—…su hija desapareció en el atardecer del quince de Enero.
—Dígame la verdad, ¡dígame la verdad!
—…entre las siete de la tarde y las diez de la noche, estaba con dos amigas. Salía del colegio.
— ¡Por qué!
—A veces es necesario echarse a dormir, Señor…Señor…
—Usted no entiende. Usted no puede entender. ¡Es un canalla! —me gritó, golpeando con sus puños regordetes el escritorio.
— ¿Cuánto tiempo le tomará ir al Teatro a ver “Evita, El Musical” y volver con más tranquilidad?, tengo una entrada gratis. Agárrela.
Del cajón del escritorio le entregué la entrada.
El hombre se negó a aceptarla.
— ¿Por qué no quiere ayudarme? —me preguntó preocupado.
—Porque yo si fuera usted estaría huyendo. Corra, corra buen hombre, ¡corra por su vida!
Y el Señor Levinton con los ojos bien abiertos, cargados de un dolor insalubre intentó pegarme una trompada, pero el escritorio se interpuso y Levinton cayó de bruces al tropezar, quedando su cuerpo grasoso a mis pies. Su cara rechoncha me provocaba arcadas. Sus mejillas rosadas, su cabello corto y rubio, ¡verdaderamente usted Señor Levinton es un cerdo! ¿Quiere una manzana? “Oing Oing”.
Es increíble que una persona así tenga hijos. Sobre todo, hijas e hijas bonitas. La genética es un misterio y el Señor Levinton avergonzado no tuvo la sabiduría de saber pedir perdón cuando se debe, y pisándole las muñecas, le dije con soltura y arrogancia que la próxima vez por la consulta le voy a cobrar los dos riñones y tres noches con su hija en la Costa Brava. No tuvo opciones más que ponerse de pie, secarse con un pañuelo el sudor de la frente y salir corriendo de mi oficina.
Prendí un cigarrillo y subí el volumen del televisor.
Una nueva publicidad de chicles de menta. Me encantan los chicles de menta.
Un jovencito afroamericano no mayor de veinte años, con camisa a cuadros, jeans, botas cazadoras y una boina negra, lleva en sus hombros un pesado equipo de sonido. Me recuerda a los dulces años ochenta.
Que nostalgia…aún recuerdo…
Se escucha de fondo:
Deja que este ritmo te haga mover
Está bien, está bien, está bien
Deja que este surco se asiente en los zapatos
Así que levántate, está bien, está bien
Y el jovencito deja el equipo de sonido en el piso y saca del bolsillo derecho del jean un chicle. La cámara lo agarra justo como un Dionisio.
Se lo mete en la boca en primerísimo plano.
Detrás de él unas adolescentes bailan. Están demasiado maquilladas para mi gusto, tienen piernas flacas y muslos blandos. Resaltan sus colores y su infantil inocencia de Lolitas.
—Uhm —digo en voz alta, comprobando la fotografía de la pequeña Esmeralda que me dejó el Señor Levinton.
La cámara se detiene en el jovencito que disfruta de la frescura del chicle de menta. Hace un gesto de soplar y la frescura sale invisible a los ojos del espectador.
El jovencito mira a cámara, nos mira. Podemos apreciar el sabor dulzón y calmante de la menta azucarada.
Mastica y continúa mirándonos. Sus ojos se clavan en un primer plano recortado donde apreciamos su nariz y su mirada. Un homenaje inaudito a The Good, the Bad and the Ugly, el Director de este clip goza de buena salud y poca memoria, pues es así como en un mismo plano enfoca a dos de las jovencitas. Bellas por donde se las mire, y con poca fortuna también. No hay dólares para estas princesas y si los hubiera, no podrán gastarlos. Eso les diría Clint, si es que aún puede hablar ese viejo republicano.
Cambia el plano nuevamente y las adolescentes son desenfocadas para que apreciemos la belleza narcisa de ese maltón, que nos echa un ojo y baja la mirada con picardía.
La cámara enfoca su jean y él mete la mano en el bolsillo izquierdo sacando una pistola calibre 22.
Las adolescentes son observadas en un plano americano impreciso con un movimiento brusco de la cámara.
Se puede oír el sonido del exterior.
La ciudad gime bajo la fiebre del sol del verano.
Toda la escena es tan casera. El camarógrafo es un profesional, sabe cuándo y donde filmar. Y pensar que son grandes productores y multinacionales quienes conciben estas publicidades.
La ley 36.333 los ampara.
