«Cada um escolhe a renda ou a vida, de acordo
com as marcas da sua natureza»
Paulina Chiziane
Estamos muy acostumbrados a identificar un género cuando leemos una novela y, si bien, la buena literatura prescinde de aquellas viejas clasificaciones como aventura, misterio y terror no significa que determinada producción contemporánea se sustraiga del todo a algunas de esas etiquetas. Lo que sí resulta extraño es que un texto narrativo tenga todos esos elementos al mismo tiempo, e incluso más. Pero es lo que sucede con “O sétimo juramento” [El séptimo juramento], la novela de Paulina Chiziane (Premio Camões 2021), que reúne esos componentes en dosis bien medidas.
El hecho de tratarse de un libro mozambiqueño explique tal vez esa particularidad, si consideramos los modos a través de los cuales se expresa la cultura por fuera de los cánones occidentales más ortodoxos. Por lo menos es lo que sucede en este caso, en el que –junto a las prácticas más corrientes de la vida cotidiana- se inmiscuyen pasajes míticos o mágicos que nos hacen tropezar con variables ficcionales algo insensatas.
Esta inquietud se genera porque el universo de la “hechicería” nos toma por completo cuando accedemos al texto y a la historia que nos es contada. Aquí radica lo más grandioso de la experiencia lectora: entendemos perfectamente bien el relato porque se vale de significantes que están a nuestro alcance, sólo que colocados en otra dimensión en la que el misterio se regodea con la visceralidad de la tragedia. La corrupción, la desigualdad social, la injusticia y el poder soberano sobre nuestras mínimas vidas humanas se elevan como los grandes temas de la narración al lado de aquellos otros que comparecen como sus secuelas: la falta de empleo, el hambre, el abuso infantil, la prostitución, el aborto.
De acuerdo a un modelo tradicional que se vislumbra como trasfondo, la novela pergeña la lucha del bien contra el mal como si de una batalla entre la “magia blanca” y la “magia negra” se tratara, lo que le añade un notable cariz de aventura. En ese combate, tanto los procesos colonizadores blancos como la ancestralidad bantú son convocados como partícipes necesarios para explicar, no la historia legendaria de Mozambique, sino la corrupción del Occidente contemporáneo en cuyas manos ha caído la África independiente.
La teoría del sustrato puede explicar mejor este conflicto si consideramos que, cuando se producen las guerras de emancipación en ese continente, primero, y las civiles, después, hubo un acuerdo tácito en dar por terminada las “falsas creencias” de los primitivos y establecer al dios cristiano como regente de la nueva nacionalidad y ponerlo al servicio de la vida moderna. Lo que no puede evitarse –y es lo que Paulina testifica con acierto- es que aquello que fue enterrado por la fuerza irrumpa en la vida cotidiana para hacerse sentir de manera vigorosa en esos momentos en que la razón burguesa y capitalista socava por parcial e injusta. Se trata, nada más y nada menos, que del regreso de lo soterrado de lo que hablaba Freud y que el pulso ancestral deja avizorar a través de los muertos que asisten al protagonismo de los vivos. Este silogismo, traducido a la hora de hacer ficción, significa que, en una trama construida alrededor de un motivo puntual y concreto, los avatares del abismo socavan la estructura y tejen su lógica secreta.
Chiziane pone en marcha la maquinaria de la tradición africana, haciendo implicar al personaje con los sedimentos de las creencias bantúes: pacta con la “magia negra” y vende su alma al diablo para salir airoso y no verse perjudicado. Cuenta para ello con hechiceros especialmente recomendados que le liberan el camino porque favorecen las malas prácticas con crédito y eficacia.
La novela se direcciona hacia una lucha entre el bien y el mal, de la cual el bien resulta triunfante. Sin embargo, debe advertirse que pese a resolver satisfactoriamente el conflicto y concebir un final aceptable y valedero, queda un sabor amargo en los lectores por dos motivos: no impugna la actuación del personaje fraudulento culpabilizándolo de sus acciones destempladas, sino que lo disculpa en nombre del destino y de las circunstancias que lo materializaron. Y, por otra parte, muestra que el bien (los espíritus que lo representan) es aleatorio y no está regido por ninguna máxima de seguridad que pueda protegernos de la corrupción y de sus efectos malévolos y dañinos.
Está claro que Paulina Chiziane vive en el mismo mundo que nosotros y que por esa causa, no puede mejorarlo por vía de la escritura cuando los hombres y mujeres que lo habitan lo están haciendo cada vez más invivible. No hay un proyecto ético que guíe su literatura, pero sí una observación muy atenta de la realidad que le suma calidad al desarrollo narrativo. De allí que, focalizando en ese objetivo inmediato, quiera direccionar la materia ficticia a las consecuencias de la globalización y del neo-liberalismo sirviéndose del panteón afro. Su objetivo último es conjurar el sistema capitalista ya que, al fin y al cabo, es este sistema depredador –del que los dioses no están ausentes- el que crea pobreza e iniquidad a su alrededor.