Reseña de Mecanismos primitivos de Waldo Cebrero
Vaca Muerta Ediciones es un proyecto editorial que apuesta por el trabajo artesanal. Páginas cosidas a mano, tapas con textura y letras de diferentes colores según el libro y tiradas pequeñas, que circulan en librerías y ferias independientes, son algunos rasgos que identifican el apasionado trabajo que llevan adelante Manuela y Demian Orosz.
La idea surgió en el marco de la pandemia. Con el propósito de recuperar la mística o, dicho de otro modo, el aura de lo irrepetible, cada uno de los textos que publican tiene la capacidad de irrumpir en el campo literario con un doble valor estético: el de la palabra escrita y el del objeto cultural.
Esto ocurre con Mecanismos Primitivos, el primer libro de ficción de Waldo Cebrero, un pequeño artefacto artístico cargado de detalles: el diseño de tapa articula el nombre del sello con el contenido de las historias, el interior muestra distintos juegos tipográficos, un señalador del tamaño de un dedo meñique aparece en las primeras páginas con la inscripción “hacemos libros con las manos”.
En lo estrictamente literario, los tres cuentos de Cebrero exploran las coordenadas que rigen esa zona del noroeste cordobés que, alejada de la promoción turística, está poco presente en el imaginario local: Toro Muerto, San Carlos Minas, Villa de Soto. Con una impronta realista, cada historia da cuenta de pequeñas tragedias personales que se enlazan con tragedias colectivas.
La irrupción de la orfandad, la migración forzada, los incendios forestales son los temas que le permiten al autor escarbar en situaciones dolorosas. En “La casa partida”, el foco está puesto en el fin de la infancia, en ese momento de transición hacia la adolescencia en el que se produce el descubrimiento de la sexualidad, pero también de las despedidas y la muerte.
“Andate al internado” le dice la abuela al narrador, abuela que ha ocupado el lugar de madre hasta ese momento. “Ahí comen bien y se hacen hombrecitos.”
La alusión a la devastadora creciente que hace casi 33 años asoló de San Carlos Minas, lugar de nacimiento de Cebrero, ubica al lector en tiempo y espacio. Y aquella catástrofe natural (si es que el adjetivo natural puede aplicarse a las reacciones climáticas frente a la destrucción sostenida de las reservas naturales); aquella catástrofe no solo ha dejado marcas visibles en la arquitectura, sino en las identidades. Con referencias explícitas e implícitas a la década del 90, los personajes se enfrentan al desafío de crecer en medio de un espacio que parece expulsarlos.
Y si no es el agua, es el fuego el que desborda hasta imponer su presencia devastadora. Narrado como un recuerdo, “Arden las palmeras” muestra la lucha desigual de toda una comunidad frente a un incendio que se eleva en el monte. Al comienzo, un padre y su hijo suben al techo de su casa para cenar; juntos contemplan las llamas del horizonte montañoso. ¿Qué hacer cuando esa lengua ardiente llegue al pueblo? En un gesto tan desesperado como absurdo, los hombres cargan sus armas para dispararle al humo. Y los hijos, niños obligados por las circunstancias a volverse grandes, también hacen lo propio para mostrar el tamaño de su impotencia.
El último cuento, “Mecanismos primitivos”, narra el retorno de Rubén a su pueblo después de varios años. Cora, su pareja, prefiere la “aglomerada soledad de la ciudad”, de manera que funciona como contrapunto en un relato que toma distancia de los anteriores e introduce una simbología notable. Así se cierra el libro, con un último cuadro serrano cargado de melancolía que, al recrear gestos y costumbres, hace un puente entre pasado y presente.
Periodista especializado en la crónica y atento a las problemáticas que atraviesan lo social, Waldo Cebrero exhibe su capacidad de observación, ahora en el terreno de la ficción. Con frases cortas, descripciones acertadas y voces de personajes que se complementan entre sí, Mecanismos primitivos no solo hace epicentro en un espacio signado por el aislamiento, sino también por el desamparo de sus habitantes. Por esta vía, cada cuento se eslabona en la cadena de obras literarias que, en los últimos años, problematizan las representaciones del paisaje cordobés hasta desarmar la anacrónica armonía de cualquier cuadro serrano.