«Allí, sobre ella, nacía y moría
la sexualidad del pueblo.»
María Fernanda Ampuero
Con el tiempo aprendimos que la literatura y la realidad al fusionarse permiten ejercitar posicionamientos éticos y humanos frente a escenarios de violencia y de dolor, ya que la literatura está construida y cimentada por la experiencia de mundo.
Messina explica, en este sentido, que «nos aproximamos a la violencia cuando la literatura se aproxima a la destrucción de la condición humana desde aquello que la funda: el lenguaje. La literatura no se exime de los límites del derecho. Ella no se pliega a un orden natural (lo que implicaría plegarse a otra ley), sino que atañe más bien a aquello que socava al derecho, a lo que destruye el lenguaje sin tregua, portando la carga del incesante ruido de esta destrucción. La literatura no sustituye al hombre por el animal, sino más bien encuentra la bestia como imposibilidad de ser hombre. Así, al tocar la dimensión muda del lenguaje, la literatura expone la violencia en lugar de representarla. Ella expone al lector a una violencia sin nombre, una violencia que ya no tiene amparo de la ley y que tiene que ver con la consumación de esta última».
Esta cita no sólo permite dar sustento teórico a la reflexión, sino que abre un plano a la discusión ética sobre algunos hechos desafortunados. El libro de cuentos “Pelea de gallos” (2018), de la escritora y periodista ecuatoriana María Fernanda Ampuero, por ejemplo, es una muestra de diversas situaciones violentas e intensas a la que se exponen ciertos cuerpos. Esta obra fue publicada en nuestro país en 2021 bajo el sello de la editorial Páginas de Espuma. Cuenta con trece relatos que narran, desde diferentes perspectivas y voces, situaciones de la vida afectiva: el descubrimiento sexual o el deseo, los secretos y los silencios que guardan algunas familias, el incesto, o la violencia de género que viven algunas mujeres, pero también aparecen algunas narraciones crudas sobre la destrucción de la vida humana. Este libro es una crítica a la institución en sí.
Uno de los relatos, “Subasta”, narra la historia de una niña que es hija de un gallero, y a la que le cabe la responsabilidad de juntar los restos de las vísceras y las heces de los gallos después de cada pelea. Ella se está criando en un ambiente crudo, machista y varonil porque a la salida de su colegio no dispone de una persona que la cuide, entonces su padre debe llevársela con él; pero lo que su progenitor ignora, al parecer, es lo que le hacen a su hija a escondidas de sus ojos. Narra la protagonista: «De camino, siempre algún señor gallero me daba un caramelo o una moneda por tocarme o besarme o tocarlo y besarlo. Tenía miedo de que, si se lo decía a papá, volviera a llamarme mujercita. —Ya, no seas tan mujercita. Son galleros, carajo. Una noche, a un gallo le explotó la barriga mientras lo llevaba en mis brazos como a una muñeca y descubrí que a esos señores tan machos que gritaban y azuzaban para que un gallo abriera en canal a otro, les daba asco la caca y la sangre y las vísceras del gallo muerto. Así que me llenaba las manos, las rodillas y la cara con esa mezcla y ya no me jodían con besos ni pendejadas».
Pero esto no es todo, frente a esta decisión de untarse todo el cuerpo para que no la besen ni la toquen, ella es caratulada por parte de los hombres como una “«monstrua»”.
A veces cuando el sueño vencía, la joven despertaba y observaba cómo esos señores miraban su ropa interior por debajo del uniforme de la escuela. Entonces, se ingenió de un plan para protegerse de ellos: «Por eso antes de quedarme dormida me metía la cabeza de un gallo en medio de las piernas. Una o muchas. Un cinturón de cabezas de gallitos. Levantar una falda y encontrarse cabecitas arrancadas tampoco gustaba a los machos». Frente al despotismo que ejercen los hombres sobre la menor, ella reacciona -pese al miedo que tiene de contarle a su padre- para enfrentar la tragedia que le toca vivir. Aquello que causó repugnancia para los demás es el “amuleto” que la protegerá de esa herida lacerante que la viene derribando.
Este relato, al igual que los otros, están entretejidos por medio de la violencia, y al no poseer un espacio geográfico marcado, reflejan situaciones que pueden leerse como experiencias locales a lo largo y a lo ancho de toda Latinoamérica. La pluma literaria de Ampuero está afianzada y muestra, en este libro, el infierno provisorio que transitan algunas personas día a día.
Esta reflexión está escrita desde la indignación y la rabia. Desde la indignación porque como docente, de ninguna manera, seré cómplice de un sistema viciado. Desde la rabia porque defiendo los derechos de la niñez y donde haya un derecho vulnerado levantaré la voz. Una indignación, como dice Susana Toporosi, «que se transforma en un posicionamiento político de denuncia al modo brutal con que -en su mayoría varones criados en nuestra sociedad capitalista y patriarcal- irrumpen con su sexualidad, usada como ejercicio de poder dominante, en el cuerpo, el psiquismo y la emocionalidad de niñas, niños y adolescentes, provocando una alteración para siempre de su propio experienciar sexual, con otros efectos persistentes y devastadores en toda su vida emocional». Pero también, para contextualizar, recordar y visibilizar aún más las noticias dolorosas y desagradables que hemos recibido, en estos últimos meses por parte de los medios de comunicación, sobre situaciones de acoso y abuso de menores por parte del personal docente dentro de los sistemas educativos del país. ¿Cómo estar alerta ante estos episodios?, ¿de qué debemos hablar en nuestras clases para que esto no ocurra?, ¿qué lugar ocupa en nuestros programas la enseñanza de la Educación Sexual Integral?, ¿qué medidas debemos tomar o qué métodos debemos reforzar en las escuelas?, ¿cómo seguir promoviendo y acompañando la infancia y adolescencia de manera integral para una vida afectiva plena?
El acoso, la agresión sexual y el abuso son las formas de maltrato más cruel que puede recibir la población estudiantil dentro del sistema de formación, porque allí se pierde y se rompe no sólo el vínculo pedagógico, sino también la confianza y la referencia de su docente.
Ante esto, tres consideraciones: agudizar aún más ese oído feminista, como nos viene enseñando Sara Ahmed, para escuchar las quejas, las incomodidades, y denuncias no sólo de nuestros estudiantes, sino también de nuestros colegas.
De allí que debamos tomar registro para formar un gran archivo de testimonios colectivos y activar los protocolos vigentes que cada Ministerio y jurisdicción establecen. Segundo, animarnos a denunciar aquellas situaciones que ponen en peligro y vulneran los derechos de las infancias y adolescencias, y confrontar, si es necesario, a las instituciones para no seguir fomentando una cultura del acoso y no ser cómplices de esos hechos aberrantes.
Por último, implementar y seguir reforzando desde lo institucional -de manera real- la ley de 26.150 de Educación Sexual Integral (ESI), para que se cumpla como derecho que involucra y hace partícipe a docentes, estudiantes y familia, y deje de considerarse un tabú. La aplicación de la ESI es la mayor herramienta para combatir el bullying, el acoso y el abuso sexual, entre otros temas fundamentales de la agenda social. Es una manera también de aprender a decir NO, esto Nunca Más.