Ha sido en un momento donde todos estábamos observando hacia otro lado. Sobrepoblación, falta de recursos o simple amor criminal. Hicieron la ley y nadie salió a las calles a reclamar.
Esto sucede porque nosotros lo permitimos. Usted lo permite como lo permitió el Señor Levinton cuando dejó a su hija sola en su casa para ir a trabajar en su miniempresa de cotillón.
El jovencito con la pistola en la mano derecha da unos pasos hacia las chicas que bailan al ritmo de la música.
¡Bang!
Y un disparo seco derriba a una rubia de vestido verde fosforescente.
Las demás adolescentes gritan y salen corriendo y se dispersan por la plaza.
La cámara se detiene en el jovencito y su sonrisa siniestra en un primer plano digno de Hitchcock.
FLORIDA FRESH MENTA
LA FRESCURA DE LAS PLAYAS EN TU BOCA.
La cámara muestra el cuerpo muerto de la adolescente.
Se queda allí tantos segundos que parecen una eternidad.
Es repugnante, pero está de moda. Estamos totalmente desquiciados y lo aceptamos, lo aceptamos porque sabemos que, a la hora de sobrevivir, lo importante es el “Sálvese quien pueda”
Y no hay policías. (Las empresas privadas los han comprado a todos).
Y no hay límites. (Le puede tocar a cualquiera). Hoy son esas jovencitas, en unas horas serán otros inocentes, puede ser una pareja, un niño huérfano o una familia completa.
Y debemos festejar porque seguimos vivos. (Pero podemos no estarlo en cualquier momento).
Las publicidades están para que consumamos con morbo los productos, para que nos convirtamos en los caníbales de nuestra propia inmoralidad. Disfrutamos viendo como la muerte sorprende a todos con sus nuevas herramientas que le prestan los medios de comunicación. Hay un caso que resolver o no hay ninguno. En parte; lo único que podemos resolver es el lugar donde nos esconderemos o como sobornaremos a Los Recolectores. Algunos piden más de lo que podemos entregarles y eso está bien, es nuestra vida la que está en juego.
Y pensando en Los Recolectores, ellos podrían entrar en este preciso instante en mi oficina y llevarme al oscuro y absurdo destino de las publicidades nacionales e internacionales. A donde me lleven es cuestión de suerte. Me gustaría Coca – Cola.
La publicidad termina y retorna el programa sobre cuidados de animales. Un veterinario afeminado confiesa ante su público que no extraña a su esposo asesinado brutalmente en una publicidad de lavarropas. Le metieron el cuerpo adentro del lavarropas, le quebraron todos los huesos, sufrió lo que es debido para una marca tan importante de tan lustrosa calidad, pero el veterinario afeminado no lo extraña desde que tiene a su caniche mini Toy.
Abren la puerta de mi oficina.
Una mujer de aspecto marginal, rubia, de ojos verdes, una Marilyn vejada, semidesnuda y llorando me pide que la salve, que le entregue mi tiempo para ocultarla de Los Recolectores.
— ¡Por favor Detective Puzzo, por favor!, puedo darle lo que quiera de mí —me dice aferrándose a mi pecho.
Y yo lo único que quiero es un buen whisky on the rock.
FIN
Maximiliano Guzmán
(Recreo, Catamarca, 1991). Estudió Cine y Televisión en La Universidad Nacional de Córdoba – Argentina. Este 2022 publicó la novela corta: Hamacas (Editorial Zona Borde). Ha publicado cuentos en las revistas argentinas: Espacio Menesunda, Revista Gualicho, Diario Hoy Día, El Rompehielos, La tuerca andante, El Ganso Negro, Los Asesinos Tímidos, La Mancha Zine, Salvaje Sur, Revista Catarsis, también en Chile: Revista Kuma, Chile del Terror, Revista Phantasma, en México: Revista Delatripa, Revista Hueco, Revista Rito, Revista Escafandra, Revista Anapoyesis, Revista Óclesis, Cósmica Fanzine, Alas de cuervo, en Perú: Letras y Demonios y en Ecuador: Teoría Ómicron. Participó en la Antología Internacional Sucio de Letras de La tuerca andante y en Uruguay: Antología de Ciencia Ficción Dura y Erótica de Editorial Solaris de Uruguay.
Verdadero todoterreno, Maximiliano Guzmán es uno de los autores jóvenes más prolíficos del panorama nacional contemporáneo. No deja género sin investigar ni cultivar. El presente relato es una muestra no solo de su versatilidad, sino también de ritmo narrativo y manejo de la oralidad, recursos muy afines a su formación como guionista y realizador audiovisual.