En el medio del playón de la estación de servicio situada en la esquina de Jacinto Ríos y Av. 24 de Septiembre, la placa –gastada, casi borrosa– dice “Por este solar pasaron cientos de miles en busca del diagnóstico de sus dolencias. Enrique Marchesini, un ser excepcional, dejó sus huellas cósmicas aquí”.
La inscripción está colocada en el lugar exacto en el que se ubicaba el escritorio desde el cual durante cuatro décadas Marchesini realizó diagnósticos a distancia, en ausencia del paciente, apenas revisando alguna prenda u objeto personal.
El legendario personaje había nacido en Córdoba el 8 de diciembre de 1906, y murió el 11 de diciembre de 1975. Hijo de inmigrantes italianos, fue el segundo de seis hermanos. Los padres tenían un almacén de ramos generales. Sus familiares contaban que el embarazo se había prolongado hasta 10 meses para que pudiera nacer el día de la Virgen.
Dicen que tuvo una vida como cualquier otra hasta que, en 1929, con 23 años, tuvo un accidente que le cambiaría el destino para siempre. Una tarde en que viajaba en auto hacia Alta Gracia, en compañía de dos de sus hermanos, chocaron. El único herido fue él. Un golpe en el cuello le causó una luxación cervical, que, a su vez, resultó en una compresión medular. Esto le dejó una pequeña protuberancia que le haría llevar la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante desde entonces. Se cree que fue a partir de entonces que se “despertaron” los poderes que lo harían célebre.
Al comienzo le costó convencer a su propia familia. El primero en ponerlo a prueba fue su abuelo, quien le pidió que adivinara el contenido de un baúl cuya llave sólo él tenía. También le pidió que intentara saber el contenido de una carta aún cerrada. Una vez superados ambos desafíos, las dudas desaparecieron para siempre.
La principal característica de Marchesini es que, a diferencia de muchos autoproclamados videntes que buscan la fama y la fortuna con énfasis, jamás tuvo interés en volverse rico ni en hacerse ver demasiado. Los testimonios de la época concuerdan en que tenía un perfil muy bajo, discreto, que no había nada en él que llamara la atención. Jamás pretendió reemplazar a los médicos ni tampoco tuvo interés alguno en estudiar la carrera. Se consideraba a sí mismo un psicómetra.
Soltero y sin hijos hasta el final de sus días, se limitaba a realizar diagnósticos a distancia. Para evitar condicionamientos, evitaba tener contacto con los pacientes, de ahí que requiriera prendas u objetos personales. Nunca recetó medicamento alguno ni derivó a médicos. No quería avergonzarlos, pero tampoco que se sospeche de tener arreglos con los galenos.
En una ocasión fue visitado por tres hombres que dijeron haber ido por una consulta. Marchesini no les creyó. Uno de ellos era el presidente del Consejo de Higiene. Podrían haberlo detenido o haberle clausurado el consultorio, debido a una falsa denuncia. Otro de los hombres tenía en el bolsillo de su saco una carta sin leer de su esposa. Marchesini le dijo que podía adivinar el contenido de la misiva sin verla. La respuesta de los hombres fue que, si era capaz de hacerlo, le extenderían un certificado para que nunca más lo volvieran a molestar. El psicómetra tomó la carta con una mano y le recitó textualmente el contenido.
En otra ocasión el tesorero de un banco lo consultó para resolver el paradero de la llave de la bóveda, extraviada por entonces, que el vidente encontró sin problemas.
Fue descubierto por Hilda Maggi en un evento en la biblioteca de barrio General Paz, al que asistió. Antes de terminar la reunión ella dijo “hay en esta sala alguien con mucho más poder que yo”. La Sociedad Británica de Investigación Psíquica mandó a Córdoba a un mentalista, Eric Courtenay Luck (a.k.a Míster Luck) quien corroboró sus capacidades después de diferentes pruebas.
Según testimonios de su sobrino, el médico Carlos Sueldo, lo peor era cuando percibía la presencia de la muerte al tocar una prenda “se sentía invadido por un frío y un vacío inconfundibles. La sensación lo dejaba postrado por un largo rato”.
A fines de 1975, un primo lo había invitado a almorzar en Alta Gracia. Marchesini partió hacia allá en auto. Se cuenta que ese día la ruta estaba desierta debido a un gran aumento del precio del combustible. Fue un choque solitario entre dos vehículos cerca del monumento a Myriam Stefford. Marchesini fue internado en el Hospital Italiano. Parecía estable, pero falleció súbitamente, de una embolia, apenas tres días después de su cumpleaños número 69. De la casona familiar en la que vivió su vida entera no queda nada más que una placa que envió una mujer de Rosario, en agradecimiento por el diagnóstico que realizó a su hijo: una leucemia que logró ser curada.
Los vecinos, familiares y allegados fueron falleciendo progresivamente y hoy, casi medio siglo después de su desaparición física, Enrique Marchesini, el célebre psicómetra de General Paz, se ha convertido en un ser mítico y de contornos borrosos.