Aunque fuera sólo tomando las guerras de Ucrania y de Gaza y todo lo que las rodea, podríamos decir que estamos en una “poliguerra”: es decir, una serie de conflictos armados que están interconectados. Es parte de, y alimenta, a la policrisis, concepto acuñado en los años 70, que el historiador Adam Tooze rescató para describir y explicar la interacción de varias crisis que tienen lugar a la vez. En el caso de la poliguerra, los diversos conflictos no son hechos aislados, sino que se interrelacionan, sin llegar a ser uno solo, tipo nueva guerra mundial o, en nuestros tiempos, global. Hay unos hilos, más que vasos comunicantes, que van de unos conflictos a otros cargados de energía negativa. El mayor peligro es que la poliguerra se convierta en una sola guerra.
En ambas guerras hay una multiplicidad de actores. La de Ucrania es una guerra contenida entre Rusia y Occidente. La de Gaza implica a más de una decena de Estados y un sinfín de actores no estatales. La poliguerra ha empoderado a grandes potencias: paradójicamente, a Rusia, además de Irán, China e India. No a EEUU ni a Europa. Veamos los principales hilos que unen unos conflictos con otros.
El hilo de las municiones y de los votos
Estados Unidos está militarmente implicado en ambos escenarios. Occidente, liderado por EEUU, ha ayudado a Ucrania de muchas formas, muy principalmente liderando el grupo de países que han adoptado sanciones de diverso tipo contra Rusia y enviado material militar a Ucrania, sin el cual Kiev no hubiera aguantado. También nutre buena parte del esfuerzo militar israelí; encabeza, sin haberlo consultado con sus aliados, salvo Gran Bretaña, los ataques contra los rebeldes hutíes en Yemen para mantener abierto el transporte marítimo por el Mar Rojo, esencial para los europeos. EEUU ha atacado a grupos o dirigentes que apoyan a Hamás o a la causa palestina en Yemen, Irak y Siria.
Ahora bien, al no planificar bien sus esfuerzos, la capacidad estadounidense en materia de reposición de algunas municiones básicas, y de algunas armas, se está vaciando. La guerra de Ucrania se ha convertido en una “batalla de municiones”, según el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg. Ucrania ha pasado de usar en su contraofensiva frustrada el pasado verano 8.000 obuses de artillería al día, a 2.000 en la actualidad, donde Rusia gasta unos 5.000 diarios. Ni la Administración ni la industria de defensa estadounidenses habían previsto las demandas sobre ella de una doble guerra. Y aumentar las capacidades, para dos guerras y para reponer los arsenales propios no es tan sencillo, menos aun cuando hay una carencia de trabajadores cualificados para fabricar municiones. Ahora, desde Washington se promete estar en condiciones de volver al nivel de ayuda necesario para Ucrania en 2025, con un cambio profundo en el complejo industrial militar con un nuevo rearme que perdurará. ¿Pero qué pasará en 2024?
2024, es, además, año electoral en EEUU cuando el resto del mundo espera a ver los resultados, pues una victoria en noviembre de Donald Trump puede cambiar muchas cosas, a la vez que estas guerras y la política de Biden hacia ellas parecen favorecer al sui generis ex presidente republicano; ha prometido que acabará rápidamente con la guerra de Ucrania, se entiende que forzando a Kiev a aceptar una cesión de territorio a cambio de una paz, y es un aliado casi incondicional no ya de Israel –Biden también lo es– sino de Netanyahu y sus tesis, si el primer ministro de Israel dura lo suficiente.
En juego en la poliguerra está el modo en que Washington gestione lo que algunos llaman su “transición hegemónica” y el paso de un orden internacional que diseñó a otro nuevo necesariamente más inclusivo. El hilo europeo se entreteje con el de EEUU, también a la espera de las elecciones de noviembre, aunque intenta diferenciarse e impulsar un nuevo proceso de paz, sin capacidad de interlocución ni con Netanyahu ni con Putin. No sólo en la actual situación, sino si se logran paces –¿polipaz?– recaerá sobre Europa, sobre la Unión Europea, una gran parte del esfuerzo de reconstrucción de la Ucrania devastada y de la Gaza destruida.
