El sonido de Piedmont cobijó al primer nacido de familia inglesa en América. Debe su nombre al monarca británico que organizó las expediciones pioneras. Sus tradiciones coloniales la dividieron primero en dos y la convulsionaron cuando la Independencia, tomándose su tiempo para ingresar a la Confederación y posteriormente a la Unión (necesitó que un contingente militar despachado por Lincoln imponga condiciones). Su tejido social absorbió, con dificultades, más colectivo negro que la media.
Así era Carolina del Norte al ingreso del siglo XX. Laboriosa, volcada a la agricultura en la llanura, signada por alianzas políticas tan irregulares como su geografía. Su identidad se fraguó entre atavismos y transformaciones.
En ese caldo, prendió naturalmente el blues. Nacido en Mississipi, estructurado como diálogo entre un solista y un coro (luego la guitarra va acoplándose) se divulgó como una expresión afroamericana” en la medida en que las migraciones, el transporte y la radiodifusión o la industria fonográfica lo facilitaron. En los años 20, cuando un negro llamado Floyd Council (nacido en Chape Hill, 1911) decide dedicarse a la música, ya era un género relevante. De buena voz (de ahí el apodo Dipper boy”), talentoso guitarrista, se destaca acompañando a otros artistas de su ciudad. Colabora con los hermanos Strowd y Blind Boy Fuller, realizando dos giras en el estado de Nueva York (década de 1930). Posteriormente, Floyd no saldrá de Chape Hill, tocando en bares, iglesias o fiestas. En tanto el blues se hará genuinamente masivo, eléctrico, boom de consumo global. Murió en 1976, prácticamente retirado, tras un derrame cerebral. Con un puñado de registros (entre 18 y 27) no alcanzó la dimensión de los grandes héroes del blues: pero algunas de sus canciones cruzaron el charco, y eso fue suficiente.
La idea de Syd
¿Cuál es la motivación que alimenta esa permanente e inconfesada afectación entre ingleses y norteamericanos? Consanguinidades que cada tanto, un episodio cultural recupera. Durante los años 50, los chicos ingleses consumieron el rock and roll que industrializaron Elvis y Chuck Berry; pero como éstos, también absorbieron todo el blues disponible. Varias compañías poseían colecciones específicas, y es así como miles de adolescentes se fascinaron con esa manera de tocar y cantar; entre ellos la generación de artistas que desde los tempranos 60, llevarían al blues, y al rock, a otro nivel.
Cuenta Nick Mason en sus memorias que la banda de la cual fue baterista, surgió desde dos grupos de amigos, cuyo denominador era la admiración por aquellos músicos negros. Tras idas y vueltas, hacia 1963 se constituirá en Londres la formación que graba los primeros discos (Mason, Syd Barrett, Roger Waters, Rick Wright, Dave Gilmour desde 1968). Señala Mason: Syd dio, sin más, con el nombre de los Pink Floyd Sound, usando los primeros nombres de dos venerables músicos de blues, Pink Anderson y Floyd Council”. Agrega que Brian Jones debió actuar de manera similar cuando inquirido por la prensa sobre el nombre de su grupo, miró hacia abajo y leyó Rollin’ Stone Blues” en un álbum de Muddy Waters y la respuesta fluyó naturalmente.
Aunque el más completo de los elegidos era Pink Anderson, los Floyd” atravesaron cuatro décadas: psicodelia, rock sinfónico, música de películas, hard, ópera rock, incluso el pop, fueron marco para obras monumentales que no es momento de repasar. Diremos brevemente que cuando Dipper boy” agonizaba, los ya consagrados Floyd ingresaban al estudio para grabar su décimo álbum, llamado Animals”, reversionando la novela Rebelión en la Granja” de George Orwell (1945).
Aunque viajes biográficos y culturales al pasado personal, cuestionamientos a la sociedad y algunos toques distópicos eran paisaje habitual en la lírica de un cuarteto difícil de clasificar, pero inseparablemente unido a la raíz blusera matriz. La gira que siguió al lanzamiento del disco, compleja para los músicos por diversos conflictos, instala en Waters la imagen del muro entre el escenario y el público.
Tras un pequeño paréntesis y la agudización de problemas, Roger propone al resto del grupo trabajar en un concepto multimedia: disco, película, presentaciones en estadios aprovechando el caudal tecnológico disponible. Recuerda Mason que el trabajo se inició a mediados de 1978, concretando la publicación del disco (1979) y concluyendo con la presentación de la película (1982). The Wall” termina siendo una profunda alegoría sobre las complejidades de la segunda mitad del siglo XX, narrando las desventuras de una estrella de rock llamada Pink (¿Justicia para Anderson?). Su apelación al pasado reciente, su tránsito en un presente indefinido, sus advertencias tangibles sobre tiempos acechantes facilitan su apropiación por varias generaciones. Y el blues, aún revestido en tramos, es la sangre que identifica sus composiciones más intensas.
No puedo respirar”
George Floyd, guardia de seguridad asesinado salvajemente por un policía el pasado 25 de mayo, en la mediana Minneápolis, era amante del básquet, y del rap. Su absurda muerte enardeció a cientos de miles en su país; la queja se extendió al mundo entero. En Inglaterra, se arrojaron icónicos monumentos al mar.
Floyd no era mediático, pero su rostro y su nombre se transformaron en un emblema ¿Por qué él, y no alguno de los doce o trece negros asesinados de forma similar en los Estados Unidos en esta última década?
¿Por qué Floyd inspira las protestas, enciende las hogueras de la indignación en sitios remotos? Sin duda, la convulsión permanente que viven buena parte de los norteamericanos actualmente, potenciada por la pandemia, ha influido. La ciudadanía que advierte en la discriminación racial un problema grave oscila en un 76% (en 2015 era el 51%).
Pero quizá la estela encendida por aquel modesto guitarrista norcarolino en 1920, amplificada por cuatro británicos geniales en las décadas correctas, alcance y trascienda al mártir de 2020, como un único y centenario blues, que es lamento, pero también promesa.