Instalado en República Checa, adonde llegó por una beca que dio lugar a su primera novela, el escritor Juan Pablo Bertazza dibuja en la novela «Alto en el cielo» una cartografía literaria de la ciudad de Buenos Aires desde la mirada de una mujer extranjera, Katka, quien arriba desde su Praga natal con una misión compleja, que la trama irá revelando a través de una experiencia que conecta los espacios de las dos ciudades y mezcla sus mitologías con la omnipresencia monstruosa del Golem.
Bertazza nació en 1983 en Buenos Aires y este es su tercer libro que vincula la Argentina con el territorio checo. El primero fue «Síndrome Praga» y, el segundo, el libro de poesía «La revolución de terciopelo» de 2017. Ambos ya traducidos al checo.
En su novela anterior, el escritor situaba a un pícaro argentino que pretendía ser guía de turismo en una ciudad que no conocía. Una obra de la que Beatriz Sarlo dijo que es ingeniosa, que describe muy bien Praga y que sólo un argentino puede imaginar un argumento como ese. En «Alto en el cielo» la historia es a la inversa: la protagonista es una mujer checa que llega a Buenos Aires y conoce la ciudad desde su arquitectura y sus monumentos, movida por un claro objetivo: una misión secreta y peligrosa.
– ¿En tu novela planeaste ver con los ojos de un extraño la ciudad de Buenos Aires?
– Juan Pablo Bertazza (JPB): La presencia en la novela de una Buenos Aires extrañada tiene un poco que ver con una especie de lugar común que no deja de tener resonancias interesantes y es esta idea de que uno debería ser turista en su propia ciudad. Muchas veces me puse a pensar qué significa exactamente eso: ¿desaprender lo que ya conocemos y tratar de mirar lo que nos rodea con la ilusión de que estamos en un lugar distinto? ¿Profundizar en aspectos históricos y arquitectónicos que se suelen pasar por alto? Sea cual sea la respuesta, creo que Buenos Aires es una ciudad adecuada para poner en práctica esa idea: por lo caótico que resulta, muchas veces, acceder a su dimensión histórica, por el desconcierto que genera su indecisión entre lo europeo y lo latinoamericano, por sus cambios permanentes y quizás, sobre todo, por haber sido edificada en una llanura.
– ¿Cómo armaste ese gran rompecabezas que es la metrópolis argentina?
– JPB: Durante los últimos dos años que viví en Buenos Aires me impresionó la cantidad de actividades, personas y grupos que tratan de reconstruir un fragmento de ese gran rompecabezas que es la ciudad: desde los guías voluntarios que colaboran en sitios como Open House y conocen al detalle algunos edificios históricos hasta la Asociación Amigos del Tranvía que organiza el brevísimo paseo en tranvía en la calle Emilio Mitre, incluyendo por supuesto esos grandes personajes que son historia viva, como es el caso de Enrique Fasuolo, notable bandoneonista del subte. No sé cuánta gente tuvo la posibilidad de subir al faro del Palacio Barolo, de conocer la colección de inodoros del museo del Palacio de Aguas Corrientes o lo que, lamentablemente, son las ruinas del Pabellón del Centenario, detrás de un supermercado de Palermo. Pero me parece que el emblema más claro de todo eso y que, por supuesto, tiene un lugar central en esta novela es el chalet Díaz, esa casa colgando de un edificio que, pese a estar en pleno centro, no toda la gente conoce.
– ¿Cómo se explica que ese chalet esté ahí?
– JPB: La única explicación que hay sobre su absurda existencia es que su dueño la construyó para dormir la siesta porque vivía en Banfield y, como trabajaba mucho, perdía demasiado tiempo en volver a su casa. Esa es la versión oficial y, más allá de que sea cierta o no, me parece poco atractiva. En su momento hice una nota sobre ese chalet, y gracias a sus familiares me enteré de que Rafael Díaz escribió una especie de diario sobre algunos de los trabajos que desarrolló durante su juventud. Y aunque no hay ninguna explicación sobre el chalet ni las supuestas siestas lo leí fascinado en menos de un día por las descripciones que hace de las calles, negocios y costumbres porteñas.
– ¿Cómo pensaste la presencia del Golem en la Argentina?
– JPB: Lo del Golem en Argentina no es algo muy original porque aparece, por ejemplo, en uno de los libros de la serie de leyendas urbanas de Buenos Aires de Víctor Coviello y Guillermo Barrantes, sólo que ahí se lo localiza en el pasaje Victoria, y también está, por ejemplo, la canción «El Golem de Paternal», de Skay. Además de ser, definitivamente, una gran historia, la del Golem es una leyenda que se acopla muy bien a la idiosincrasia porteña. Pero de las casi infinitas variantes de golems que existen la que más me interesa es la versión de Gustav Meyrink. Es una de las pocas novelas que nunca me canso de releer, porque logra dos cosas que no encontré en ningún otro libro: la sensación de que te estás perdiendo realmente en los recovecos de Praga, y esa extraña mezcla de novela de terror con un perfecto final de comedia.
– ¿Cómo realizaste la investigación para escribir esta historia?
– JPB: «Alto en el cielo» es una novela que, en parte, se la debo a mi laburo como periodista. En primer lugar, por esa nota que había escrito sobre el chalet Díaz, pero también porque trabajando en Radio Praga (una sección de la Radio Pública Checa que transmite en español) descubrí varias cosas que aparecen en la novela. En primer lugar, la existencia de un astrólogo bastante arlteano que tenía un plan para derrotar a Hitler con magia, una especie de Operación Antropoide ocultista que, por supuesto, no se llevó a cabo pero que, al parecer, llegó a ser tenida en cuenta por el ex presidente checo Edvard Benes. Por otro lado, un vicealcalde de Praga que, durante el Protectorado nazi, mandó demoler la estatua del rabino que, según la leyenda, creó al Golem y, al mismo tiempo, se obsesionó con la idea de regular el trabajo de los guías turísticos y la publicación de cualquier libro sobre Praga.
– ¿La idea de pasaje aparece en ese duplicado de ciudades que presupone Delfina, la amiga de la protagonista?
– JPB: Me interesaba la idea de explorar similitudes entre ciudades que no tienen nada que ver entre sí. Siempre se dice que Buenos Aires tiene un aire a París o Madrid, ese tipo de definiciones siempre vagas. En todo caso, me pareció interesante buscar un personaje que intentara encontrar sitios en común entre Buenos Aires y Praga. El personaje de Delfina, que es fotógrafa, termina teniendo razón. La similitud que más me impacta de todas las que postula es un taller de reparación de estatuas, una especie de museo involuntario al aire libre que aparece en las dos ciudades de forma casi idéntica: en Praga está en una de las entradas de un parque inmenso que se llama Stromovka, y en Buenos Aires dentro de la Plaza Sicilia.
– ¿Cuáles fueron las influencias de la literatura argentina más marcadas para la relación entre las dos ciudades de tu novela?
– JPB: Si bien Borges es nuestro autor más cercano a ese posible vínculo entre Praga y Buenos Aires, por su poema «El golem», y ese cuento maravilloso que es «El milagro secreto», mi novela no disimula en ningún momento su uso cortazareano del pasaje. De hecho, Cortázar estuvo en Praga y quedó fascinado con la ciudad y también con «El golem» de Gustav Meyrink. Una vez un amigo me dijo que, en algún punto, la literatura de Cortázar tiene mucho más que ver con lo legendario, fantástico y sinuoso de Praga que con la suntuosidad de París. Creo que tiene razón.