El hilo israelí
Este hilo va desde EEUU, con los votos favorables a Israel y la fuerza del lobby judío en una parte del país, a Europa. También pesa en las relaciones de Israel con Rusia. Hay menos judíos en Rusia, pero más israelíes de origen ruso: 1,3 millones, o 15% de la población, con un gran peso en el gobierno de Netanyahu, el más derechista en la historia del país antes del de concentración tras el ataque de Hamás. Netanyahu se está protegiendo de la Justicia israelí por acusaciones de corrupción manteniéndose en el cargo. ¿Beneficiaría a Netanyahu una guerra más amplia, regional, que obligara a EEUU a intervenir directamente? Está por verse. Ahora bien, el primer ministro israelí adoptó una posición de cautela ante la guerra de Ucrania, criticando la invasión rusa, pero no sumándose a las sanciones occidentales contra Moscú. No cabe, además, olvidar que Netanyahu ha intentado durante años hundir el acuerdo para limitar el programa nuclear iraní, que Trump remató en 2018.
Irán y sus telarañas
Pese a cierto deshielo previo entre Teherán y Riad, detrás del conflicto en torno a la guerra de Gaza está la competencia geopolítica e ideológica entre el régimen de Irán y el de Arabia Saudita. No parece casualidad que el ataque de Hamás llegara el 7 de octubre en vísperas del previsto reconocimiento saudita de Israel con cierto apoyo a la causa palestina, es decir a un Estado propio, y el premio de un acuerdo de defensa entre Arabia Saudita y EEUU. El ataque de Hamás pareció diseñado para torpedear todo esto, y mucho más. Irán ha contribuido a armar a Hamás, está detrás de Hezbollah en Líbano, y de otros grupos armados pro-iraníes en su vecindad.
Irán encabeza el autollamado “Eje de la Resistencia”, una asociación informal, política y militar, con Siria, Hezbollah y diversos grupos armados palestinos, y los hutíes en Yemen. Muy diferente a aquel amasijo de “eje del mal” que acuñó George W. Bush en 2002. Irán no ha construido un eje, pero sí tejido una madeja, o tela de araña más bien, de milicias afines en toda la zona, pero estas milicias no responden solo a Teherán. Pueden tener vida propia. Irán ha lanzado también ataques contra el Estado Islámico en Siria, organización yihadista sunita, y contra guerrillas beluchíes en Pakistán. Pero Irán, que suele actuar como potencia pragmática, no parece interesado en una guerra regional. Pero el ataque del grupo el grupo pro-iraní Kataeb Hezbolá contra una base estadounidense en Jordania que causó la muerte de tres militares ha sido respondido por EEUU contra milicias en Irak, Siria, mientras sigue los bombardeos contra hutíes en Yemen, en lo que algunos ven como una escalada –la Administración Biden ha hablado de estas represalias como “el principio, no el final” –, aunque Washington, hasta ahora, ha tenido buen cuidado de no alcanzar a Teherán.
Siguiendo los hilos, no cabe olvidar que Irán ayuda a Rusia en Ucrania vendiéndole drones y otros armamentos. Ni que Turquía está aprovechando para atacar a kurdos en Irak y Siria. Por ahí van otros hilos de la poliguerra.
El hilo ruso
Moscú ha empezado a calificarse a sí misma como parte de una “mayoría global”. Cuidado, pues este es el hilo que puede llevar a que guerras regionales cobren dimensiones más generales, dado también el reguero de conflictos en torno a Rusia. En Oriente Próximo, Rusia, tras haber apoyado al régimen de El Asad en Damasco para que ganara su guerra civil, pesa. Y pretende pesar más. Ahí está la mejora de las relaciones de Rusia con Arabia Saudita, mientras Moscú promueve alianzas antioccidentales en diversas partes del mundo.
