¡Viva la mentira!
Durante la última dictadura cívico-militar, una gran parte del Poder Judicial se convirtió en cómplice de los secuestradores y asesinos. Los hábeas corpus se cajoneaban y muchos magistrados brindaban y comían empanadas y canapés con monstruos criminales como Videla y Menéndez. De hecho aquí en Córdoba, se hizo uno de los pocos juicios a funcionarios acusados de colaborar de diferentes maneras con los chacales. Muy hábilmente, otros magistrados se reciclaron como si nada malo hubieran hecho, y muy pocos, como el juez Humberto Vásquez tuvieron la dignidad y el coraje de no ser parte de la página más terrible de nuestra historia, de denunciarla y de mantener la fidelidad a su juramento.
A casi cuarenta años de recuperada la Democracia en la Argentina, el temible “Lawfare” perfora las entrañas de los diferentes estamentos, siembra el terror y casi nadie dice nada sobre el escándalo que significan las causas judiciales armadas, las persecuciones, los expedientes dibujados y las perversas alianzas con corporaciones mediáticas, empresariales y políticas. No hay manera de trabajar en la Justicia Federal y sin conocer lo que realmente ocurre. Pero además de miedo, existe una telaraña de intereses familiares ((hermanos, cuñados, primos, hijos y hasta posiblemente amantes), amistades, enemistades, decencias, indecencias y otras yerbas. Compartir un equipo de fútbol o sacarse fotos en una fiesta son cuestiones menores en esta Sagrada Familia, en la casi nadie toca a nadie.
La prioridad debería ser respetar la Constitución y velar por el cumplimiento de la Ley y sus Códigos. Sin embargo, una Corte devaluada pareciera ser, por estos tiempos, la mayor garantía de una Justicia maloliente. «Todos lo saben, y casi todos se hacen los tontos». Hace poco más de un año, un éxito cinematográfico mostró satíricamente cómo alguna prensa y empresarios y políticos se asocian para hacer que la mentira derrote por goleada a la verdad. En «No miren arriba», un par de científicos sucumben al intentar salvar al mundo del choque de un meteorito mortal. Muy posiblemente, la película para este momento de la Justicia Argentina bien podría llamarse «No miren adentro… y ¡Viva la Mentira!».
Millones de lágrimas
En el año 2005 se hizo en San Francisco el primer juicio con jurados populares de Córdoba y de la Argentina, en el que un hombre acusado de homicidio resultó condenado a 12 años de prisión. Hasta el presente ya se hicieron más de 850 juicios con esta modalidad, destinada a hechos aberrantes y a funcionarios estatales. Sin embargo, no hay registros que durante todos estos años, en ninguno de estos juicios, una víctima se haya arrodillado frente a los jurados y al tribunal para manifestar su dolor. Es lo que ocurrió el viernes pasado en la Cámara Quinta del Crimen, en ocasión de concretarse la última audiencia del juicio por el crimen de Santiago Orellano en Barrio Comercial, a mediados del año 2020, y que determinó la condena a prisión perpetua para el asesino Franco Tapia.
Marina y Omar, madre y padre de Santiago, mostraron de manera brutal lo que es el dolor más grande que alguien pueda sentir. Su hijo sólo tenía 18 años y toda la vida por delante. Tapia ni siquiera lo conocía y sin embargo lo mató de un disparo en la nuca, para inmediatamente después robarle el teléfono y la billetera mientras Santiago agonizaba en el piso. La única explicación de este hecho tan espeluznante es que a lo mejor Tapia lo identificó como hijo de policías, y tal vez, por odio a la «yuta» cometió semejante locura. En su última palabra sólo dijo que lo que hizo fue un «error». Finalmente, y en una ardua deliberación, los ocho jurados y dos jueces técnicos votaron 6 a 4 en favor de la alevosía y de la máxima condena.
Lo cierto es que cuando a finales de diciembre recordemos los momentos más conmocionantes del año en tribunales, sin dudas nos aparecerá la imagen de Marina arrodillada frente a todos, implorando y rogando desconsolada por un poco de justicia. En definitiva, y más allá de la perpetua al asesino, Marina y Omar continuarán un duelo posiblemente interminable… y ahogados en millones de lágrimas.