Córdoba es una de las ciudades más extensas del mundo. Existen infinidad de rincones, con sus propias curiosidades, para extraviarse y caminar ese cuadrado perfecto de 24 km de lado, y 576 km2 de superficie. Nos demos un gusto y publiquemos el dato que mejor activa el chauvinismo cordobés: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ostenta 203 km2, y es sólo un tercio de nuestra autoestima superficial. De esa vasta extensión, contrariamente a lo que se supone, nuestro centro medular no es el dedo de San Martín en su plaza homónima, sino que está desplazado hacia el este. El punto central de lo cordobés es, al menos espiritualmente, el Paseo Sobremonte.
Un espacio ecléctico
La caminata empieza en el paseo construido por iniciativa del Marqués de Sobre Monte en 1785, y bautizado originalmente como La Alameda: fue un lago y fuente que abastecía de agua a toda la ciudad gracias a una arteria desaparecida, que traía frescura desde el Río Suquía, y atravesaba lo que hoy conocemos como Alberdi.
Fueron los originarios, y algunos criollos, quienes materializaron ese milagro para la sed y el riego, desde el Pueblo de la Toma. Tristemente, nadie les tuvo en cuenta para invitarlos luego, cuando la plaza ganó elegancia y se ofrecían conciertos con músicos que, desde unas góndolas, hacían del Paseo un lugar musicalmente paradisíaco para la cordobesitud.
Se le añadieron, con el paso del tiempo, escalinatas y esculturas fundidas en Francia. Crecieron las sombras más hospitalarias de La Docta y, siglos más tarde, las personas siguen eligiendo el Sobremonte como un oasis entre tanta urbe.
En la actualidad está abrazado por dos palacios: Tribunales, que es monumento histórico nacional y fue diseñado por los arquitectos José Hortal y Salvador Godoy. De impronta europeísta, fue inaugurado un 11 de febrero de 1936 (exactamente 40 años antes del nacimiento del autor de esta columna) y aporta una escenografia diferente para nuestra postal urbana. El segundo “palacio” es el Municipal. Nosotros lo menospreciamos, pero se trata de una obra del estudio SEPRA -Sánchez Elía, Peralta Ramos y Agostini- inaugurado el 6 de julio de 1961, razón de su nombre. Su carácter monumental se inscribe en el brutalismo. ¡En serio! (Nada de sarcasmo: así se denomina su movimiento arquitectónico).
Contraste
Todo caminante sabe del carácter dicotómico de la ciudad y, entre tanto patrimonio declarado, descansa uno de los secretos subterráneos de la nación cordobesa. Cada miércoles, unas voces extrañas revolucionan su frescura ante la atenta mirada de Sobremonte, cuando se llevan adelante los más increíbles duelos de freestyle.
El proyecto “OnlyBars” es considerada “una de las principales batallas de rap del underground argentino”, según una investigación de Anabel Belaus para La Tinta. Los músicos Mecha y Sarca (este último se presenta en sus redes como “futuro gobernador de Córdoba”) impulsan una competencia que atrae a cientos de participantes y proyecta a los referentes de un estilo musical que puso en escena a figuras como Paulo Londra.
Inesperada y excitante, esa parte de la plaza vibra con el ritmo propio de sonidos guturales haciendo resonancias, base de las improvisaciones más ocurrentes del país. Ue uo / ue ou / ue uo dicen los pibes para convocar a los fantasmas de los músicos gondoleros desde este nuevo patrimonio vivo.
Las voces se entremezclan con el decaer nocturno de La Cañada y el transeúnte continúa su trajinar, como un bichito en búsqueda de las luces céntricas. Atrás quedan latas de cervezas y vapores canábicos.
Hedonismo en el coliseo mayor
Los noctámbulos no viven sólo del patrimonio y la lírica de los juglares contemporáneos. Caminando por la ciclovía, arrastrando los pies de hambre y sed, el deseo hedonista conduce al coliseo mayor, nuestro Teatro San Martín.
La puerta principal del teatro tiene, a su derecha, un discreto cartel que promete terciopelo y glotonería sofisticada. Sólo una “A” elegante indica el ingreso de Ástor – Sociedad Hedonista. El Teatro, restaurado de forma integral en 2018, envuelve con decoro a una propuesta elevada, pero actual.
La decoración es lírica, e incluye una barra cuyos frutos son el inicio y el final de la cena. Toda la izquierda es un espejo colosal que ofrece un efecto teatral directamente importado de “La Traviata” de Giuseppe Verdi, para que los voyeuristas fantaseen y se estimulen cuando los platos se desnudan sobre la mesa.
Mucho se ha dicho del erotismo en la gastronomía y, quien conformó la carta de Astor, lo ha entendido apostando por una suerte de placer sostenido a lo largo de toda la noche.
Aquellas personas que buscan sólo un plato principal, los consumadores consumistas de la comida, tendrán que adaptarse a una propuesta de caricias al sabor sin solución de continuidad.
Tapas, tacos y quesos, junto a unas morcillas vascas crocantes, generan un clímax que, lejos de ser una obertura, son verdaderas arias para la ópera del placer. El pejerrey y la trucha también solicitan protagonismo mientras que el final, glorioso como la orquesta en acción final, está representado por las pastas, o el lujurioso matambre al negroni. Los golosos insaciables podrán disfrutar de postres pecaminosos y una coctelería actual que suaviza el ticket, si el entusiasmo fue excesivo.
Una larga función explota en aplausos desde la sala mayor, el público se vuelca líquidamente a la calle y se debe bajar la escalera cuidadosamente, con la confusión del deseo aplacado en la cabeza. La frescura de la luna, en todo lo alto de la Vélez Sarsfield, nos aclarará un poco la caminata de regreso.