En su reciente libro «La vanguardia permanente», Martín Kohan apela al ensayo como género de exploración para rastrear definiciones sobre la vanguardia pensada como categoría que tensiona la conceptualización de lo nuevo en la narrativa argentina, y lo hace retomando autores y tradiciones que marcaron rupturas o establecieron continuidades posicionándose ante su tiempo histórico desde su intervención pública.
Autor de novelas como «Dos veces junio», «Ciencias morales» y la reciente «Confesión», Kohan (Buenos Aires, 1967) trabajó en este libro, editado por Paidós, un sistema de preguntas sobre la vanguardia estableciendo conversaciones con definiciones de Ricardo Piglia, Héctor Libertella o Josefina Ludmer y retomando obras de Juan José Becerra o César Aira.
De esta manera, presenta un documento que convoca a leer y releer autores a 100 años de las vanguardias históricas, tendiendo puentes entre definiciones de Piglia como que «la literatura es la vanguardia de un ejército que retrocede» con las de Libertella, para quien «el futuro ya fue», porque si hay un futuro -agrega Kohan en su análisis- es en el pasado.
El autor también sitúa la aparición de la literatura de Aira, a comienzos de la década de los 80, como «algo nuevo, nuevo de veras, que por ser tal, obligó (tanto a los apólogos como a los detractores) a pensar cuestiones nuevas».
El ensayista de títulos como «El país de la guerra» o «Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamin» deja planteados en «La vanguardia permanente» interrogantes que funcionan como disparadores para pensar la posibilidad de lo nuevo en la narrativa argentina sin acudir al esnobismo.
– El ensayo como género de exploración permite, en este caso, pensar en una categoría como vanguardia que se la suele dar como supuesta, como sobreentendida. ¿Cómo te interesó comenzar esa exploración?
-Martín Kohan: A menudo las discusiones se empantanan por un deslizamiento que lleva del sobreentendido al malentendido. Se supone que sobre tal o cual noción se está entendiendo lo mismo, y resulta que en verdad no es así. La noción de vanguardia se presta mucho a eso, a creer que la mencionamos y todos vamos a entender lo mismo. Por eso me pareció conveniente recorrer primero algunas de las tantas concepciones de vanguardia que se han propuesto, y subrayar en todo caso aquellas en las que iba a apoyarse mi argumentación.
– En uno de los primeros capítulos te dedicás a la vanguardia «moderada», aquella que se desarrolló hacia los años 20 en el siglo pasado y se planteó cómo construir algo nuevo pero no destruir lo que había. Pero fundamentalmente lo que advertís en esa literatura es el peso de instaurar una tradición. ¿Qué de ese carácter de moderación quedó impregnado en esa tradición?
-M.K.: Me parece que se produce ahí una marca diferencial considerable. La existencia de una vanguardia moderada (con todo lo que esa formulación sugiere como paradoja o como oxímoron), justo cuando en otras literaturas proliferaban las vanguardias radicales, cambia por completo en el sistema literario argentino el tipo de dilemas que supone de por sí la existencia de vanguardias clásicas o de una tradición de vanguardia. ¿Cómo pensar o producir lo nuevo, cuando lo nuevo en sus variantes más de ruptura ya es clásico, cuando ya es tradición? Pero con esa vanguardia moderada de los años 20 en la literatura argentina cambian en principio los términos del problema.
– ¿Cómo pensar a Borges desde lo que impone como nuevo en las formas pero también desde lo que estableció como tradición?
-M.K.: Lo considero un gran escritor de lo nacional y un gran escritor del cuerpo. Y creo que lo que hace Borges en la literatura argentina abarca todo: produjo lo nuevo y también moderó lo nuevo, se atuvo a la tradición y también actualizó la tradición, es decir, la reactivó mediante lo nuevo. Hizo todo.
– En los 90, Piglia dictó el seminario «Las tres vanguardias», ¿cursaste ese seminario?, ¿cómo recordás esas clases?
-M.K.: Recuerdo muy bien las clases. Podría decirte lo siguiente: era tal el caudal de ideas que abría Piglia en las clases, era tal el estímulo intelectual que producía, que volvía a mi casa después de esas clases y no me podía dormir. No podía parar de pensar.
– Sobre Piglia decís que para él la vanguardia era un contexto, un lugar desde donde leer, ¿cómo dirías que se podía advertir esto en su literatura?
-M.K.: Es que no considero que su propia literatura quepa en alguna de las reformulaciones de la vanguardia. En cambio, su máquina de lectura sí es capaz de producir vanguardias, de constituir vanguardias; imprime vanguardismo como efecto de lectura. Es lo que hace con esas tres vanguardias (Saer, Puig, Walsh), pero también con su manera de ubicar a Macedonio Fernández.
– Acercándonos al presente, repasás el modo en que las nuevas tecnologías fueron operando en la literatura y si hubo invención de un nuevo género. Ahí aparecen los blogs, pero fueron espacios que, al pasar al libro, evidenciaron formatos preexistentes: crónicas, diarios o cuentos. ¿Qué diálogos advertís que se establecen entre las formas de ser escritor y las redes sociales en el presente? ¿Esa ambición por ser escritor y no por escribir se retroalimenta en el universo de las redes?
-M.K.: Así parece, ¿no? Y en ese sentido las redes han resultado muy útiles, porque han facilitado mucho las cosas. Para «ser escritor», no hay más que decirse escritor. Cosa que me parece muy bien, porque no le veo nada especial al hecho de ser escritor. Y las redes propician que cada cual se ocupe de hablar de sí mismo y de señalarse a sí mismo como escritor. Lo cual me parece ideal: ninguna restricción, satisfacción asegurada. Un vaso de agua no se le niega a nadie; el ser escritor, tampoco: esa es mi tesitura. Eso sí: las escrituras, las lecturas, las escrituras de esas lecturas, la lucha de poéticas, la lucha de legitimaciones y de contra legitimaciones, todo eso sigue otro curso; no tiene nada que ver con lo anterior.
– La risa aparece varias veces en el ensayo, ¿es un punto de partida para despegar a la vanguardia del esnobismo?
-M.K.: La risa me parece un antídoto colosal para muchas cosas. Por ejemplo, para esa.
– ¿Cómo pensar una vanguardia en un momento en el que cuesta tanto pensar el futuro, proyectar en un presente tan complejo?
-M.K.: Te diría que ese fue el punto de partida (y además, en cierto modo, el objeto principal) para escribir «La vanguardia permanente». No es que tenga una respuesta a esa pregunta; lo que hice fue desplegar la pregunta, recorrerla, tratar de abrirle perspectivas; no dar el asunto por resuelto (porque no está resuelto), pero tampoco por clausurado desde el vamos (como pretenden las estéticas más conservadoras). Pensar lo nuevo en tiempos del más de lo mismo, pensar un futuro cuando parece no haber un futuro (el que asoma luce tan igual al presente, que no funciona en verdad como un futuro). Y cómo hacer, de la imposibilidad de las vanguardias (ya que fueron absorbidas, neutralizadas, fagocitadas, domesticadas), una posibilidad. De esa misma imposibilidad, una posibilidad.