Miramar de Ansenuza es un hermoso pueblo ubicado a la vera de la Laguna Mar Chiquita, el embalse de agua salada más grande de Sudamérica, con una superficie estimada de 600.000 hectáreas. Se encuentra en el noreste de nuestra provincia, en el departamento San Justo y a pocos kilómetros de la ciudad de Balnearia. En La Mar, como le dicen en la zona, desembocan los ríos Suquía, Xanaesy Dulce, que baja desde Santiago del Estero.
Los lugareños dicen que es como un “plato” que en la parte más profunda puede llegar a 10 metros, pero que sin embargo puede tener olas de más de 2 metros de altura lo cual la vuelve muy peligrosa. Los memoriosos recuerdan épocas de sequía con el agua muy retirada de la costa, pero también inundaciones importantes como la que empezó en 1977 y que arrasó con buena parte del pueblo que en ese momento, y turísticamente hablando, era como la Mar del Plata del interior del país.
El agua muy salada y mineralizada atraía a turistas de toda la Argentina y las postales de gente embarrada en la costa, aprovechando las propiedades curativas de las aguas, todavía perduran en infinidad de fotos de museo. Pero además aquella Miramar rebozaba de naturaleza con infinidad de aves y flamencos que siguen estando, con muchas huertas y criaderos de nutrias en pleno apogeo de la producción de tapados de piel, que ampulosamente lucían las mujeres pudientes.
Aquellos años previos al desastre, fueron una “época de oro” inolvidable y cuando todavía Villa Carlos Paz ni siquiera se le podía igualar. Como semblanza de aquellos tiempos vale recordar el entrañable pasodoble del Cuarteto de Oro “Noches de Miramar” (“Oh Miramar, Oh Miramar; eres coqueta, llevas nombre de mujer. Te cantaré,Oh Miramar, por esa dicha de la fuente del placer…).
Lamentablemente el nivel de “la mar” creció varios metros, muy poco quedó en pie y mucha gente se fue y un montón de casas dañadas y en ruinas quedaron deshabitadas. En medio de semejante catástrofe, nadie podía explicar con certeza las causas de la brutal inundación que se extendió hasta 1985.
Más allá de las lluvias abundantes, algunos especulaban con una “rajadura” en el medio de la laguna por donde supuestamente ingresaba mucha agua. Tal fue la afluencia de agua dulce, que empezaron a procrear las mojarritas y pejerreyes y entonces la pesca con tramayos se convirtió en la salvación de gente que se había quedado sin nada, algo increíble para una laguna que pocos años antes rebosaba de sal, yodo, calcio, azufre y magnesio. Sin embargo, la historia de la Mar Chiquita también registra ciclos con una gran sequía entre los años 1944 y 1955 y otra posterior, ocurrida en 1961.

Por supuesto, la Miramar actual es una mezcla entre lo nuevo, como el Hotel Ansenuza, la Costanera y los barrios construidos en zonas seguras, y todo lo viejo, que son paredes destruidas y escombros, lo que quedó de las implosiones controladas del año 92 y lo que sobrevivió a la última inundación, más pequeña, del año 2003. A modo de consuelo para el futuro, se supone que es menos probable algún nuevo desastre, porque entre otras cosas, el Río Dulce ya cuenta con varios canales que derivan agua para el riego de campos, antes de su desembocadura.
La historia de Miramar se puede contar desde los sanavirones, pasando por la conquista y la colonia como una zona no poblada y la llegada de los piamonteses, allá por el año 1900, hasta el decreto de fundación de 1924. El primer hospedaje para visitantes fue construido por Lorenzo Barone en 1908 y a partir de ese momento se fueron construyendo muchos hoteles-alrededor de 110 antes de la gran inundación- siendo los más caracterizados el Mira-Mar, el Marchetti y fundamentalmente el Gran Hotel Viena.
Un hotelazo moderno y con todas las comodidades
El acaudalado empresario alemán Máximo Palhke llegó a Miramar en 1936 interesado en encontrar una cura para el asma de su hija Ingrid y la psoriasis de su hijo Máximo Jr., lo que habría logrado gracias a las bondades del barro y de la laguna. Encantado con el lugar, decidió entonces comprarle la “Pensión Alemana” a su connacional María Tremensberger, y luego de demolerla, fue a partir de 1941 cuando comenzó la construcción del hotel que Palhke llamó Viena (capital de Austria), en homenaje a la ciudad en la que había nacido su esposa Melita Fleishesberger.
En 1945, y justo cuando se consumaba la caída de Hitler y del nazismo, se terminaban las obras del flamante hotel con una inversión que rondaba los US$ 20.000.000 y el trabajo de cerca de 1000 albañiles y operarios. El Viena tenía 74 habitaciones con pisos de granito y paredes recubiertas con mármol de carrara en la estructura principal. Modernas luminarias y arañas de bronce se destacaban en los lujosos salones, pero además tenía ascensores y un novedoso sistema de aire acondicionado y calefacción, lo cual era único para aquella época en Sudamérica.
