“Ir” a la localidad de La Cumbre es sencillo. Basta con tomar la Ruta 20 rumbo a Carlos Paz y doblar a la derecha cuando el cartel indique Cosquín. Al descolgarse de la autopista rumbo al centro exacto del país, la Plaza Federal, atravesaremos el nuevo puente José Manuel De La Sota, que tiene unas vistas fantásticas.
“Llegar” a La Cumbre es otra historia. Hay que tomar hacia el norte por la Rafael NÚñez que, con su nombre de ministro de Economía, está muy cambiada. Ya sea que optemos por la Recta Martinoli o la Donato Álvarez, llegaremos a Villa Allende. Hay personas que eligen la E53 y el maravilloso camino de El Cuadrado. Ellas pueden comerse un lomito en el Triángulo antes de desembocar en Valle Hermoso.
Llegar, lo que se llama “llegar”, se hace por Saldan, que es una ciudad fundada por el poeta Tejeda quien le reconoció “…campos verdes y playas floridas”. Cuando el acueducto se desdibuje en el retrovisor, las poblaciones de La Calera, Dumesnil, y Casa Bamba dejarán paso a un paisaje pintado con la paleta de colores serranos, interrumpido con intermitentes casonas de ochavas altas y puertas dobles.
Este camino, casi en desuso, tiene la posibilidad de visitar el nacimiento del Río Suquía, allí donde podemos ver la cola de la novia y su erotismo cargado de paradores de carnada y puestos de choripanes. El auto se esforzará en hacer la cuesta ascendente, y por la ventana descubriremos en qué estación del año estamos.
Pero antes de terminar el viaje, tendremos la posibilidad de otorgarle a La Plaza Próspero su reclamada condición de epicentro del país.
Que Cosquín sea el corazón nacional está garantizado por Molinari, Valle Hermoso, La Falda, Huerta Grande, y Giardino.
La ruta es una obertura cromática cuyo clímax es el otoño, cuando todos los colores son una curaduría de los mejores dorados.
Con el zigzaguear del pavimento aparecerá La Cumbre desplegando su elegante encanto. No promete nada, pero sabemos que cumplirá.
En lo alto
Esta ciudad, apenas doce años más joven que Córdoba, nació en 1585 con el nombre de San Gerónimo, integrando estancias y encomiendas. Su arquitectura, un poco presumida, es el desenlace de una historia de amor por el terruño: quienes venían construyendo las vías del tren llegaron al punto más alto del tramo y bautizaron la estación, vanidosamente “La Cumbre”. Fue en el año 1900.
Antes ascenso, luego descenso, acababan de arribar a la cima de su labor y -sin saberlo aún- un momento totémico para su propia historia. Esa impronta ferroviaria marcaría no sólo su nombre, sino también sus apellidos.
Completada la férrea labor, el Estado nacional adquirió los ferrocarriles y esta ciudad incorporó con elegancia a los habitantes que, como amantes, le eligieron por su cuerpo sinuoso y su espíritu serrano.
La influencia de los métodos constructivos ingleses viene acompañada de autopercibirse La Cumbre. Por ello, aún hoy sus mansiones incluyen balcones, techos a dos aguas, gárgolas, ladrillos y piedras descubiertas.
El voyeurismo de algunos materiales se matiza con el verde inglés en las aberturas, en los rojos del mobiliario, y hasta en las nubes bajas.
Cimientos y construcciones
Los servicios turísticos y de hotelería se habían instalado a finales del siglo XIX, de la mano del inversor inglés Geo England, quien había inaugurado el Hotel Cruz Chica con seis edificios para huéspedes, pileta y cancha de golf.
En las primeras décadas del nuevo siglo se consolidó como destino turístico “hi class”, mientras tanto el país pujaba por ser potencia mundial. Grandes construcciones diseñadas por arquitectos de todo el mundo emergían, como la residencia Ruca Mahuida, diseñada por Carlos y Alberto Dumas; o el maravilloso Chalet Suma Huayco, de la familia Minetti. La lista se extiende como una ronda de whisky sumando el Hotel Reydon, fundado por Raynor Runnacles y su esposa, Kate Walford, pionero en contar con baños privados y lugar de reunión de los fundadores del Golf, y tantas otras propiedades extraordinarias.
Uno de los mayores aportes lo realizó el arquitecto francés León Dounge, célebre por su Palacio Duhau, de Recoleta. En La Cumbre realizó el Hotel El Olimpo (hoy Fonda de Cruz Chica), y la residencia El Paraíso (con el aporte paisajístico de Carlos Thays). Muy acertadamente, Dounge nos veía parecidos a Sevilla -dice Jerónimo Luis de Cabrera que tenía razón-, por la cual también construyó La Gitanilla (su casa de veraneo) y los edificios Sevilla y Toledo, hoy maravillosos hoteles boutique.
Esta ciudad es presumida, pero tiene con qué: además del golf y la hotelería, fue sede de diversos certámenes automovilísticos (que le valieron el mote de “el Nürburgring argentino”) y llegó a contar con un servicio de Aerolíneas Argentinas directo desde la Capital Federal.
La segunda mitad del siglo fue menos generosa para el país. Nuestra niña mimada, lejos de caer en decadencia, sedujo a un grupo de intelectuales encabezados por Manuel Mujica Láinez. Con él llegarían, después, artistas de la talla de Miguel Ocampo. Hoy, el Museo que lleva su nombre es un aporte reciente al patrimonio arquitectónico.
Miguel Ocampo, a su vez, atrajo a figuras como Remo Bianchedi, quien vive y produce allí. Seguramente el legado de Emilio Caraffa -que también vivió en el pueblo- es perenne como el follaje del molle, porque han sido muchas las personalidades del arte que la eligieron. Matías Mischung, por ejemplo, es un escultor que también vive donde el sol vespertino hace leudar la somnolencia; igual que la fotógrafa y galerista Ana Gilligan, o el artista Martín Kovensky.
Cada casona tiene sus paredes con base de piedra para enterrarse en la historia. Los pinos, que son muchos y diversos, se hacen antiguos gracias a la hiedra que todo lo conecta y, allí donde va, echa raíces. Une en colores el paisaje.
Hasta los inefables crataegus contribuyen, con su ejercicio de puntillismo colorado, otorgando un marco vibrante para que el crujir de las pisadas sobre la alfombra de hojas dejen un registro sonoro indeleble en nuestra memoria. Esa alfombra debajo de los plátanos de sombra es una imagen cinematográfica que atraviesa el tiempo de nuestra niñez.
El olor a camino de tierra eriza nuestros recuerdos de incansable felicidad, pateando las láminas quebradizas tantas veces como inviernos podrían sorprendernos levantando, como salpicaduras, las hojas del otoño para que resuciten y se vuelvan a colgar del cielo.
La Cumbre tiene una gran oferta en materia patrimonial, gastronómica y artística. Su municipalidad ofrece información en https://turismo.lacumbre.gob.ar/