La competencia va hasta África, y en particular el Sahel, donde en términos estratégicos Rusia está llenando el vacío que, insólitamente, está dejando la retirada europea de la zona. Pese a las sanciones occidentales está también su palanca de la venta de hidrocarburos a India y a China, en primer lugar, e incluso a países europeos como Hungría y España. O de combustible para centrales nucleares, dependencia que ahora quieren reducir europeos y estadounidenses.
Y por vez primera desde Hiroshima y Nagasaki, o desde la crisis de los misiles en Cuba en 1962, se ha planteado el uso del arma nuclear en los dos escenarios: si Rusia se viera amenazada en lo que considera suyo, y si la situación se desbocara y la existencia de Israel se viera en peligro.
El hilo chino
La China de Xi Jinping no parece implicada ni en la guerra de Ucrania, pese a su relación estratégica con la Rusia de Putin, ni en la de Gaza. Sin embargo, en Oriente Próximo ha pasado de ser un espectador a ser un actor interesado por sus necesidades energéticas, que EEUU ya prácticamente autosuficiente no tiene y por eso empezó a desentenderse de Oriente Próximo. China tiene una base militar en Yibuti, en el Cuerno de África (EEUU, Francia, Italia, Arabia Saudita y Japón, también). Los occidentales han acudido a China para que frenara las veleidades de Putin de uso de armas nucleares en el teatro ucraniano y no le entregara armamento. Y también se le ha pedido que interceda ante Teherán para que pare a los hutíes en sus ataques en el Mar Rojo, que también puede afectar a la logística comercial china. Posiblemente Pekín pueda pesar sobre Corea del Norte para que deje de suministrar armamentos o piezas a Rusia.
El hilo del Sur
Quizás el Sur Global no existía. Pero era un término conveniente, y ahora existe más que antes como consecuencia de estas dos guerras. En una situación multipolar, ya no existe ni el Tercer Mundo, ni el de los no alineados. Lo que une a estos países es un recelo ante Occidente por su pasado colonial e imperial y por el apoyo general de este a Israel.
El Sur Global, que quiere encabezar India, que en unas cosas está con EEUU y en otras no, ha condenado bastante abiertamente –a través de la Asamblea General de la ONU, ante el bloqueo del Consejo de Seguridad– la invasión rusa de Ucrania, pero no ha secundado, salvo escasas excepciones, las sanciones económicas y financieras contra Rusia. Las percibe como un precedente que se puede volver algún día en contra de algunos de sus integrantes si Occidente así lo decidiera. El pasado colonial pesa.
El Sur percibe también un doble rasero moral en la actitud occidental en la guerra de Gaza: el orden basado en reglas debe aplicarse también a la respuesta israelí al ataque de Hamás. La iniciativa tomada por Suráfrica contra Israel, acusando a este de genocidio en la Corte Internacional de Justicia en La Haya, con cierto efecto moral, se sitúa en este contexto, en que el que el mundo árabe –la calle más que los despachos de los gobiernos– ha despertado ante una causa palestina que había dejado podrir. Que países occidentales, con EEUU a la cabeza, hayan interrumpido su contribución a la UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina, porque supuestamente cuatro de sus miembros pertenecieran a Hamás y participaran en los ataques del 7 de octubre, contribuye al deterioro de la imagen de esos países.
Algo más en común tienen lo de Ucrania y lo de Gaza: en ambos casos la salida tendrá que ser política, diplomática, no militar, aunque influya la correlación de fuerzas en el terreno en sus respectivas regiones. Probablemente la “polipaz” se tendrá, en cierto modo, que imponer desde fuera, desde luego en el caso de la guerra de Gaza y requiera un cambio en los liderazgos de diversos actores.
Al menos, un cambio generacional. Un peligro es que la poliguerra adquiera carácter permanente y se vayan sumando otros focos, otros nodos fruto de estos y otros hilos. Un peligro aún mayor es que la poliguerra se convierta en una única, compleja, y más amplia guerra.