Si a alguien de 30 años en adelante se le pregunta cómo definiría el Cosquín Rock, lo más probable es que responda embotellamiento”, barro”, ¿me convidás un trago?”, ¿me das un pucho?”, carísimo el escabio”, etc. Se parece a la playa de los hippies, pero no.
En las ¿buenas? épocas, una manada infernal y homogénea de remeras negras (justo en el límite con el gris claro) naufragaba en un mar de barro, humo, estados narcóticos y confusión, disponiéndose a lo largo de los improvisados puestos de chori y conservadoras con cervezas pretendidamente frías. Para dar una idea de los precios, en 2004, último año en el que el festival se hizo en la Plaza Próspero Molina, y en virtud de que Fernet Cinzano era el sponsor, en cualquier súper te daban una entrada con la compra de dos botellas grandes del gourmet émulo del Branca. Muy distante quedó ese precio de las cinco lucas y media que salió el pase este 2020.
Nada de eso -ni los precios, ni la fauna, ni las grises remeras, ni la incomodidad o la falta de organización- ha estado presente en los últimos dos años, ya que se asemeja más a un Lollapalooza” que a un festival local del palo. El problema es: ¿a costa de qué?
Si uno quisiera explicar la genealogía de lo que podríamos llamar pérdida aurática del Cosquín Rock”, es probable que debamos situarnos en la separación definitiva de Patricio Rey y sus redonditos de ricota, en 2001. Aunque no era precisamente una banda que produjera José Palazzo, su desaparición dejó un vacío que no tardó en llenarse con las denominadas bandas rolingas”, no sólo argentinas sino también uruguayas. Paralelo a esto, dada la mencionada rolingofilia” que se desató, las bandas que ya estaban instauradas debieron amoldarse a los estilos que un nuevo gusto demandaba con cada vez más intensidad. Es éste el punto donde nos separamos de la Nueva generación” de música, más proclive a líricas narrativas de barrio que a las metáforas que amenizaban la identificación existencial del público consumidor.
Alguien podría decir que Los Redondos sólo hablaban de la merca y de prostitutas; sí, pero lo hacían de manera metafórica y hasta ultraísta, y este procedimiento era lo que hizo que nos enteráramos de la temática de sus líricas varios años después de empezar a escucharlos. Muy distinto fue lo que empezó a pasar con otras líricas, como las que informaban sobre la amiga del Pity Álvarez en 2003. Pero no seamos tan conservadores que ya todos sabemos lo que está bien, y el que dice que está mal es obvio que la envidia le carcome las entrañas.
Lo cierto es que tengo 35 y fui a todos los Cosquín Rock desde el primero, hace ya exactamente 20 años, y jamás vi gente con ropa más cool, colorida y nueva como esta última edición, a tal punto que dudo de si debería estar contraindicado para epilépticos, aunque no es tiempo ni lugar de ponerse en fashion police”.
En un momento, mientras estaba en el embotellamiento de tres horas (que hubieran sido seis si no decidíamos ir por la banquina durante siete kilómetros), miro hacia abajo y veo que me había puesto las Converse blancas, que es aproximadamente lo mismo que ir a pasear un novillo vivo a la Sociedad Rural. En otros tiempos del Cosquín Rock, lo que no salía la entrada se gastaba en las zapatillas que, sin exagerar, se desintegraban entre el pogo y el barro corrosivo del campo. Algo parecido con lo que pasa con las zapatillas en Pétalos”, si se fijan bien. La cosa es que me resigné, y fui los dos días con el níveo, impoluto y frágil calzado al festival donde siempre llueve. Al segundo día, volviendo a casa por la banquina del otro lado, me fijé en las zapatillas y su deterioro se debía más a los ocho kilómetros diarios que tuve que caminar para ir de escenario a escenario que a la rusticidad del evento.
¿Pogo? Olvidate. Incluso en los temas más álgidos de Divididos, con un permiso” y un gracias” uno se aseguraba un puesto preferencial en la valla, y hasta se podía comer una hamburguesa de primera (sí, aunque parezca increíble había varios foodtrucks gourmet) sin la más leve molestia. Lejos quedaron los codazos, los empujones y hasta la antropofagia a los que éramos sometidos en ediciones anteriores, y la verdad es que se los extraña.
Muchas veces critiqué y hasta insulté a las madres de los organizadores por la precariedad de las instalaciones, el anegamiento de los caminos, pero, visto en perspectiva y no sin una nostalgia que es inevitable con estos contrastes, era lo que le daba el color y el disfrute a este tipo de eventos. Por lo demás, el Cosquín Rock en la actualidad es como ir al Rally y no matarse de frío, no comer asado, no ubicarse en zonas peligrosísimas y que no falte el hielo para el fernet. Lo que queda es añorar los tiempos pasados e invocar a los dioses de la incomodidad. Cuando volvíamos tocando bocina a los que nos obstruían la banquina, no pude evitar escuchar a uno de los que iban en el auto que decía Volvé, Cosquín rotoso y mugriento, te perdonamos”. Y, la verdad, es que tenía razón.