Cuando es invierno, Luciana comienza su día laboral a las ocho de la mañana. En verano, lo hace entre las seis y las siete. Su lugar de trabajo es el campo y la luz solar marca el comienzo de la jornada. La rutina no arranca si no es con un mate en la mano, para despertar la mente y calentar el cuerpo.
Luego empieza con las tareas del día: alimentar a las gallinas y los pollos, cosechar en la quinta y preparar lo recolectado para venderlo en una feria urbana, agroecológica. Durante la tarde prepara almácigos, que es la germinación de semillas para su posterior trasplante, o riega si es necesario.
Isabel, como Luciana, también es una mujer rural. Se dedica a vender quesos artesanales, un emprendimiento que lleva adelante con su familia.
Desde las grandes urbes, el trabajo de Luciana e Isabel pasa desapercibido. También su rol en la sociedad, como mujeres rurales.
Las mujeres rurales, una cuarta parte de la población mundial, trabajan como agricultoras, asalariadas y empresarias.
No obstante, según datos de Naciones Unidas, más del 80% de los propietarios de las tierras son hombres.
Cada 15 de octubre se conmemora el Día Mundial de las Mujeres Rurales. Un día para reflexionar sobre el trabajo que realizan miles de mujeres en el mundo. También para ahondar en las luchas que principalmente son lideradas por mujeres.
El extractivismo y el calentamiento global, el derecho a la tierra y lograr la producción sustentable de alimentos son temas que debaten.
Derecho a la tierra
En las ciudades el derecho a la tierra no es un asunto que se cuestione habitualmente, ni que ocupe parte de la agenda mediática. Sin embargo, es una realidad para miles de mujeres campesinas que no poseen territorios. Menos del 20% es propietaria. Además, tienen mayores dificultades para acceder a créditos o materiales agrícolas para trabajar.
Sucede, también, que con las mujeres rurales se borra con mayor facilidad la línea que separa las tareas domésticas -como cuidar de las y los niños, cocinar, aseo, limpieza, entre otras tareas no remuneradas- con el trabajo en el campo.
Esto genera una sobrecarga en las mujeres. Inclusive una distancia con las mujeres urbanas en el acceso a políticas públicas para el cuidado de niñas y niños en centros de cuidados mientras se desarrollan laboralmente o estudian.
Retornando a la cuestión del derecho a la tierra, se trata de un derecho humano fundamental no reconocido por ninguna legislación internacional. Refiere a la posibilidad de utilizar, controlar y transferir una parcela de tierra.
Según la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) incluye: ocupar, disfrutar y utilizar la tierra y sus recursos; restringir o excluir a otros de la tierra; transferir, vender, comprar, donar o prestar; heredar y legar; acondicionar o mejorar; arrendar o subarrendar; y beneficiarse de los valores de la mejora del suelo o de ingresos por alquiler.
Esto cala directamente en temas transversales a la vida humana. El derecho a la tierra es la base para el acceso a la alimentación, trabajo, vivienda y desarrollo económico.
Diversas organizaciones campesinas con perspectiva feminista interpelan el actual orden de las cosas.
Ejemplo de ello es La Vía Campesina, que aglutina a 182 organizaciones en todo el mundo. Desde este movimiento las mujeres rurales se agrupan y estrechan lazos.
La última cumbre fue celebrada en 2018, en Sri Lanka, uno de los países más pobres y densamente poblados. En el país asiático se cuestionó la avanzada de modelos extractivistas, en contraposición a su lucha y cosmovisión ya que concebir a la tierra como un derecho es también respeto por lo que en ella se siembra y cultiva, cómo, cuándo y dónde se hace.
Soberanía alimentaria
Otro debate que mueve a las mujeres rurales es la soberanía alimentaria. Este 2021 se cumplieron 25 años del lanzamiento de este paradigma, en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de Roma.
La soberanía alimentaria reivindica la autonomía y la capacidad de acción de los/las pequeños productores y trabajadores en el ámbito de la alimentación frente al creciente poder de las corporaciones de todo el sector”, explica el movimiento La Vía Campesina en un manifiesto.
Soberanía alimentaria es un tema amplio, que abarca diversas aristas como la fumigación con agrotóxicos para la producción masiva de alimentos que en su excesivo uso afecta a la salud.
Córdoba tiene un gran ejemplo de lucha con las Madres de Ituzaingó”, una organización que lleva este nombre por las protagonistas de la lucha y el barrio donde se originó.
Gracias a ellas en 2012 se realizó el primer juicio en toda América Latina que consideró a la fumigación como un delito.
Durante 10 años, las mujeres relevaron casa por casa problemas de salud en la comunidad. Del 2002 al 2012, hubo 142 muertes por cáncer en el barrio Ituzaingó Anexo.
Si bien no son mujeres rurales, la resistencia de estas vecinas cordobesas se entrelaza con la demanda por la soberanía alimentaria y el real desarrollo sustentable.
Volviendo al comienzo, a las mujeres citadas -cuyos testimonios de vida se pueden escuchar en el documental del canal alemán DW Mujeres Rurales: la fuerza de Uruguay”- existe una vía sustentable en la forma de producir alimentos.
No falta poco para el 2050 y pensar cómo alimentar a una población mundial de 9.000 millones de personas. En el durante, hay otras maneras de ser y hacer que se replican globalmente. En la voz de las trabajadoras rurales y desde el feminismo campesino hay mucho para escuchar e incorporar.