Con anotaciones que escribió a lo largo de su vida, Rosario Bléfari (1965-2020), la cantante, actriz y poeta recientemente fallecida preveía publicar este año «Diario del dinero», y aunque no llegó a ver la versión final, sabía que con ese texto abría un testimonio íntimo y desordenado a través de su relación con la plata, una suerte de obsesión que convirtió en una prosa fresca sobre trabajos, familia, amigos y amores, en un país donde la economía, como las vueltas de una vida, tiene ritmos imprevistos.
«Me pregunto si transcurre un solo día sin gastos», anota Bléfari en una de las entradas del libro editado por Mansalva, que sale al mercado por estos días. Gastos de supermercado, de verdulería, de transporte, salas de ensayo, de café y medialunas, pagos adeudados y cachés, que ella fue registrando, no tanto como sistema de control. Y si así empezó, tomó otra dirección: «Me interesó -dice en la contratapa- lo de escribir los números, hacer escritura de las cuentas, relatar el debe y el haber».
«Si las anotaciones habituales no conseguían retener algo del paso del dinero por mi vida, ni siquiera conseguían que pudiera controlarlo, relatarlo sí me permitió observar su presencia como una puntuación, un ritmo. Escribiendo este ´Diario del dinero´ me sentí haciendo una inversión. Invertí los términos: gastar es una nueva oportunidad de contar y ganar es perder la vergüenza y desnudar cuánto recibo por mis trabajos».
Los pesos gastados -australes hay también-, en la prosa fragmentada de Bléfari son paseos dispersos, preocupaciones, discos, trámites, pagos que se demoran, libros (de Voltaire a Juana Bignozzi), sueños, registros de la vida cotidiana: un viaje en colectivo, la compra en el super, o los apuntes que llevó a una entrevista laboral con la Televisión Pública, donde haría sus columnas sobre literatura: «lectura transversal, de gusano»; «leer es escribir», «leer no es estudiar»; «no se puede abarcar todo, es algo que está perdido desde antes de comenzar».
Como el viento, que la autora evoca en la contratapa («quise que las entradas estuvieran desordenadas como si un viento hubiese entrado por la ventana y volado las hojas»), la escritura de estos muchos diarios escritos en distintas etapas de su vida son como bocanadas de aire que van, en una mismo párrafo, de la compra en la fiambrería a lo que ella piensa sobre el acto creativo.
«En relación con el hacer canciones -escribe después de contar sobre los quesos que compró-, se me ocurre que el carácter cinematográfico de la canción también se manifiesta al elegir una escena de la vida, una observación, de aquellas que Juana Bignozzi consideraría sin campo mítico, una especie de «¿y con eso qué?», y a través de la entonación -la melodía- conseguir el estado de suspensión necesario para que se transforme en un momento palpitante».
Hay entradas preciosas, pura poesía. Escribe, por ejemplo, «Respirar no es sentir, más bien es inventariar lo que falta» y en otra entrada, del año 2000, cuando llevó un registro de hospital, primero con la internación de su mamá, después de su papá, anota: «Las hojas y las ramas de los árboles son como un plumaje cuando las agita el soplar del viento, tan desordenado. Una inquietud en un sueño: aparece una hoja de malvón debajo de la mesa de luz de la habitación del hospital que después de haberla tirado por la ventana vuelve a aparecer una y otra vez».
La reina del indie
Contracultural y de la escena independiente, reina del indie como la llamaron también, Bléfari es recordada por la legendaria banda Suárez, su trabajo musical solista y como cantante de Sue Mon Mont. También como actriz, porque protagonizó «Silvia Prieto», actuó en «Rapado» -ambas del cineasta Martín Rejtman-, y tuvo papeles en «Yo, la peor de todas», «La idea de un lago» y «Adiós entusiasmo», entre otras películas.
Además de la música y la actuación, Bléfari publicó libros, como «Poemas en prosa», «La música equivocada», «Las reuniones» y «Antes del río». Cultivó muchas artes, en una entrada de 1999, escribe: «Quiero ser todo. Todo. Quiero escribir mucho, siempre digo esto cuando retomo. ¿Será que la impresión de alguien como yo vale? Ese revuelto de sensaciones y pensamientos deshilvanados que forman un cuerpo cambiante y enérgico».
Éste, su último libro, «Diario del dinero», fue una iniciativa de la propia Bléfari, y aunque su partida ocurrió antes de que pueda ver cómo quedó en su versión final, estuvo al tanto de las pruebas y «estaba contenta» de que por fin estuviera tomando forma.
Sin pandemia su publicación se preveía para la Feria del Libro, entre abril y mayo.
En la última entrada de este diario, 28 de mayo de 2019, Bléfari escribe sobre el encuentro con los editores cuando presentó la idea. «Era algo que ella venía escribiendo hace muchos años, entradas en un diario sobre sus gastos. Fue una charla muy linda de cómo en la Argentina se puede contar la historia de una vida a través de las distintas etapas monetarias, devaluaciones, peso, australes, dolarización, inflación», recuerda sobre ese día Nicolás Moguilevsky, coordinador general de editorial Mansalva.
«Para Rosario era un libro muy importante. Ella, en general, escribía poesía, algunos relatos, pero esto es casi una autobiografía en forma de diario, porque habla de sus inicios en los años 80, desde que está en el colegio, hasta el año pasado. Digo que es un diario del amor, porque es un libro lleno de relaciones y de vínculos. Rosario habla mucho de su familia, de sus padres, amigos, parejas, el pasado, presente, distintas épocas. Hay muchas evocaciones de distintos momentos, no son gastos anotados en una libreta, sino una forma de vivir».
«Además de haber mucha pregnancia en su forma de escribir, hay un valor poético altísimo en el libro y el valor documental y testimonial que se presenta es único. Creo que va a venir a llenar un espacio que Rosario estaba llenando y lo va a seguir llenando para siempre. Y este libro es algo así como un testimonio de lo que fue su vida», apunta Moguilevsky.
«Diario del dinero» es un libro que conmueve por cómo está escrito, por lo que confía, lo que registra, por la intimidad y por el vacío que deja su muerte. Pero como la propia Bléfari dijo en una entrevista con Télam hace algunos años, «no hay otro acto creativo que el del transcurrir diario, la relación con las otras personas y el mundo en general… Es un servicio voluntario que no se exige ni se impone de ninguno de los dos lados, pero brinda satisfacción, aunque, por supuesto, incluye sacudones y picores. Ese acto se termina de construir con el espectador, lector, oyente, aunque se produzca a solas».