años y mi soledad”, dice una de las protagonistas. Y lo dice en medio de las luchas estudiantiles y colectivas. Es el momento en el que la intemperie se instala.
“La torre de ángeles”, en estos tiempos, es casi una advertencia. Un atajo en la memoria ante tanta soledad que parece llegar.