“A los perros rengos no hay que creerles” (Borde Perdido, 2021), primer libro de relatos de Robi Sosa.
No es novedad que el devenir de la historia se ha vuelto impreciso y errático, lo cual tiene un efecto desorientador y hostil. Y luego vino la pandemia. Y si había algo peor que la distancia social, la cuarentena y las restricciones impuestas por el protocolo de prevención del covid-19 es la pospandemia, la nueva normalidad. La obligación de volver a un mundo que no nos gustaba, que no nos presenta ninguna garantía excepto la certeza de presentarnos cada día una versión más fea, más sucia, más pobre y desfinanciada que el día anterior.
En perfecta sintonía con el espíritu apático y desesperanzado de los tiempos que corren, Borde Perdido publicó un volumen de relatos de un autor debutante, el músico y narrador Robi Sosa. En su noveno año de trayectoria, ese ejército de un solo hombre que es Borde Perdido se ha convertido en uno de los pilares principales de la producción editorial independiente de Córdoba. Parte de ese mérito se puede acreditar a la tenacidad y convicción de su editor, Sebastián Maturano, quien no ha retrocedido ni un milímetro en todos estos años de crisis y devaluaciones. La otra parte –no menor– de esa vigencia se debe a que ha sabido construir desde el primer minuto un catálogo diverso y selecto a la vez, que representa el espíritu de una época en tiempo real.
Es por todo lo anterior que resulta pertinente recomendar la lectura de la colección de relatos “A los perros rengos no hay que creerles” (2021). Un conjunto de historias en las que el absurdo de lo cotidiano se presenta en tensión con lo intrascendente de nuestras singularidades cuando se las pone en perspectiva, razón por la cual adquieren el rasgo de universalidad tan difícil de lograr en la narrativa contemporánea.
Un ejemplo de lo anterior es la poderosa frase con la que abre el primer cuento, de mismo título que el conjunto: “Hay cosas que no se olvidan. No importa si son buenas, malas, o si el bien y el mal están mezclados: no se olvidan, y punto”. El relato trata de un grupo de adolescentes de un colegio privado que, guiados por un líder negativo, terminan adoptando de mascota un linyera igual de desagradable que ellos, al cual van llevando cada vez más lejos en una serie de pruebas destinadas a ganarse el vino de cada día.
Temporada de Elmer, el segundo relato, narra en tiempo real una extenuante noche de caravana que se presenta como un caleidoscopio vertiginoso. Sobre el final se puede sentir la sensación física del estómago revuelto y los rayos del sol asándote la cara en el taxi de regreso a casa.
Aturdido, por su parte, es un cuento de boxeadores, colmado de patetismo y violencia, que muy bien podría remitir al terrible relato de Jack London, “Un buen bistec”.
Un hombre de fe narra los extraños acontecimientos ocurridos en un pueblo y que involucran viejas broncas, retorcidas relaciones familiares, promesas, venganzas y un extraño sentido de la religiosidad.
De lejos es fácil confundirse tiene por locación una desvencijada whiskería/cabaret de las afueras, en donde el protagonista –divorciado recientemente y sin saber qué hacer de su vida– terminará trabajando como camarero hasta verse involucrado en asuntos que no le conciernen cuyo desenlace termina por descolocar.
Rosa, por su parte, cierra el libro con una narración que oscila entre el terror y lo picaresco, en el contexto de un campamento de verano, con coordinadores desagradables, bandos de ganadores y perdedores, bullying, venganzas e insólitos aliados.
Sin perder el humor pese al nihilismo de sus personajes, Robi Sosa cuenta historias que expresan la sed por vivir el aquí y ahora ante un horizonte que parece no prometer nada. Aventuras que pueden resultar discretas, pero no por ello dejan de serlo. Se trate de una cacería humana, una broma pesada o una noche de after, lo importante es salir y tratar de morder algo de emociones fuertes, como para verificar que aún es gratis la posibilidad de sentirse vivo, aunque sea por un rato.
Roberto (Robi) Sosa. Nació en Villa Mercedes, provincia de San Luis, en 1984. Reside en Córdoba desde el año 2002.