Si se usan los períodos estivales del Sur para hacer una visita a Nueva York, hay que tener presente que uno puede llegar a ser alcanzado por la “maldición de los apagones”.
En una urbe híper conectada, y con millones de terminales lumínicas dependiendo del suministro eléctrico (esa luminiscencia pavorosa que, dicen los astronautas, se ve como un ombligo blanco en la noche desde el espacio estelar), el corte de la energía genera una profunda desazón. Como me dijo una muy querida y anciana poeta que estaba en Nueva York el 14 de julio de este año, ese momento de desazón en la gran ciudad a oscuras asemeja a “un latido en falso del corazón del mundo”.
El 14 de julio de 2019 la interrupción de los latidos lumínicos, en todo caso, fue breve: apenas tres horas. Mi amiga poeta me lo contó así: “Ya habían pasado las diez de la noche, y hacía un calor de diablos anglosajones (que todavía creen en el Infierno, nosotros, viste, ya hemos olvidado esas extremidades), y pasamos, en un segundo, del día artificial a la más natural de las noches. Naturaleza y Manhattan no son cosas que vayan muy juntas, pero de golpe se encontraron. Los peatones, durante los primeros momentos tan alelados como cualquiera, se habían frenado, allí donde los encontró la oscuridad repentina; luego comenzaron a caminar, alumbrándose con encendedores y teléfonos celulares… las luces de los coches, casi todos detenidos en un inmenso `traffic jam´ que alcanzaba todo el centro, eran como lámparas veladoras inmensas estacionadas en plena calle. Era la hora en que comienzan las funciones de los teatros de Broadway: miles de espectadores formaban islas de gente en los semicírculos de las marquesinas a oscuras. Aunque, por lejos, lo más impresionante fue percibir la inmensidad de Times Square apagada: se me antojó un escenario post apocalíptico…”
Mi amiga, en todo caso, solo tuvo que esperar un rato antes de que Manhattan recuperase su normalidad de neones y ríos de luces de todos los formatos conocidos, ya que el #blackoutnyc (tal el hashtag con que se viralizó en las redes sociales) se mantuvo apenas durante tres horas. También un 14 de julio, pero de 1977, otro apagón general sumió a la ciudad no solo en la oscuridad, sino también en el caos y la violencia, y durante veinticinco largas e interminables horas.
En el pico de la crisis de fines de los años 70, la capital económica de los Estados Unidos fue el escenario en el que la catarsis y la frustración de millones se subió a la oscuridad del apagón, desencadenando una espiral de saqueos, vandalismo y ataques a propiedades y edificios que, leídos a la postre, tuvieron mucho de revanchismo.
En 1977, el gran apagón se inició el 13 de julio, con un rayo que cayó en Buchanan South, una subestación eléctrica en el río Hudson; unos minutos después, un segundo rayo hizo saltar dos tramos de líneas de alta tensión, que provocaron la pérdida de potencia de la planta nuclear de Indian Point, y la megalópolis comenzó a apagarse. Los aeropuertos LaGuardia y JFK fueron cerrados; los túneles automovilísticos clausurados (por falta de ventilación); los ferrocarriles frenados y el metro tuvo que evacuar a miles por las escaleras de emergencia. Con el país hundido en la depresión de la crisis y la isla aislada y a oscuras, comenzaron los saqueos y el vandalismo, en especial en las barriadas negras y latinas. Y a los robos siguieron los incendios: la zona de Broadway, que separa Bushwick de Bedford-Stuyvesant, en Brooklyn, fue una sola llamarada: 35 cuadras de Broadway fueron completamente destruidas por el fuego, que recién pudo ser controlado cuando volvió el suministro eléctrico.
La investigación de 1977 hizo responsable del apagón a la seguidilla de rayos sobre el sistema eléctrico, y aseguró que nunca volvería a pasar. Pero volvió a pasar, el mismo día, cuarenta años después. Y esta vez no hubo rayos, ni nadie sabe por qué. Si va a cruzar por Nueva York, cuídese de la maldición de los #blackoutnyc de los 14 de julio.