“Sangre acompasada”, de Silvia Barei. Colección Palabras de poeta. Córdoba – Paris – Bs. As: Argos, Babel, Reflet de Lettres, 2023.
Silvia Barei nos acaba de regalar su último libro de poesía, “Sangre acompasada”. Tanto me ha conmovido, que siento la necesidad de compartir mi lectura, aunque sepa que solamente se puede atisbar el misterio de una creación literaria que, en este caso, teje realidad y fantasía, atraviesa tiempos y espacios, dejando hablar al corazón, encarnado en un yo lírico en el que se funden y con-funden esos tiempos y espacios, sufrimientos y destierros. Y, como señala agudamente en la contratapa Livia Hidalgo, “importa encontrar las piezas de un rompecabezas perdido”, fragmentos, objetos, imágenes, destellos y emociones como relámpagos de la memoria.
El libro, en su conjunto, ofrece una composición muy equilibrada, en la que podemos cifrar el movimiento poético resuelto en momentos concéntricos, como ondas en el agua o como movimientos del mar, figura reiterada y simbólica que aleja y acerca, une y separa, genera la dinámica secreta de la vida.
El primero de esos momentos se focaliza en el entramado de una biografía, en parte inventada, de un inmigrante desconocido que, sin embargo, era “el padre de mi padre”. Como tantos, vino de lejos, con poco equipaje, el suficiente para lograr ganarse el pan y empezar una nueva vida, dura, difícil, cotidiana.
Para siempre dividido, entre el pueblo al que nunca volvería y la nueva familia en una nueva tierra, retorna, afantasmado, en las ranuras del tiempo interior: “Su corazón dijo:/ yaceré lejos de aquella tierra. El mío dice:/ yaceré lejos de tu corazón. // Tiene un rostro borroso/ en el que advierto su cansancio./ No golpea la puerta…”.
Enhebrando los escenarios imaginados y acompasando los latidos, la “memoria duplicada” en el poema reitera gestos, recorre lugares comunes, en una búsqueda imposible porque “Nunca será ese hombre viejo que me abraza/ y yo/ no sabré nunca la verdad/ no podré entender su rostro/ en este tiempo que tiene el color del agua/ (…)”. Sin embargo, existe el mandato familiar, un legado, un apellido, una deuda, un “nosotros”, hermanados desde una presencia intangible que se ofrece como esa sombra, entrevista en “el jardín que acaso compartimos/ y donde sueles estar de visita”.
Y, como dije, en forma concéntrica, un segundo momento traslada la mirada del dolor a “Los ojos de los otros”, a un presente deshumanizado, banalizado en noticias de periódicos, en discursos vacíos. ¿Qué reflejan los ojos de la voz poética destejiendo otros recuerdos, otros olvidos, otros naufragios? Reflejan el dolor del mundo coagulando en poemas en los que las palabras con ritmo frenético se atragantan, suceden como cataratas “que nombran/ desaparecido/ nadie/ ese/ que se pierde en la bruma/ y para siempre”. Son las palabras que pueden matarte “(Y eso nadie lo dice)”, las que dicen la peste, la de los recortes del “Diario de la semana”: “Alguien muere en una cama de hospital/ en una cárcel/ en un avión en una isla perdida/ en el socavón de una mina/ en un campo de frontera/ en un refugio andino/en la trinchera en el laberinto/ y hay 46 en el vientre de un submarino”.
Anudando momentos de la búsqueda afectiva y de la experiencia viajera, el perfil de la tristeza inmigrante vuelve a proyectar su figura recuperada reiteradamente en magníficas instantáneas: el inmigrante del desierto donde “quedó su corazón/ enterrado/ en una tumba de arena”, el músico de la calle en cualquier ciudad del mundo, el inmigrante rumano que dejó “la patria tantas veces arrasada”.
En otros paisajes atisbamos hondas escenas vitales, fugitivas, en las que se adelgaza el tiempo, se trastorna la realidad, se vive el instante maravilloso de la amistad junto a los poetas del desierto, compartiendo su tienda hospitalaria, su comida y sus versos, o la de la mañana jubilosa en Maimará. Y nuevamente resurge la foto familiar, ahora más cercana, más real, con personas y objetos que “señalan para siempre el sitio/ de una primera dicha/ y la espera/ del filo de la desdicha” o la presencia de “el padre de mi madre”, agigantado en la memoria infantil.
Finalmente, creo encontrar en un último momento expansivo, ciertas claves del “ars poética” de Barei sintetizada en dos poemas intensos en diferentes registros: uno, resuelta la mirada del yo lírico en la condición humana y el otro en la condición femenina. Así, “Como quien” revela la distancia entre lo percibido y lo balbuceado, la distancia entre mi ego y ese otro: “seguiremos en las sombras/ sin saber estar con otros/ omitiendo lo que realmente importa/ escondiendo nuestros límites/ sin esas opciones de antes/ como si/ como que/ como quien.” Y “El mandato del mar”, hallazgo simbólico del yo mujer en metamorfosis llamada por las sirenas y uniéndose a su coro, a su roca salvadora, hundiéndose en su mar. Unidas en el canto, en la diferencia, en la voz mítica de la cantora que suena peligrosa para los marineros desde el relato de Ulises.
En ambos registros, en ambos poemas finales percibo que hay memoria del dolor, del cuerpo que sufre, del ansia inalcanzable. Pero también de la necesidad del cambio de piel, de un refugio, de cierta esperanza de transformación, de la resistencia por la poesía: “Y ahora estoy en este acantilado/ multiplicado mi asombro./ Ya no puedo mover las piernas/ he perdido el miedo al agua/ a las tormentas encendidas/ pero las escamas tardan mucho en despuntar.// Me han dicho que espere/ y cante.”