El 24 de Noviembre se cumplieron tres décadas de su muerte
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El emblema de la banda remite a la heráldica: dos leones flanquean junto a unas ninfas una letra Q ardiente sobre la cual reposa un cangrejo. Un ave fénix se eleva por sobre el conjunto que contrasta con un abanico que alterna franjas magenta con cyan. El fénix representa la muerte y el renacimiento de las cenizas, la reinvención, el proyecto grupal de la banda, que se caracterizó por su camaleonismo musical, siempre experimental pero fresco y vigente aún hoy. Es de las pocas bandas cuyos temas suenan en la radio cuarenta y tantos años después como si fueran el hit de la semana. Los demás elementos corresponden al signo zodiacal de cada integrante: el guitarrista Brian May, de cáncer; los leones refieren al batería Roger Taylor y al bajista John Deacon. Las ninfas remiten al signo de virgo, arquetipo de personalidad caracterizada por la obsesión con la perfección absoluta y la cualidad mutable. Son de este signo los nacidos entre el 23 de agosto y el 22 de septiembre. El planeta que rige a Virgo es Mercurio, llamado así por la versión latina del dios griego Hermes, el mensajero de los dioses, el de los pies alados. A diferencia de Géminis –también regido por Mercurio, pero por el lado aéreo–, Virgo está influenciado por el aspecto práctico, terrenal y bajo. Mercury no solo diseñó el logo, también compuso la mayoría de los temas y definió el nombre e impuso la estética de la banda.
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Farrokh Bulsara nació un 5 de septiembre de 1946 en Stone Town, Zanzíbar, Tanzania, de nacionalidad británica, en el seno de una familia de origen persa e indio, y tradición mazdeísta. Estudió en un exclusivo colegio en el cual tuvo sus primeros intentos de banda. Luego se mudó a Inglaterra, estudió diseño gráfico y vendió ropa en ferias. Allí conoció a Roger Taylor, que lo invitó a reemplazar al vocalista de su banda anterior.
Era una fuerza de la naturaleza y, como tal, se transformó en otra forma de energía el 24 de noviembre de 1991, a los 45 años, después de una horrible agonía causada por complicaciones derivadas del SIDA. Por entonces, era una sentencia de muerte segura. Poco después se descubrieron tratamientos que permiten convivir con el virus hasta edad avanzada.
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La panelista Analía Franchín confesó hace unos días que ha dedicado sesiones de su terapia a hablar sobre las señales que dice recibir de Freddie Mercury, a quien considera su “alma gemela”. Según contó a Mitre Live, “no hay día que no piense en él y fue tremendo cuando fui a las dos casas de él”. También contó que lleva mucho tiempo investigando el posible lugar de destino de sus cenizas, según ella, repartidas entre el Jardín Japonés de su casa en Londres y un lago de Múnich. Considera una señal directa para con ella el hecho de que suenen temas de la banda en cada lugar que entra. Suena increíble, pero lo cierto es que cada día, en casi todas las radios de todos los lugares, alguien está reproduciendo la voz de Mercury. No es una señal, es una evidencia de la aceptación unánime que logró su obra con el paso del tiempo.
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Clara Otazúa tiene una obsesión enfermiza con la primera etapa de la banda, la que abarca los dos primeros discos de Queen. Considera que torcieron el camino y que podrían haber legado a la humanidad un arte perfecto. Su otra obsesión es con un compañero de estudios con el que forma una banda de rock progresivo. No busca repetir a Queen, busca repetir a Mercury moldeando a su amigo, exprimiendo hasta la última gota de su enorme potencial.
El problema es que su amigo también tiene planes “experimentales” para con ella. Esta historia fue escrita durante 2019, por la época en que hubo en Córdoba una retrospectiva del fotógrafo Mick Rock, justamente, dedicada a esta etapa temprana de la banda. Por azares pandémicos, la novela pudo ser publicada en 2021, un mes antes de la muerte de Mick Rock, dos meses antes del trigésimo aniversario de la muerte de Mercury. Se llama “El veneno siempre está al final” y la firma quien escribe (está mal el autobombo, pero la pertinencia me disculpa). Para un análisis exhaustivo de la música temprana de Mercury, remitirse a la novela. El análisis es de Clara, por supuesto, no mío.
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Una investigación llevada a cabo por un equipo liderado por el biofísico austríaco Christian Herbst (especializado en fisiología de la voz de los cantantes, y en la física de la producción de voz de los mamíferos) con el objetivo de analizar el vibrato -es decir, la oscilación entre los tonos- de su voz fue concluyente: después de examinar en detalle 240 notas sostenidas en 21 grabaciones a capella, llegaron a la conclusión de que su voz se clasifica como barítono y no como tenor, que es lo que se creía. Mercury tenía un vibrato irregular de 7 Hz, mientras que lo más común es que se ubique entre los 5,4 Hz y los 6,9 Hz. Por poner un ejemplo, Pavarotti tenía uno de 5,7 Hz. Freddie podía utilizar subarmónicas, algo que muy pocas personas manejan. Además, lo hacía con una precisión sobrehumana. También tocaba el piano y la guitarra.
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Sin miedo al ridículo, incursionó en los siguientes géneros: rock progresivo, rockabilly, music hall, góspel, pop, dance, disco, new wave, country. Además, se dio el gusto de grabar un disco de ópera junto a la soprano lírica catalana Monserrat Caballé, su cantante favorita. Su performance escénica era un despliegue de energía sobrehumana, momento en el que ostentaba una mezcla entre la rudeza del rock, la delicada flexibilidad de la danza clásica y una teatralidad nunca antes –ni después– vista, que se iría refinando con los años hasta alcanzar su punto máximo en el recital de Live Aid ’85 y el de Wembley ’86. Estamos hablando de alguien capaz de hacer saltar como marionetas a casi 80.000 personas, o de lograr que hagan silencio para después responderle en eco a sus alardes de prodigio vocal. Su última actuación en vivo fue en Knebworth, el 9 de agosto de 1986, ante 300.000 personas.
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A su muerte, legó 500.000 libras esterlinas a su asistente personal, y otro tanto a Jim Hutton, la pareja con la que compartió sus últimos años. A su hermana y sus padres les dejó los derechos de sus canciones, y a su novia de juventud, Mary Austin, todo el resto de su patrimonio. Con ella salía hasta que definió su orientación homosexual. Fue promiscuo de forma voraz, pero el –justificado– temor al HIV, sumado a la traición de una ex pareja y manager (Paul Prenter, que falleció un par de meses antes que él después de haber vendido por 32.000 libras todos los secretos y fotos íntimas que tenía sobre el cantante) lo hicieron encerrarse en el hermetismo absoluto. Dicen que, debido a la moral religiosa de su familia y su lugar de origen, vivía su sexualidad oscilando entre la culpa, la negación y el desenfreno más salvaje.
Con el paso del tiempo, sus amantes, amigos, compañeros y conocidos irían muriendo, y cada vez resultaría más irrelevante con quién se acostaba o no (¿acaso lo es hoy?, ¿acaso lo fue alguna vez?), mientras tanto, su obra y su leyenda se purifican y agigantan hasta dibujarlo en el recuerdo como lo que realmente fue: lo más parecido a un semidios en la tierra, la personificación del mensajero de pies alados que nos regaló, con un talento irrepetible, una voz y unas composiciones directamente traídas del Olimpo en el que nace todo lo bello y lo sublime.