Narrar es seducir. Está todo calculado. O no: más bien todo lo contrario. Aunque parezcan modos excluyentes, muchas veces funcionan en simultáneo: el cálculo y la inconsciencia. Narrar es un arte difícil (muy) pero es un arte saludable.
Katchadjian sostiene una tesis, en paralelo al psicoanálisis y corrientes heterodoxas: “Heinrich von Kleist dice que escribir es acceder a un estado nuestro que sabe más que nosotros. Uno sabe mucho más de lo que sabe. Por eso me parece que un plan de escritura pierde con respecto a lo que puede provocar la escritura misma.”
Los lectores podemos adivinar en “Amado Señor” (Blatt & Ríos, 2019) la aventura sin mochila, el salto sin red. Un viajero con rasgos de personalidad punk, anarquismo irónico y la abstracción de un poeta. El título integra la lista de cinco novelas seleccionadas para el Premio Medifé Filba 2021. Aunque no es una novela. O sí, en parte, junto a otras varias cosas.
Hay muchos artículos sobre el libro. El término libro resulta problemático. ¿Qué es un libro? Un significante vacío. Es curioso porque el mismo Katchadjian dijo que en “Amado Señor” no hay nada, “y esa terminó siendo la propuesta: producir un vacío”. Nada mejor que el vacío para las resonancias, los ecos.
Volviendo a la cuestión terminológica, podemos decir que existen -o pretenden existir- las novelas, la poesía, el ensayo, los manuales escolares, las agendas turísticas, cosas muy diversas entre sí que tienen en común estar contenidas entre dos tapas. Con “Amado Señor” no hay otra que utilizar el término.
Libro
Inclasificable, mutan sobre él el ensayo, la poesía, la narrativa sin adjetivos y la fábula, la acción contínua de la nouvelle, la epístola, el diario de un loco y una literatura al fin original porque es tajante: la vida forcejea contra el destino, para ser vida y no destino. Una lucha para empujarlo hacia un lugar no determinado. Moverle el arco al destino. Hacia una forma nueva. Un libro degenerado.
“¿Qué es la vida? Eso me lo estás preguntando vos. Y yo te respondo: la vida es lo que se opone al destino. Esto no lo sabía antes, lo sé ahora. Y lo sé porque te hablo. La vida viene hacia mí y entonces yo puedo entenderla. Una vez estuve en un pequeño naufragio; todos nadamos y nos salvamos. El naufragio era la vida, y nadar era la vida: el destino era hundirse”.
“Amado” puede leerse como un rezo agnóstico, la búsqueda de una trascendencia divina a través del raciocinio extremo del lenguaje y su desmontaje. El destinatario de estas cartas reclama la totalidad. Amado Señor será luego Amada Señora, Amado Beso, Amado Punto, Amada Rosca, Amado Aire Espinoso. Y así. El narrador se dirige a cada molécula. Cuando logra el contacto, quien escribe parece incorporar al inconsciente aquella totalidad. Es allí cuando sucede la segunda manera que tiene la literatura de transitar este libro: la historia clásica como una línea, las fábulas de gitanos en Europa, los diálogos con desconocidos en el subte, la memoria y el olvido familiar.
“Amado Señor:
Ayer me reuní en un bar con tres personas expertas en el arte de moverse que me dijeron que habían notado algo en mi forma de moverme: habían notado que manejo la tensión corporal para lograr un equilibrio. “Como todo el mundo”, dije. “Claro”, me dijeron, “pero vos manejás esa tensión tan bien que perdés la posibilidad del desequilibrio“. Yo no lo sabía, y apenas me lo dijeron me di cuenta de que era verdad. Más tarde entendí que sólo dejo de buscar el equilibrio cuando te hablo a vos”.
Las operaciones de Katchadjian son a primera vista simples. Engordar El Aleph (que le valió la denuncia por plagio de María Kodama); ordenar alfabéticamente el Martín Fierro. El arte de los recursos disponibles. Tensar la tradición. Crear nuevos sentidos dislocando los componentes. También realiza otro tipo de operaciones por las que se lo ha considerado un escritor a la vanguardia.
En 2011 publicó “Mucho trabajo”, un texto al borde de lo ilegible (caracteres diminutos: 2,1 de New Times) que apenas se podría leer con una lupa. Con este tipo de audacias advino la etiqueta: VANGUARDIA. El autor dice no pertenecer, porque nadie sabe qué significa el término.
Katchadjian se pregunta por qué muchas veces aparece esa palabra referida a lo que escribe y produce. Quizá porque se interesa, piensa el escritor, al igual que las vanguardias, en exhibir la mediación y hacer aparecer cosas que no estaban, cosas que responden a la época de manera liberadora. “En ese sentido la vanguardia no sería formal, porque lo formal no libera”.