El 25 de junio se cumplieron 200 años de la muerte de uno de los autores más influyentes de la literatura moderna.
Fue el fan número uno de Mozart y de Cervantes. Del primero adoptó el nombre, Amadeus. Al segundo le dedicó una secuela del “Coloquio de los perros (Últimas noticias del perro Berganza)”. De profesión jurista, por las noches agotaba su talento en chispeantes tertulias de taberna regadas de ponche y humor negro. Intentó ganarse la vida como compositor y director de orquesta, pero un incendio truncó la temporada de estreno de su ópera “Ondina” –basada en el texto del barón de La Motte Fouquè. También fue maestro de capilla y director de orquesta. Sus caricaturas mordaces le trajeron problemas con las autoridades hasta el final de sus días.
El talento para la narración oral, junto a su fantasía ilimitada y el entusiasmo de un tonelero llamado Kunz (quien ofició de editor) convirtieron a Hoffmann en escritor.
Así nació su primer libro: “Fantasías a la manera de Callot” (1815), que hace referencia a una serie de grabados del artista francés Jacques Callot (1592-1635) sobre la Commedia dell´Arte. En esa serie de relatos se proponía la entrada a un mundo alucinante, muy en consonancia con el romanticismo fantástico que estaba explotando en Alemania en ese momento: desde el mencionado “cover” de Cervantes, a historias de autómatas y artistas enloquecidos ante lo sublime, pasando por crítica musical maquillada como narración –ejemplo de ello es su célebre “El caballero Gluck”– a historias fantásticas en las que la prosaica realidad se ve trastornada por el mundo de las hadas, el volumen destacó por la originalidad y vitalidad de sus historias.
Allí aparece su alter ego, el músico Johannes Kreisler, un joven “kapellmeister” que trata de sobrevivir como músico, teniendo un sinfín de desventuras laborales y amorosas mientras el dinero no le alcanza. Prototipo del artista romántico atribulado, que luego será recreado de diferentes maneras hasta nuestros días (un Hank Chinaski del romanticismo).
El público pidió más y, en 1815, publicó la primera parte de “Los elixires del Diablo. Papeles póstumos del hermano Medardo, un capuchino” (la segunda parte saldría en 1816). Fascinado por la novela gótica –de moda por entonces–, toma como referencia “El monje”, de M.G. Lewis, para realizar su propio aporte: una historia sobre crímenes, deudas, destinos signados por la pesada herencia familiar y una posible redención. Un anticipo de lo que haría Dostoyevski cincuenta años después.
En 1816 aparecen los “Nocturnos”, relatos cuyo título alude a un tipo de pieza musical creada por John Field (1782-18837) y que sería perfeccionada después por Chopin y Schumann. Es el volumen que incluye uno de sus relatos más famosos, “El hombre de la arena”, utilizado por Freud como ejemplo de “Unheimlich” en su ensayo sobre “Lo siniestro” (1919). Este relato tendría una enorme influencia en la cultura popular, desde el corto de Paul Berry de 1992 al tema de Metallica (sí, Enter Sandman), pasando por el ballet “Coppélia” de Delibes y la ópera de Offenbach, “Los cuentos de Hoffmann”. Por otro lado, la novela corta “El mayorazgo” se puede leer como un antecedente de “El señor de Ballantrae”, de R. L. Stevenson.
Influyó sobre Edgar Allan Poe como en Kafka, Meyrink y la tradición fantástica occidental en general. Su cuento “El caldero de oro” es el cuento fantástico por definición.
La última entrega de sus relatos fue reunida en “Los hermanos de San Serapión” (1821), cuyo título hacía referencia a la tertulia conformada por el autor junto a sus amigos, otros grandes de la época: Adelbert von Chamisso, Julius Eduard Hitzig, Karl Wilhelm Salice-Contessa, Theodor Gottlieb von Hippel y Friedrich de La Motte Fouqué, entre otros. Consta de una estructura de relatos breves enmarcados en una narración general, a la manera del “Decamerón”, de Bocaccio o de “El manuscrito hallado en Zaragoza”, de Jan Potocki. Fue publicado en cuatro volúmenes e incluye uno de sus textos más famosos, “El cascanueces y el rey de los ratones”, en el que Tchaikovsky se basaría para su famoso ballet.
La escritora y pintora española Irene Gracia publicó una novela que homenajea al autor y su tertulia, en la época del incendio del teatro en el que se estrenó su ópera. “Ondina o la ira del fuego” (Siruela, 2017), en donde se narran las desventuras del autor como compositor, el fracaso de su romance con la cantante Johanna Eunicke y su pasión por la ronda de relatos fantásticos.
Poeta visionario y agudo observador del estado de ánimo de su tiempo, le obsesionaba el contraste entre arte y realidad, entre lo sublime y lo filisteo. Estaba completamente fascinado con los burócratas y comerciantes, seres carentes de imaginación y absolutamente insensibles al arte.
Su alter ego Kreisler representaba ese conflicto entre las obligaciones cotidianas y la vocación artística. Este personaje fue retomado en una extensa y originalísima novela: “Puntos de vista y consideraciones del Gato Murr sobre la vida en sus diversos aspectos y biografía fragmentaria del maestro de capilla Johannes Kreisler en hojas de borrador casualmente incluidas” (1821). Parodiando esos diarios por entrega, tan de moda en el siglo XVIII, Hoffmann nos presenta en este libro a Murr, su mascota en la vida real, un gato al que el autor le atribuye intelecto humano. El gato decide contar sus memorias y utiliza como papel secante una pila de hojas que encontró en el escritorio de su amo. La casualidad quiso que las hojas sean las memorias de Kreisler, por lo que la historia del gato y su amo se entrecruzan todo el tiempo de manera fragmentaria, generando un efecto hilarante, lúdico y surrealista, que al lector contemporáneo le hará pensar en Aira y Cortázar, pero que remite directamente a otra gran novela experimental publicada durante el siglo anterior en Inglaterra: “La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy” (1759), de Laurence Sterne. La novela se interrumpe abruptamente por la muerte del Murr de la vida real, que dejó a Hoffmann desanimado.
Prometió publicar una continuación con los papeles dispersos del gato, pero nunca llegó a escribirla. La sífilis y el alcohol habían hecho estragos con su cuerpo. Una enfermedad neurodegenerativa de la médula espinal lo terminó postrando. Pasó sus últimos días alternando el dictado de sus últimos trabajos, junto con tratamientos experimentales con hierros candentes. En el medio de todos esos libros –lo único que nos queda, siempre– se casó, tuvo una hija, la hija murió, se enamoró de una alumna que no lo correspondió, compuso, dibujó, luchó, sufrió y murió. Tenía 46 años.
Había nacido el 24 de enero de 1776 en Königsberg, sus padres se separaron cuando era muy chico y quedó a cargo de la madre, la abuela y un tío muy severo. Estudió derecho por tradición familiar y terminó ejerciendo como juez. Pero la música –otra tradición familiar– fue su refugio desde niño y su arte predilecto. Vivió en Plock, Bamberg y Berlín. Se le atribuye una novela erótica titulada “Sor Monika” (1815).
Su lápida reza: “Magistrado del tribunal supremo,/ eminente en su cargo,/ como poeta,/ como músico,/como pintor./ Dedicado por sus amigos”.