Pasaron más de 30 años de la explosión de la planta nuclear de Chernóbil. Fue el 26 de abril de 1986 cuando el Reactor 4 causó el más terrible accidente nuclear de la historia. El desastre fue de tal magnitud que la contaminación y el polvo radiactivo llegó, transportado por el viento, hasta lugares tan distantes como Gales y los países nórdicos.
Aquella fatídica madrugada de 1986 la atmosfera se cubrió de partículas altamente radiactivas luego de un ensayo en la planta nuclear de la entonces Unión Soviética, actualmente Ucrania. Lo ocurrido en Chernóbil no está cerrado aún, ya que actualmente se sigue investigando sobre los efectos que aquella radiación tiene en nuestros ecosistemas.
Hoy, pasadas ya tres décadas de que cayera el Muro de Berlín, Chernóbil es un lugar que atrae turistas y curiosos de todo el mundo. Son decenas las empresas turísticas que trabajan con esta avalancha de viajeros que desean adentrarse en la Zona de Exclusión de Chernóbil, esos 30 kilómetros de radio contaminados que rodean a la planta de energía nuclear.
Al llegar a Chernóbil los turistas deben firmar una exención de responsabilidad en la que se les prohíbe tocar la vegetación de la zona y cualquier objeto del lugar. Tampoco están autorizados para sentarse en el suelo. Según testimonios de visitantes, hay escáneres corporales que revisan los niveles de radiación. Si la alarma suena, los trabajadores deben limpiar el polvo radiactivo que contenga el turista antes que este abandone el lugar.
Seguramente que una de las cosas más llamativas de Chernóbil es ver una ciudad ajena al paso del tiempo. Un pueblo fantasma. Cuando fue fundada la ciudad de Pripyat, en 1970, llegó a alcanzar el número de 50.000 habitantes. Hoy es una ciudad desértica, una fotografía en sepia de la Europa del Este antes de la caída de la “Cortina de Hierro”. En un primer momento, a la población se le dijo que la evacuación sería temporal, pero los habitantes de Pripyat nunca pudieron regresar al lugar. Sin embargo, tiempo después de la explosión, saqueadores entraron en Pripyat y se llevaron objetos de valor -incluidas las butacas del cine del pueblo fueron saqueadas-.
Chernóbil está a dos horas de Kiev, la capital ucraniana, y, aunque suene estrafalario, hoy en la Zona de Exclusión (la zona contaminada radiactivamente) hay hoteles que ofrecen estadías para los turistas que vienen empujados por la serie televisiva de HBO. Esos hoteles se mezclan con los restos de vida de la antigua Unión Soviética: carteles de propaganda soviética, arquitectura austera, libros de textos escolares tirados en las calles.
Según fuentes oficiales, las visitas a Chernóbil han crecido alrededor de un 40% desde el estreno de la serie televisiva, y ese “boom” parece tener todavía recorrido. No hay que sorprenderse, no es la primera ni última vez que una tragedia colosal se convierte en un negocio redondo.
Por otro lado, como a la naturaleza no hay nada ni nadie que la pueda parar, quienes van a Chernóbil se llevan la sorpresa de que los arboles han vuelto a florecer y las plantas a crecer. Las raíces y yuyos traspasan los pisos, las plantas trepan por los marcos de las ventanas. Viendo eso pareciera que allí mismo no hubiera ocurrido lo que ocurrió hace 30 años. ¿Tiene la naturaleza la fuerza de reparar el gigantesco daño que causa la humanidad? Así parece en Chernóbil.
Voces de Chernóbil, la serie
La serie producida por HBO se ha convertido en uno de los grandes éxitos de la temporada pasada, y vino a sumarse al renovado interés del público por las grandes catástrofes del siglo XX. De forma intrigante, la serie dramatiza el desastre nuclear en el que se vio envuelta la URSS, centrándose en los protagonistas: los trabajadores de la planta, los que respondieron por la tragedia, los que enjuiciaron a los responsables.
También se describen capítulos pocos conocidos de la catástrofe: la historia de los bomberos que fueron los primeros en llegar a la planta, los equipos de mineros encargados de cavar un túnel debajo del Reactor 4, los voluntarios. Así, la miniserie echa mano más que nada a los recuerdos de los habitantes de Pripyat, contenidos en el libro “Voces de Chernóbil”, de Svetlana Aleksiévich, ganadora del premio Nobel de literatura. La serie tiene una marcada intencionalidad y ese puede ser uno de los puntos más flacos de “Chernóbil”. Aunque la serie es impecable y nos atrapa en el sillón, hay preguntas que no se hacen y otras cuestiones ficcionales de relleno que pueden confundir a quien mira la serie. Luego de verla, la sensación que queda es que todavía no sabemos qué ocurrió aquella madrugada de abril.