Después del impacto que suscitó en gran parte de la crítica la edición del “Libro de los Pasajes”, de Walter Benjamin, la orientación hacia el fragmento creció de manera significativa, al menos en nuestros ámbitos académicos. Algo parecido había ocurrido después de conocidas las famosas “Tesis de Filosofía de la Historia” del mismo investigador judeo-alemán. Sucede que el fragmento, al ser una versión inacabada de un proyecto de escritura, se muestra fascinante por su disponibilidad a la hora de asignarle un sentido. Pero, como exige ser descifrado, no es fácil abordarlo sin convocar a un elenco de especialistas que nos acerque a la genealogía y al repertorio léxico necesario para hacer frente al desafío.
Con el “Libro del desasosiego” de Fernando Pessoa no ha pasado menos, porque el libro, como tal, no existe ni ha existido nunca; sólo hay sugerencias firmes que confirman su existencia virtual, la que comparece a través de fragmentos que fueron recuperados del famoso baúl del autor, y a los que ciertos teóricos especializados le garantizan fidelidad. Lo que sí cuenta en este caso es una carta de Pessoa, dirigida a Cortes-Rodrigues, en la que se refiere a esos borradores como «fragmentos, fragmentos, fragmentos».
Es la muerte (de Walter Benjamin y de Fernando Pessoa) la responsable directa de esta interrupción que nos vio privados de una obra publicada. Pero, a diferencia de lo que sucede en otros casos, estos restos de biografía suscitan curiosidad y no quedan asimilados a meros desechos como sería de esperar en casi todos ellos. Hay algo que pulsa en esas anotaciones que las tornan subyugantes y que las protegen del olvido, motivo por el cual se recuperan y se reproducen hasta el cansancio.
En Argentina se conocen tres versiones, dos muy canónicas, y una última, muy próxima en el tiempo, que se presenta como definitiva. Las usuales son las traducidas por Perfecto Cuadrado y Santiago Kovadloff, tomando como base la edición en portugués de Richard Zenith (publicada por Assírio & Alvim en 1998). La española –probablemente, la de mayor circulación- fue publicada por Acantilado en 2002 y reeditada con ampliaciones en 2013. La de origen nacional se hizo conocida por Emecé a partir del 2000. Estos dos textos tienen un elemento común que resulta importante: neutralizan las dos fases de escritura del libro en un único texto, y le atribuyen la responsabilidad de la redacción a «un ayudante de tenedor de libros en Lisboa», el autor ficcional Bernardo Soares.
La edición de Pretextos fue elaborada por Jerónimo Pizarro, y traducida por Antonio Saez Delgado, quien, además, incorporó un estudio preliminar de la obra que resulta imprescindible. Esa versión diferencia con nitidez dos fases de escritura y divide la autoría en dos, Vicente Guedes como responsable de la primera, y Bernardo Soares de la segunda. Las dos fases ayudan a entender «la evolución estética y vital del autor real de la obra, Fernando Pessoa».
Tanto Guedes como Soares son «semi-heterónimos» y no «heterónimos», ya que no sólo tienen una existencia imaginaria, sino que comparten la visión del mundo de quien los hizo nacer y habla en su nombre.
Esta edición de Pizarro, publicada en 2014, sintetiza un proyecto de investigación más amplio nacido en 2011; es más breve que las otras dos ya que elimina algunos fragmentos hasta entonces considerados genuinos y reúne varios otros que aparecían siempre por separado. El mayor mérito estriba en la datación aproximada de todos los fragmentos, que es producto de su labor de archivo (Pizarro investigó 11 años en la Biblioteca Nacional de Portugal, con pase libre para acceder al acervo) lo que le permite enmarcar los dos períodos comprometidos: 1913-1920 y 1929-1934.
El trabajo consta de 445 fragmentos y está ordenado cronológicamente, y no a partir de «manchas temáticas» como los precursores. Se trata de un dato no menor si consideramos las «influencias» que se hacen sentir en el estilo. Los fragmentos de la Primera Parte, de inspiración simbolista y decadente, son más difíciles de abordar que los otros, por el hermetismo del lenguaje y por su afán esteticista. Los de la Segunda Parte, en cambio, parecen registros de un diario personal y son mucho más sobrios y de fácil comprensión. Esta información es relevante porque explica la diferencia de percepción que tenemos del objeto material cuando leemos las tres versiones en clave comparativa. Me refiero a la relación que existe entre párrafos ordenados y coherentes con pasajes en que el pensamiento se muestra ligero o fugaz por incompleto o recortado.
De cualquier manera, la definición del “Libro del Desasosiego” como diario personal o «Apuntes Espirituales» es la más recurrente (y tal vez, la más atinada), pese a no registrar fechas concretas, en la medida en que explicita de manera cifrada las experiencias de un ayudante de contabilidad que –al igual que el propio Pessoa- desarrolló sus tareas en casas comerciales de la ciudad vieja con afán de observador minucioso.
En relación con la experiencia lectora, nos suceden dos cosas que se vinculan al título del libro. O perdemos el sosiego porque no alcanzamos a acertar del todo a la fabulación del narrador-personaje en su puesto de trabajo; o bien nos desasosegamos por su carácter inconcluso, ya que el texto nos exige dar saltos discursivos para los que no estamos preparados. Aun así, el “Libro del Desasosiego” consigue interpelarnos y conmovernos y nos invita a proseguirlo a través del agregado de matices interpretativos.