Marina Yuszczuk en «La sed» construye una vampira durante la epidemia de la fiebre amarilla, en la Buenos Aires del siglo XIX.
Con precisión y audacia, Marina Yuszczuk apuesta en su nueva novela, «La sed», a reflexionar sobre las formas de procesar la muerte, sobre las posibilidades de acompañar en ese trance a un ser querido y sobre cómo estas prácticas fueron modificadas en el tiempo pero siempre supusieron una entrega y un movimiento que requiere de una cierta soledad.
Autora de los libros de poemas «Lo que la gente hace», «Madre soltera» y «La ola de frío polar», Yuszczuk también escribió la novela «La inocencia» y los cuentos de «Los arreglos» y «¿Alguien será feliz?» y en este caso se volcó a la novela para hablar «no de la muerte nada más, en abstracto», sino de los cadáveres, con los que -sostiene- «nuestra sociedad tiene una relación particular».
«La descomposición es un tema tan demodé, ahora que todos quieren cremarse… sobre eso quería escribir. No solamente sobre la muerte y el duelo en el plano sentimental, sino sobre el horror del cuerpo muerto», explicita sobre el libro publicado por Blatt & Ríos.
De esta manera, construyó a una vampira ubicada en la Buenos Aires del siglo XIX, que atraviesa la epidemia de la fiebre amarilla, pero que también se involucra con una mujer que transita el dolor ante la muerte de su madre.
– ¿Cómo arrancó la escritura: por ese universo gótico o por la segunda parte, en la que lo contemporáneo se impone?
– Mi idea inicial era un relato en primera persona de un vampiro que iba atravesando el tiempo, pensaba que sería la narradora de toda la novela y quería mostrar la dificultad de adaptarse, me preguntaba dónde estaba el límite, cuánto se podría «acostumbrar», si odiaría el presente y por supuesto cómo se las arreglaría para alimentarse. Quizás hubiera sido una novela sobre el tiempo, no sé. En un momento ella se cruzaba con la protagonista de la segunda parte. Pero después la idea de construir dos voces, dos narradoras de épocas distintas y con registros diferentes me sedujo mucho más, y me dejé llevar por eso. Creo que fue una buena decisión; la verdad es que una se maneja por intuiciones pero recién ahora puedo ver con claridad el efecto que produjo ese recurso: todo lo que cada una puede, y no puede, decir sobre el deseo, sobre la muerte.
– Sobre la primera parte, hay frases como «el mundo se había quedado en silencio para mí» o referencias a otra epidemia como la de la fiebre amarilla y sus consecuencias que dan cuenta de nuestro presente. ¿Cómo funciona la distopía para pensar «la realidad»?
– Lo más loco es que, aunque no pienses la realidad, la realidad te encuentra. Estábamos muy lejos de vivir una pandemia cuando escribí el episodio de la fiebre amarilla, o quizás no tanto, porque después leí pronósticos de epidemiólogos, pero yo no lo sabía. Que aparecieran cuerpos en la calle cubiertos con una sábana, que colapsaran los cementerios, era impensable. Algo del pasado. Lo escribí porque investigué sobre el tema, como algo muy lejano, que habíamos dejado atrás, y de repente apareció en los diarios, en la tele. Es muy increíble. Pero en todo caso la vampira viene a decir eso: que aunque ocultemos la muerte, aparece. Por algún lado rebalsa.
– Hay una frase que condensa mucho de la novela: «Quizás la perfección para ocultar la muerte sea la victoria más contundente de este siglo». ¿Podemos decir que es una novela sobre las formas de atravesar la muerte?
– Sí, pero hay algo más específico sobre lo que nadie quiere hablar y de hecho en entrevistas no me preguntaron todavía: yo no quería hablar de la muerte nada más, en abstracto, quería hablar de los cadáveres. Que me parecen la parte atroz, inmanejable. Y con los que nuestra sociedad tiene una relación particular. Hay mucho morbo clandestino, muchas fotos que se pasan furtivamente, búsquedas en internet, así como hay acceso a la pornografía también hay acceso como nunca a esas imágenes que sin embargo nadie dice mirar.
– La relación madre-hija está en muy presente en tu obra. En «¿Alguien será feliz?» está el registro de ese intento e imposibilidad de habitar el vínculo con los padres a medida que nos convertimos en adultos. Sin embargo, acá está esa hija que acompaña casi sin decidirlo, más bien como un impulso, la muerte de su madre.
– Sí, siempre hay madres. No escribí casi sobre padres. Una razón que se me ocurre es que en la relación con la madre hay algo primitivo que me interesa, que pasa por el cuerpo. En «Madre soltera» está eso, en otra novela que escribí, «La inocencia», también. Y acá aparece la narradora preguntándose cómo se sentirá el mundo cuando el cuerpo de su madre no esté más en él. Es más, hay varias facetas en una misma madre que acá, creo, aparecen dispersas entre las distintas madres de «La sed», una terrible, entregadora, que traiciona a la hija, y la otra al parecer más amorosa. Y también está la luna. No sé si diría que escribo en femenino, pero sin dudas hay ciertas experiencias del cuerpo y de lo femenino que me interesan: maternidad, sexo, sangre, menstruación, está todo en esta novela. Y el cuerpo de la madre como una cáscara que aloja al hijo y después, ¿qué? En ese sentido, siempre sentí que hay una relación muy fuerte entre las mujeres, la sangre y lo vampírico, de hecho, las primeras figuras de vampiros eran mujeres.
– ¿Cómo construiste a esa vampira? ¿Recordás referencias al mundo gótico que te impactaron y acompañaron en la escritura?
– Antes que lecturas te puedo hablar de todas las películas de vampiros con las que siempre tuve fantasías, empezando por Drácula. Creo que en el cine se luce como en ninguna otra parte todo lo sexual de la mordida del vampiro: el cuello desnudo que se ofrece, el arrebato imposible de resistir, la entrega. «Only Lovers Left Alive», de Jarmusch, también es una película que me hizo pensar mucho. Para mí, un vampiro con la boca manchada de sangre es un escándalo de sexo. Y si bien releí a Stoker, a Sheridan Le Fanu y demás, creo que fueron mis lecturas del decadentismo francés las que me hicieron construir mucho de lo sensorial en la novela, Rachilde, Huysmans, ese tipo de autores.
– La novela podría dialogar con ficciones de una autora como Mariana Enriquez. Justo vi que le agradeciste la lectura de esta novela.
– Fue la única que la leyó. Es más, es la primera vez que le doy a leer a otra persona algo mientras estoy escribiendo. Me hizo una devolución inteligentísima, porque es una gran lectora, y creo que fue lógico que pensara en ella porque no es tan fácil encontrar a alguien que se tome en serio cierto tipo de literatura. Lo que hizo Mariana en la literatura argentina es épico, digo, tomar un género que normalmente no se piensa como prestigioso y llevarlo a otro lugar. Igual creo que llegamos al terror desde lugares casi opuestos: ella está muy empapada de lo contemporáneo y yo hice algo totalmente anacrónico.