El historiador francés Roger Chartier, uno de los mayores especialistas sobre la historia del libro, considera que la pandemia no hizo más que darle una forma «paroxística, exacerbada» a las nuevas prácticas de lectura que ya estaban en marcha, aunque advierte que «nadie está obligado de volverse prisionero de los algoritmos de Amazon o de las falsas noticias de Facebook: hacerlo es abandonarse a una servidumbre voluntaria».
El autor de obras como «El mundo como representación», «El orden de los libros», «Historia de la lectura en el mundo occidental» y «Las revoluciones de la cultura escrita» se ve privado por estos días de un ritual que le gusta mucho: visitar la Argentina. Así, este huésped recurrente de la geografía porteña, que cada tanto llega para trazar nuevas coordenadas en torno a las relaciones entre ficción, memoria e historia -los tópicos centrales de sus indagaciones- deberá conformarse este año con una etérea visita en formato virtual.
Chartier participó de una nueva edición de la Feria de Editores, reunida este año bajo la consigna de «La edición en tiempos inciertos. Una mirada histórica para comprender las transformaciones contemporáneas», un tema que habilita desvíos sobre los nuevos protocolos de lectura que estaban en ciernes y la pandemia terminó de empujar.
«Los redes sociales y la lectura digital, apresurada y crédula, dieron (y dan) una fuerza inédita a los peligros que amenazan la verdad y la democracia», alerta el ensayista, autor de numerosos trabajos sobre las configuraciones del pasado producidas por la ficción narrativa, la evolución de los hábitos lectores a través de los siglos y la manera en que el tiempo histórico se hace presente en las obras literarias.
– A grandes rasgos esta pandemia fue leída como un punto de inflexión de la vida cotidiana, pero también como algo que devela aspectos que permanecían ocultos y ahora están en el debate público, como repensar ciertas prácticas culturales y aprovechar la oportunidad para des-automatizarlas ¿Esta situación generará nuevos paradigmas, en tanto las visitas a los museos o las ferias literarias estarán sujetas a protocolos marcados por lo sanitario?
– El tiempo de la pandemia dio una forma paroxística, exacerbada a evoluciones ya poderosas antes de sus comienzos. Una encuesta reciente sobre las prácticas culturales de los franceses muestra que 15% de ellos vivían ya en un mundo exclusivamente digital, entre videos online, juegos electrónicos y redes sociales. La mitad de estos practicantes tiene menos de 25 años. ¿Son los lectores del porvenir? La misma encuesta muestra también la regresión de la lectura en los más jóvenes. En 2018, más de 80% de los franceses nacidos entre 1945 y 1974 declararon que habían leído por lo menos un libro en el año anterior. Era el caso de los nacidos entre 1996 y 2004, solamente un 58%. Al revés, aumentaron todas las prácticas digitales para los jóvenes entre 15 y 24 años. Para 60% de ellos, el consumo cotidiano de videos online se volvió la práctica cultural dominante. No sé si estos resultados serán los mismos en Argentina, pero lo sospecho. Muestran en todos casos una redefinición de la noción misma de cultura y la necesidad de un esfuerzo colectivo, político y social, para salvaguardar el mundo que no queremos perder.
– A propósito de lo que menciona, un relevamiento reciente realizado en la Argentina determinó que el 62% de los lectores son mixtos, es decir, que eligen indistintamente el formato papel y el digital ¿Este tipo de resultados ayuda a dejar atrás la idea de una lucha o rivalidad entre la cultura impresa y la virtual?
