Frente al ideario de belleza canónica que establece como norma la excepción y redunda en lugares comunes sobre partes del cuerpo asociadas a un imaginario de perfección, Andrés Neuman construye en su último libro, «Anatomía sensible», una celebración de los cuerpos reales, a partir de una treintena de textos vitales que activan los sentidos para reapropiarse de la materialidad humana, como disputa política pero también como indagación poética sobre todo aquello que puede decir nuestra corporalidad.
Tratado, glosario o experimentación del lenguaje, el nuevo libro del escritor argentino (radicado en España) despliega un universo de texturas, formas, pliegues, colores y aromas, desde una escritura jugosa capaz de aglomerar poesía y aforismos con breves ensayos sobre distintas partes del cuerpo: está el ojo, el tobillo, la oreja, la boca pero también la mandíbula, el párpado, la sien y hasta el alma.
«Me generó tanto rechazo la industria cosmética y su bombardeo, que durante siete años estudié cada detalle del cuerpo: tobillos, barrigas de mediana edad, pieles ásperas, talones duros, estrías. En el imaginario poético el cuerpo apenas ha merecido poemas o escenas artísticas memorables. No hay poemas de amor al codo o a la caspa, no existe en la literatura ni en el cine. El cuerpo está por renarrar», dice Neuman desde Granada, la ciudad andaluza donde vive desde hace muchos años.
Con la certeza de que tanto el cuerpo como el lenguaje son territorios de disputa, «Anatomía sensible» se inscribe en esa exploración recurrente que Neuman viene trabajando: las múltiples posibilidades que ofrece la escritura. Porque así como en este libro todos los cuerpos son bienvenidos, en su literatura también lo son las búsquedas, los géneros, las obsesiones y los registros, que van desde el humor y el juego hasta la prosa más romántica.
– En pandemia el cuerpo está muy en escena, muere, se confina, se exhibe en redes sociales, ¿cómo atraviesa el cuerpo esta experiencia?
– Andrés Neuman: La literatura no solo modifica nuestra memoria sino que condiciona lecturas porque el conflicto del cuerpo no necesita de una pandemia para que esté en el centro. Vivimos en una época de enorme opresión de los cuerpos, y ni qué hablar del de las mujeres. Pero en los últimos meses se agudizó la crisis del cuerpo porque está siendo sometido a una platonización mercantilista en la que la cosmética devoró todo posible debate. Y en una época donde el campo del juego es el veto de la gordura, la censura del envejecimiento, el ocultamiento sistemático y cruel de la imperfección, la presencia solamente digital, la fantasmagorización del cuerpo, agudizó esos conflictos. Ya ni siquiera podemos confrontar de forma espontánea ese modelo opresivo con la realidad analógica del cuerpo verdadero. Estamos conviviendo con la representación despótica, cosmética y heteronormativa, sin apenas refutarla con pequeños destellos de realidad en la interacción con los cuerpos ajenos.
Y en cuanto al cuerpo propio hay, a la vez, una crisis que tiene que ver con el temor, la precarización y la vulnerabilidad. Se ensanchó la brecha entre esa realidad imperfecta con el imperativo público de mostrar el cuerpo sin conflictos, consumible. Y en ese sentido, las redes sociales son un campo de batalla del que no habla el libro pero ante el que reacciona, porque está escrito contra la cultura del Photoshop.
– ¿Cómo apareció esta obsesión de la anatomía humana, desde una perspectiva celebratoria?
– Me interesaba que el tono fuese una fiesta colectiva y de conciencia de la multitud de matices que tienen los cuerpos. Cada capítulo aborda desde todos los puntos de vista: del niño o la niña, la persona anciana, desde lo trans, lo hetero, lo gay, o sea las formas posibles de encarnar o desear cada zona de nuestra anatomía. Todo cuerpo, al fin y al cabo, es una multitud, porque está hecho de la mirada ajena, de nuestra memoria, de los cuerpos que encontramos. No hay nada más sospechoso y falsamente individual que nuestro cuerpo.
Estamos de acuerdo en señalar los trastornos que puede producir la relación cosmética y mercantilizada del cuerpo, pero el asunto es que se abordan en un tono de indignación y de denuncia. Es imposible salir del cuerpo normativo si no se generan paradigmas de belleza alternativos y no se construye una poética de los cuerpos diversos. Me parece importante desarrollar una especie de fetichismo ampliado, donde la estría, el pelo, el pliegue, esos kilos presuntamente de más, esa piel seca, esas arrugas, formen parte de un imaginario potencialmente poético.
– Un texto llama al ojo «déspota ilustrado» y dice que es la posibilidad de representación del cuerpo ¿cómo se vincula con la cultura del Photoshop?
– La sociedad digital agudizó el imperio del ojo: la cultura visual siempre fue central en nuestra experiencia del cuerpo pero hemos dado un paso más. Las redes sociales y el Photoshop, no por demonizarlas, funcionan como herramientas de corrección digital y están propiciando una reducción atroz de nuestra capacidad de mirar y, por ende, de imaginar el cuerpo. El imaginario está tan photoshopeado que incluso sabe cómo amagar con la aceptación de la vejez para terminar de negarlo aplastantemente. En ese sentido, todo lo que no se muestra en redes, todo lo que el Photoshop elimina, este libro lo ilumina.
– ¿Y por qué sabemos más de geografía que de anatomía humana?
– El cuerpo se da por sentado y esa es la mayor traición que podemos cometer. Nuestra división entre alma y cuerpo es un malentendido trágico que funda la cultura occidental, así que no es muy sorprendente que todo el trabajo intelectual, toda la conceptualización de lo político hasta muy entrado el siglo XX, gracias al feminismo, omitía flagrante y peligrosamente las disputas del cuerpo. Se ha invisibilizado el cuerpo dentro de los saberes hegemónicos.
Cuando te explicaban las figuras retóricas en la escuela, nos encontrábamos con lugares comunes vinculados al cuerpo, eso de «cabello como el oro», «piel de seda». Desde la escuela parece muy clara la relación entre un modelo de belleza canónica, el cuerpo y la función del lenguaje literario, como si desde el principio el lenguaje poético tuviese la misión de confirmar una idea de belleza. Eso que parece inocente tiene implicaciones muy graves porque seguimos fantaseando desde esa batería de metáforas opresivas.
– ¿Busca el libro desarticular esas metáforas?
– Está escrito para resetear ese arsenal de metáforas. Pero no por una cuestión condescendiente de inclusión, es desde la noción de que la mayoría de la población tiene un cuerpo imperfecto. Hay una especie de silencio atroz y es que el 99 por ciento de los cuerpos reales no están representados en la esfera pública, no están en el cine, en la literatura, en la tradición erótica. Si no somos capaces de poetizar el 99 por ciento de los cuerpos reales entonces sabemos muy poco de cuerpos y, por supuesto, también de poesía.
– Allí las artes tienen un terreno enorme para indagar, entonces.
– Claro, porque afecta nuestro propio placer, se limita nuestro goce. Ya no es una cuestión de criticar los aparatos de reproducción ideológica: es opresivo para quienes reproducen ese discurso también. La persecución de la perfección nos aleja del hedonismo físico. Es un problema político y muy vital porque si no construimos un discurso colectivo que habilite la celebración de una belleza que prescinda de los modelos canónicos cada vez más se estrecha nuestra experiencia placentera en el cuerpo propio y ajeno. Llegó la hora de reivindicar, no como excepción, sino como nueva norma todo el repertorio de imperfecciones que es la normalidad.