La naturaleza y el río de oro

Por Roy Rodríguez

La naturaleza y el río de oro

Es posible que, por algún tiempo, en la antigüedad, el Pactolo, un pequeño curso de agua de apenas 25 kilómetros que recorre el actual territorio de Turquía, haya sido el río de mayor importancia económica del mundo conocido. Es que, en esas tierras, unos cinco o seis siglos antes de que los libros hablaran de la llegada de Cristo, los alquimistas creían que en su lecho lo cristalino se convertía en oro. Y que era una fuente inagotable de riquezas y poder.

“Ningún otro río, antiguo o moderno, produjo oro en tales cantidades durante un período de tiempo tan largo”, escribió George B. Kaufmann en 1985. Profesor de la Universidad de California, dejó una pormenorizada historiografía acerca del rol del oro en la alquimia. Un listado de lugares y hombres que soñaron con convertir en oro al resto de los metales.

Las aguas de la historia del Pactolo murmuran, desde hace siglos, las memorias de dos personajes: el rey Midas y Creso, el último rey lidio.

El río baja desde el Monte Tmolo hasta desembocar en el Gediz, surcando las tierras que formaron el antiguo reino lidio, en el valle de Hermos, para llegar después al mar Egeo. Sus costas guardan las ruinas de la antigua ciudad de Sardis. La misma que vio brotar oro del agua, mientras la tierra se movía en forma casi constante.

Terremotos y oro

Cuentan que en el lecho podían encontrarse rocas de electrum, una aleación natural de oro y plata. Y la cantidad de oro era tal que Herodoto sitúa en las aguas del Pactolo la leyenda de Midas, rey de Frigia.

Según Aristóteles, Midas murió de hambre al no poder revertir el hechizo que, como regalo, le hiciera el dios del vino, Dionisio: convertir todo lo que tocaba en oro.

Otras versiones de la historia dicen que, cuando Midas se dio cuenta de que no podría sobrevivir a sus ambiciones, pidió a Dionisio revertir el legado. El dios se lo concedió. Solo debía bañarse en el Pactolo. Su cuerpo volvió a la normalidad. El río, de oro.

El oro del Pactolo sirvió incluso para homenajear a otros dioses de ciudades griegas. Y fue el pueblo lidio quien, según muchos autores, erigió por primera vez como dios al dinero, es decir: usó monedas como forma de intercambio comercial.

“Las monedas existentes presumiblemente (no hay pruebas) hechas en Sardis son fracciones, pequeñas piezas irregulares de metal, estampadas con una marca. Las marcas de las monedas más antiguas no son identificables, pero las monedas posteriores exhiben una cabeza de león o un toro, dos animales que eran culturalmente simbólicos en Lidia, por un lado, y marcas irregulares en el otro”, dice Robert Mundel, en “El nacimiento de la acuñación”.

El uso de la moneda en Lidia coincidió con el reinado de Alyattes, unos seis siglos antes de Cristo. Y con el de su hijo Creso. A éste se le atribuye, además, el inicio de la construcción del templo de Artemisa, la diosa de la naturaleza. Y la acuñación de monedas de oro y plata de valores diferentes. Dinero y naturaleza. Dioses.

El templo de Artemisa, perdido entre las nubes de Éfeso, fue una de las siete maravillas del mundo antiguo. El homenaje a la diosa naturaleza, de uno de los creadores de la moneda. Con sus 127 columnas talladas en mármol, el hombre esperaba ganarse sus favores.

Sin embargo, en el año 546 aC Creso llegó al monte Parnaso para pedirle un consejo al oráculo de Delfos: “Si cruzas el río Halis, un imperio caerá”, le anunció el oráculo. Ante la inminente invasión de su territorio, el rey fortaleció su ejército y se alió con otras ciudades. Después, cruzó el río. Fue el último rey lidio. Sus tierras pasaron a manos de Ciro, el persa. También él uso de su moneda. Y sus dioses.

La construcción definitiva del templo de Artemisa continuó. Y maravilló a los viajeros durante un par de siglos. Incluso pueden encontrarse referencias en el Antiguo Testamento.

Según Plutarco, el 21 de julio del año 356 aC Artemisa dejó el templo para ayudar en el nacimiento de Alejandro Magno. En su ausencia, las llamas lo convirtieron en cenizas. Apresado, un hombre confesó que lo incendió. Su objetivo era destruirlo para que su nombre no fuese olvidado jamás. El tiempo dejó solo una columna en pie. La mención de Eróstrato fue, desde entonces, prohibida bajo pena de muerte. En vano. La moneda persistió.

Sardis, la capital de reino lidio, fue destruida durante un terremoto, en el año 17, ya de nuestra era. El oro dejó de brotar. Unas monedas de la época llevan el rostro del emperador romano Tiberio y la leyenda: “Ciudades de Asia restauradas”. Acaso sean su último recuerdo.

Desde entonces muchos alquimistas del poder sueñas con la idea de dominar la naturaleza. Queman sus templos. Pactan. Acuñan y acumulan monedas. Sueños de inmortalidad.

En un rincón olvidado del mundo, las aguas cristalinas del Pactolo bajan en silencio. Su naturaleza no guarda recuerdo alguno del oro, acaso una palabra mal acuñada.

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