– Lo dudoso de esta idea del «lector híbrido» reside en la palabra «indistintamente», porque en realidad son profundamente distintas estas dos formas de lectura. Sin embargo, es verdad que los lectores no lo perciben porque domina la concepción y el discurso de la supuesta equivalencia entre lo impreso y lo digital. En realidad, son regidos por dos lógicas muy diferentes. La lógica de la cultura impresa es una lógica del viaje, del pasaje, de la peregrinación tanto entre los varios espacios de la librería o las diferentes estanterías de la biblioteca como sobre la página del diario. El lector encuentra lo que no buscaba. Construye el sentido de cada texto a partir de su coexistencia con otros en el mismo número de la revista o sobre la misma página del periódico. Y gracias a la materialidad del libro, ubica en la totalidad de la narración el fragmento que lee. Es una lógica topográfica. Como sabemos, la lógica del mundo digital, que se organiza a partir de clasificaciones temáticas, es la lógica del algoritmo, destinado a identificar y satisfacer los intereses y gustos de los lectores, considerados como series de datos. Más allá, la lectura digital es una lectura plasmada por las prácticas de las redes sociales. Estas prácticas imponen una lectura acelerada, impaciente, fragmentada, que autentifica la verdad de los enunciados leídos a partir de su difusión dentro de una misma comunidad de usuarios, sin necesidad o deseo de averiguarlos. Permite encontrar en un click lo que se busca. Al mismo tiempo, pone en jaque la definición antigua del «libro», que supone una arquitectura en la cual cada elemento desempeña un papel particular, y aleja de la lectura lenta, atenta, incrédula, que requieren tanto los libros que no nacieron como digitales como el uso crítico de la razón.
– Durante todo este tiempo de confinamiento, muchas de las actividades culturales y sociales se desplazaron al formato virtual. Cuando todo tome la forma de una normalidad más familiar ¿cuánto sobrevivirá de ese universo intangible en el que ahora tienen lugar nuestros intercambios? Dicho de otro modo ¿la cultura tendrá mayor incidencia en las plataformas virtuales?
– El tiempo de la pandemia fue y todavía es un tiempo del «todo digital», tanto para las comunicaciones formales e informales como para las compras online y la lectura de libros en formato electrónico. Los datos de la Cámara Argentina del Libro muestran que 60% de las novedades registradas en abril del 2020 eran títulos que ya contaban una versión en papel y que se publicaron en formato digital. Las compras de libros en un tiempo de cierre de las librerías se volvieron casi exclusivamente electrónicas. Las lecturas se apoderaron de los libros y periódicos en su forma digital. El interrogante fundamental es saber si las prácticas del tiempo del confinamiento perdurarán después de su fin y si la compra y la lectura de libros electrónicos alejarán a más lectores del libro impreso (que constituía, antes de la crisis, el 90% del mercado del libro casi en todos países). Si no lo queremos, como ciudadanos debemos presionar a los poderes públicos para que ayuden los editores y los libreros, tomando las medidas urgentes que permitirán evitar las quiebres y desapariciones: subvenciones, exenciones fiscales, préstamos garantizados, encargos públicos, etc. Y como consumidores, debemos resistir a las facilidades del click y comprar libros en las librerías, leer en las bibliotecas, preferir la forma impresa del libro, de la revista o del diario, y así mantener vivas las instituciones de la cultura impresa.
– En paralelo al avance del Covid-19, los gigantes informáticos como Netflix, Apple, Amazon y Facebook han aumentado exponencialmente su poder…
– Es verdad que la metáfora del virus encontró éxito: un video se vuelve «viral», un virus electrónico puede destruir la computadora como el covid destruye vidas y hábitos. Me parece que puede ser peligroso «naturalizar» así los comportamientos humanos. No son absolutamente determinados. Son el resultado de la falta o toma de conciencia de los individuos. Siempre existe intersticios en los mecanismos de imposición que otorgan reticencia y resistencia. Nadie está obligado de volverse prisionero de los algoritmos de Amazon o de las falsas noticias de Facebook. Hacerlo es abandonarse a una servidumbre voluntaria. Es nuestra responsabilidad como autores, como editores, como periodistas, como ciudadanos, ayudar a cada uno a entender lo que debe hacer para sustraerse a las facilidades e ilusiones del mundo digital. Es un recurso esencial como lo mostró el tiempo de la pandemia. Permitió los encuentros, las clases, las lecturas, la información. No era el caso con la peste del siglo XIV. Es justamente por esta razón que debemos medir correctamente riesgos, peligros y pérdidas.