Los dormitorios tenían bañeras con agua fría y caliente, los colchones eran de resortes y todos los muebles de roble, sobresaliendo los de la sala de lectura. Como si fuera poco,había un gramófono alemán de última generación con el que se ponía música en el salón de baile, cabinas telefónicas con el control central en la gerencia, una usina eléctrica con dos grupos electrógenos también traídos desde Alemania y un sótano que entre tantas cosas guardaba 5.000 botellas del mejor vino.
El parque arbolado de dos hectáreas era imponente y hasta tenía canchas de tenis y de bochas. Al lado de la lavandería y del taller, construyeron la famosa “torre del Viena” con capacidad para 80.000 litros de agua y que con 25 metros de altura, era un excelente mirador de los mágicos atardeceres sobre la laguna.
El Gran Hotel Viena poseía siete corrales para gallinas y faisanes y una caballeriza con sulky y volanta. También allí se fabricaba hielo y se “freezaba” pescado que traían desde el Río Paraná. La maravillosa modernidad se completaba con un barómetro, higrómetro y termómetro que ofrecían dos informes meteorológicos diarios que se publicaban en el bar y en el comedor.
Por supuesto había botes y una lancha para paseos de los turistas. Como en el Titanic, había habitaciones de primera y segunda clase, para solteros y casados. La superficie cubierta por la edificación era de 9.300 metros cuadrados, y el símbolo del hotel era un águila bicéfala, escudo de la ciudad de Viena.
El mito del oro nazi y de Hitler en el Viena
El hotel comenzó a funcionar en 1943 hasta 1947 cuando se cerró por problemas con los mozos y mucamas, y porque el agua se había retirado a 5 kilómetros de la costa, y entonces había pocos visitantes. Al regresar los dueños a Buenos Aires, se quedó como cuidador Carlos Krüger con su pareja Ana, jefa del personal femenino.
Pocos años después, en 1952, Krüger falleció de un infarto -y no envenenado, como decían en el pueblo-. A partir de ese momento se instaló en el hotel el doctor Koloman Kolomi con su familia hasta 1964, cuando lo reabren con la participación del hijo de Pahlke. Sin embargo y en años posteriores, cuidadores inescrupulosos como Sosa y un tal Oso Nilo, se dedicaron a robar vajillas, sábanas y otras pertenencias, todo lo cual desembocó en el cierre del hotel en 1980, y cuando la inundación ya había dañado el sótano y parte del edificio.
En la actualidad, existe un conflicto entre el municipio de Miramar y el nieto del fundador, Max Pahlke, que reclama la devolución de la propiedad.
Ahora bien, desde casi siempre se escucharon comentarios que vinculaban al Gran Hotel Viena con los nazis y que incluso allí se habían alojado criminales que escaparon de la guerra y hasta el mismísimo Adolf Hitler. Sin embargo nunca existió una sola foto o registro de que algo así hubiese sucedido.
Max Pahlke negó hasta el hartazgo todas estas versiones y dijo que su familia repudiaba al nazismo, y que se trataba de mentiras y falsedades posiblemente para atraer turistas. También desmintió que las vajillas hayan tenido la esvástica grabada. Finalmente recordó que su abuelo fue echado de la Argentina por el entonces presidente Perón y regresó a Alemania, algo que no habría podido hacer si hubiera sido nazi. De hecho, falleció en Frankfurt.
Espíritus y fantasmas
Otra curiosidad que se cierne desde hace décadas y que incluso ha concitado la atención de la televisión norteamericana y de agrupaciones dedicadas al estudio de fenómenos paranormales, es la supuesta existencia de ruidos y cosas extrañas, como si el hotel estuviera embrujado, y con espíritus que por ejemplo se asoman por la ventana de la habitación 106 en el primer piso.
Isabella y Pilar trabajan actualmente en la cafetería del actual museo y ya tienen historias para contar. Isabella asegura que a la hora de la siesta, cuando va a la cocina, escucha el sonido de una cajita de música que sin embargo no existe ni se ve ni en el pasillo ni en la habitación contigua. Y que le dijeron que ahí ya vieron el fantasma de una niña, algo que todavía no le pasó a ella; también dice: “escucho esa música infantil, pero trato de ignorarla”. Pilar, por su parte, cuenta que hace algunos días, turistas filmaron a alguien entrando por la ventana del bar en plena madrugada, y que sin embargo no se encontró ningún desorden ni nada raro. Para ellas, se trata de algo cotidiano y que sea lo que sea, ya forma parte del maravilloso y misterioso Gran Hotel Viena.

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