“Jamás creció una flor en las tumbas masivas de los fusilados; sólo piedra, mata negra y el eterno viento patagónico. Están tapados por el silencio de todos, por el miedo de todos. Sólo encontramos esta flor, esta reacción de las pupilas del prostíbulo La Catalana, el 17 de febrero de 1922: con asesinos no nos acostamos”.
Osvaldo Bayer, La Patagonia rebelde
Osvaldo Bayer habría cumplido 97 años el 18 de febrero de este año. Hace un tiempo, cuando ya tenía más de 80, alguien le preguntó qué no había hecho a lo largo de su vida, a lo que contestó: “En el país de las espigas de oro, como lo nombrara Rubén Darío, no he podido ver una Argentina sin excluidos, una democracia igualitaria como la que se proclamara allá por 1813”.
Pero, a su vez, le gustaba recordarnos que los argentinos no solamente somos hijos de la violencia, el racismo y la crueldad, sino también de aquellos revolucionarios de 1810, como Belgrano, Castelli y Moreno, que soñaron y pelearon por una patria de hermanos libres e iguales.
Hace poco más de un siglo, por 1922, durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen, se produjo la huelga de los peones rurales en Santa Cruz, en la Patagonia argentina, y se le encomendó al coronel Héctor Benigno Varela ponerle freno.
Fueron más de 1.000 los peones asesinados al sur del sur de la patria.
Un 17 de febrero de 1922, para que la tropa desfogara su furia asesina, el coronel dijo a sus soldados que pasaran por el prostíbulo La Catalana, en el pueblo de San Julián.
Las putas recibieron a la tropa armadas. Armadas con escobas, escobillones y plumeros, al grito de “¡cabrones malparidos, con asesinos no nos acostamos!”, y otros tantos insultos propios de “mujerzuelas”, según consta en el protocolo policial citado por Osvaldo Bayer en su ya clásica -e imprescindible- investigación: La Patagonia trágica ya forma parte del acervo literario argentino.
Consuelo García, 29 años, argentina; Ángela Fortunato, 31 años, argentina; Amalia Rodríguez, 26 años, argentina; María Juliache, española, 28 años; y Maud Foster, inglesa, 31 años; todas “pupilas” del prostíbulo La Catalana. Fueron sólo las voces de cinco putas las que, desde su brutal indefensión, se alzaron para denunciar los fusilamientos.
Las arrastraron a la comisaría y luego de abusos y torturas, finalmente, las echaron del pueblo. Más de 50 años más tarde, mientras Bayer investigaba para su libro “Los vengadores de la Patagonia Trágica”, cuenta que dos viejitos le dijeron que la única que regresó a San Julián fue la prostituta inglesa, Maud Foster. Lo llevaron al cementerio del pueblo y le mostraron su tumba, donde siempre es recordada con dos rosas rojas.
Héctor Olivera llevó al cine “La Patagonia rebelde”, donde se relata, con el guion del propio Bayer, la masacre a los peones rurales durante la huelga. Cuenta también Bayer que discutieron con Olivera acerca del final de la película. En principio, los militares echados a escobazos por cinco putas les pareció un final espléndido; luego reflexionaron y se dijeron: “queremos que esta película se estrene…” y le cambiaron el final por otro no menos terrible: el asesino, coronel Héctor Varela, festejando su cumpleaños en un banquete organizado en su honor por sus amigos ingleses, por haber puesto fin a la huelga.
Un año después de finalizada la matanza en Santa Cruz, un 27 de enero de 1923, el coronel Varela fue asesinado en Buenos Aires, en la puerta de su casa de Palermo, por Kurt Gustav Wilckens, obrero anarquista alemán. Le arrojó una bomba y le disparó cuatro tiros, los cuatro tiros que a Varela le gustaba ordenar en los fusilamientos.
Luego de un derrotero de varios meses, el 13 de junio de 1974 se estrenó “La Patagonia rebelde”, con la autorización del entonces presidente Perón. Luego de su muerte, en el mes de octubre, fue prohibida por el gobierno de su iuda, “Isabelita”. Osvaldo Bayer fue amenazado por la Triple A, y partió al exilio en 1975. “La Patagonia rebelde” fue silenciada hasta el fin de la dictadura cívico-militar.
Bayer siempre supo que muchas de sus peleas estaban perdidas de antemano, y aun así se subía al ring. No sé si las putas de San Julián eran conscientes de que su batalla también era derrota cantada. Lo que quedó claro para siempre es que vendían su cuerpo, no su dignidad.