En el film “Los lunes al sol” (2002), uno de los personajes en paro alucina por exceso de tiempo libre: de espaldas sobre la cama cree ver el contorno de Australia, tomando forma silenciosamente, por arte de la humedad que cubre parte del cielo raso de la habitación.
El Gran Hotel Viena, el elefante blanco a orillas de la laguna salada de Miramar, exótico junto a los flamencos rosados, gestiona una ensoñación similar. En sus paredes descascaradas, vapuleadas por la inundación de 1977, algunos visitantes han vislumbrado el avance nazi en la Europa de la pre Segunda Guerra, y el sucesivo corrimiento de las fronteras, empujadas por el acero y el fuego de los tanques Panzer del Tercer Reich, el reino que duraría un milenio. El edificio, lo que resta de él, parece haber sufrido un bombardeo.
Desde una de sus habitaciones (todas las del hotel contaban con camas individuales, siguiendo las rubias leyes de la eugenesia) asomando el perfil al balcón, Hitler habría dicho: “La puesta de sol es maravillosa”. Es este el tipo de mito con el que se deleitan las agencias de turismo, las economías regionales.
Son varias las leyendas, actualizadas periódicamente por la prensa, que unen Nacionalsocialismo y Mar Chiquita. Una comitiva de Cadillacs negros llevó a Hitler a la mole de 6.800 metros cuadrados para reunirse con Juan Perón, en algún momento de la década del 40. Los visitantes que recorren el hotel se sacan fotos en las que luego no se ven reflejados. Otros perciben espectros tímidos vagando por los pasillos. La fantasía es un derecho humano inalienable.
El patio trasero
Es un subgénero: Argentina, refugio de la huida nacionalsocialista. La Falda, Miramar, Bariloche, la triple frontera compartida con Paraguay y Brasil; solo es necesario mirar por sobre nuestro hombro para imaginar identidades ocultas. Es cierto que el alto jerarca Adolf Eichmann vivió en el conurbano bonaerense, tomaba colectivos y trabajaba en una empresa que fabricaba artefactos de calefacción bajo la seña de Ricardo Klement.
También que el comandante de las SS Erich Priebke fue un ciudadano integrado a la comunidad de Bariloche, llegando incluso a ser mentor de toda una generación, de la que forma parte la ministra de Educación de la ciudad de Buenos Aires, Soledad Acuña. “Bariloche, pacto de silencio” (2007), el documental de Carlos Echeverría, quien formaba parte de ese círculo escolar y conocía personalmente a Priebke, muestra el grado demencial que puede alcanzar la negación del pasado.
Pero, más allá de las intenciones de los funcionarios turísticos y la fascinación que produce saberse cerca de los protagonistas, ¿qué es lo que sostiene la leyenda de la Argentina como aguantadero de criminales de guerra? ¿Cuáles son los intereses invisibles que sostienen los mitos? ¿Dónde ubicar las tensiones frías de los imperialismos, el disgusto norteamericano hacia ciertas políticas de Perón, el clásico antiperonismo nacional? Veamos.
Una noche en el jardín
“Podemos respirar, es el inicio del fin de la guerra. Los nazis no van a llegar hasta aquí”. El niño escucha la conversación aérea entre su padre y su madre, una tarde de agosto de 1944 en Plaza Francia, Buenos Aires. Una multitud festeja la liberación de París. El ejército rojo avanza hacia Berlín.
El niño es el escritor y cineasta Edgardo Cozarinsky. En su film “Carta a un padre” (2013), reconstruye en base a epístolas y fotos de antaño lo que su memoria apenas podría complementar. La búsqueda de datos para la figura inasible de su padre, un judío nacido en Entre Ríos, que luego fue oficial de Marina. “No podía ignorar que los nazis ya estaban allí, aunque esperando en los márgenes del poder”, relata la cavernosa voz de Cozarinsky sobre las fotografías tomadas en el Luna Park.
En abril de 1938, ocho meses antes de que el cineasta naciera, la embajada alemana en Buenos Aires alquila el estadio. Hay que celebrar la anexión de Austria por parte del Tercer Reich. Las imágenes remiten a los planos monumentales de Leni Riefenstahl. La voz de Cozarinsky calla: esvásticas, corralitos, estandartes, desfile. 20.000 personas en el Luna Park. Aunque no solo en Argentina el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán tenía fervientes seguidores.
El fascismo fue -es- un movimiento global. El 20 de febrero pasado se cumplió un nuevo aniversario de la celebración antisemita en el Madison Square Garden de New York. Fritz Kuhn, líder del movimiento nazi norteamericano, organizó en 1939 una muestra de poder muy similar a la del Luna Park. En su discurso, Kuhn pide un Estados Unidos dirigido por blancos y gentiles, libre de la dominación judía. Al fondo del escenario, una gigantografía de Georges Washington, el padre de la patria. Puede verse el despliegue en “At Night in the Garden” (2017) el corto documental que consiguió una nominación a los Oscar.
La Comisión de Esclarecimiento de las Actividades Nazis en Argentina (CEANA), fundada en 1998 por el menemismo, como gesto ante la falta absoluta de certezas con respecto al atentado a la AMIA, e ideada por el entonces canciller Guido Di Tella, logró reconocer en su momento a 180 personas vinculadas a crímenes de guerra. Por su parte, el historiador israelí Raanan Rein, especialista en la cuestión, ha estimado que los criminales nazis que se refugiaron en Argentina fueron alrededor de 50. Una cifra pequeña si se considera que las agencias de inteligencia de los EE.UU. utilizaron los servicios de más de 1.000 nazis que escaparon de Europa, como difundió el New York Times el 26 de octubre de 2014. ¿Argentina, el patio trasero de los criminales de guerra?
Una memoria falsa para recuerdos verdaderos, ha dicho Juan José Saer refiriéndose en parte a los efectos de su escritura. Así también se reproducen los mitos.
(“Bariloche, pacto de silencio”, “Carta a un padre”, “Los lunes al sol” y “At night in the Garden” pueden verse de forma libre en Youtube).