El Festival de Cine de Mar del Plata ofrece una amplia gama de películas que piensan su lugar en un mundo regido por los hombres
La condición de la mujer en un mundo regido por los hombres atraviesa la 34 edición del Festival Internacional de Mar del Plata de manera horizontal, cruzando diversas secciones con diferentes películas e incluso con la presencia de una directora por demás singular como la norteamericana Nina Menkes, hija de sobrevivientes del Holocausto judío, cuya obra “retrata un estado terminal del mundo y la posición que las mujeres ocupan en él”, en palabras de Cecilia Barrionuevo y Marcelo Alderete. El cine de Menkes no parece tener concesiones temáticas ni formales para con el espectador: en “Magdalena Viraga”, que se proyecta por estos días, retrata el mundo patriarcal a través de la mirada de una prostituta acusada de asesinar a uno de sus clientes; en “Massaker” explora una masacre perpetrada en 1982 contra los palestinos desde la palabra de seis de los atacantes. Se trata sin duda de una de las apuestas más desafiantes del festival a descubrir.
Pero no hace falta ir a las secciones paralelas para descubrir un cine que intenta pensar el lugar de la mujer en nuestro mundo. La Competencia Internacional exhibió en estos días varios ejemplos atendibles, empezando por “A vida invisível”, un melodrama de aliento trágico de Karim Aïnouz (director de la recordada “Madame Satã”), que emocionó a la enorme sala Astor Piazzola a pleno.
Es todo un mérito que lo haga con las más nobles armas del cine clásico: un relato sin fisuras que progresivamente va cargando de sentidos la vida de dos hermanas, Eurídice y Guida, ahogadas por un padre autoritario y machista, como también por la sociedad patriarcal que las contiene. Ambientada en el Río de Janeiro de los años ´50 con una cuidadísima reconstrucción de época, donde la saturación del color pareciera traducir materialmente la intensidad de los sentimientos que retrata, Aïnouz narra en forma paralela la vida de estas dos mujeres desde su juventud, cuando Guida decide escaparse de esa cárcel familiar siguiendo a un marinero griego. No tardará en volver embarazada y sola, pero en su casa sólo recibirá el desprecio de su padre, quien se negará a darle asilo, así como también a contarle el verdadero destino de su hermana Eurídice, talentosa pianista que sueña con perfeccionarse en Viena pero que para entonces ya estará casada a la fuerza con un hombre que no ama. A partir de allí comenzará el verdadero tour de forcé de estas dos mujeres condenadas a someterse a las tradiciones patriarcales: una, luchando contra la imposición del rol de ama de casa pese a su deseo de estudiar piano, la otra intentando sobrevivir junto a su pequeño hijo como madre soltera, sin más armas que su obstinación y fuerza de trabajo, en un mundo plagado de prejuicios. Con grandes picos de intensidad dramática, la película irá narrando la búsqueda paralela que ambas emprenden durante toda su vida para reencontrarse, mientras intentan mantener a flote sus ilusiones en un contexto que las oprime de forma inclemente.
Con perspectivas diametralmente distintas, la maternidad es también tema de exploración de otros dos filmes notables de la competencia: “Los hijos de Isadora”, del francés Damien Manivel, y “I Was at Home, But”, de la alemana Angela Shanelec. El primero constituye prácticamente un ensayo sobre cómo traducir en gestos corporales, a través de la danza, la tragedia que vivió la bailarina Isadora Duncan, que a principios del siglo pasado perdió a sus dos pequeños hijos en un accidente automovilístico. El resultado más luminoso de esa experiencia fue una puesta famosa de Duncan llamada “Madre”, que el director y bailarín retomará aquí con tres historias distintas anudadas a esa pieza: una joven bailarina que intenta ponerla en escena mientras lee las memorias de Isadora, una profesora que dirige a otra joven con síndrome de down para componer la obra, y una espectadora que, al ver esa pieza, intenta expiar su propia tragedia materna. Filme sobre la creación y el aprendizaje artísticos, su genialidad estriba en la alta emotividad que consigue alcanzar con su pequeño periplo, que con absoluta rigurosidad estética se concentra en el proceso creativo de sus personajes para llegar a expresar mediante el movimiento de sus cuerpos una tragedia tan honda e inconmensurable como puede ser la pérdida de los hijos.
Con una estética tan ascética y compleja como la de los maestros Robert Bresson o Yasujiro Ozu, Shanelec pone en escena un sentimiento diferente de la maternidad, aunque igualmente indescifrable. El filme comienza con el regreso a su hogar materno de un preadolescente luego de estar perdido una semana. Su destino durante ese tiempo es una incógnita así como también los complejos sentimientos que comenzará a vivir su progenitora, verdadero centro de la película, que a partir de allí iniciará un periplo interior silencioso y sin un rumbo claro, que a la directora tampoco le interesa clarificar. Aquí está empero la mayor virtud del filme, que si bien ofrece algunas pistas de lectura para interpretar el misterio a partir de otros personajes (como cierta joven que reniega del mandato de la maternidad y la pareja, o la mirada de los animales que abren y cierran el filme, como si Shanelec estuviera contraponiendo el primitivismo de la naturaleza a la cultura humana), su mayor potencia está en poner en escena la crisis de una madre sin darnos una explicación tranquilizadora; como acaso ocurre en la vida real.