El primer acercamiento a la literatura de Mariano Quirós (Resistencia, 1979) fue en 2010, a través de su libro, “Robles” (2009), Primer Premio del Consejo Federal de Inversiones. La lectura fue impactante, un escritor del Chaco, del afuera, escribía de manera singular y alucinante. Humor, crueldad, incorrección, aquello que ocurre más allá de los márgenes se incluía en el texto.
Con el correr de sus libros, los límites de las características antes mencionadas se pusieron en tensión a partir de textos que transitan, del mismo modo, lo nimio como lo relevante. ¿Quién decide eso? es una gran pregunta que ofrece Quirós a sus lectores.
Ese proceder se ha ido acentuando y puliendo, vasta pensar en “Río negro” (2011), en la que un padre escritor y peronista repasa su vida, y entabla una difícil relación con su hijo adolescente; o “Torrente y otras aventuras” (2018), en la que un hombre relata su pasado, sus relaciones familiares transcurridas en el norte.
Este año, con “Nuestra hermana de afuera” (Tusquets, 2023), Quirós lleva ese desarrollo a otro nivel. La novela es, entre tantas cosas, una comedia de enredos, una novela familiar, un relato de ciudad. El nuevo libro de Quirós tiene un disparador: dos hermanas (Clara y Nadia, solas, fané y descangayadas) tienen que viajar desde el interior hacia Buenos Aires para una consulta médica. A partir de esa anécdota mínima comienza la narración. Se presentan escenas que escalan hacia ninguna parte, mientras se cuentan las mínimas aventuras de estas mujeres en la ciudad, se narra un desfile de personajes (hijos, hijas, nietos, ex maridos, médicos, hermanos/as y más). Es una especie de bestiario familiar en el sentido más amplio que puedan tener estas palabras.
“Nuestra hermana de afuera” está compuesta por tres partes (las dos primeras narradas por un esquivo y excéntrico narrador omnisciente, y la última por uno en primera persona), estas partes tienen como epicentro a determinados personajes que gravitan la vida familiar de estas dos hermanas. ¿O son ellas las que gravitan en las vidas de los demás? Hay relatos, historias que se cruzan, miradas que se completan, complementan y/o distorsionan. La novela es un caleidoscopio que destierra la tranquilizadora idea de verdad, de linealidad en la vida de los personajes. No parece casual ni inocente el epígrafe de Saer al comienzo del libro.
No hay una trama propiamente dicha, no hay nada por resolver, parece que la narración se constituye para construir a un puñado de personajes (o viceversa), apenas para poder sostener las nimias anécdotas. Estas pueden ser un viaje en taxi, una larga sobremesa con demasiadas cervezas en un bar, el viaje de una niña en subte, una plaza con “freestylers” y un guionista “merquero”, la historia de una hija con un padre desaparecido, entre tantas.
Narrar parece ser una cuestión de intensidad, escaladas que tensan el sentido común. Tal vez ese sea el punto, llevar pequeñas historias a su grado máximo de tensión para interrumpirlas. La narración se va armando a través de un mecanismo de acumulación de fragmentos. Pequeñas piezas, historias interrumpidas y cruzadas delinean vasos comunicantes que confluyen en una ciudad, Buenos Aires. Fragmentos que no tienen o no buscan una resolución, poniendo el énfasis en lo absurdo (Nadia y su relación con un mozo venezolano); en la incorrección (algunas relaciones intrafamiliares no muy bien vistas); la irresponsabilidad (una niña viajando sola con un bebé en el subte); para mencionar algunas.
Hay un escenario que reúne todas las historias y estas irán construyendo una Buenos Aires particular. Cada vivencia construye ese espacio, cargado de los juicios y prejuicios propios de quienes han sufrido o gozado en él (aunque todo maniqueísmo quedaría excluido en este libro). En este punto es interesante pensar la ciudad teniendo en cuenta las palabras de Andrea Ostrov en su libro “Espacios de ficción”; dice: “Toda configuración espacial representa y constituye un orden determinado de inclusión y exclusión, de usos apropiados e inapropiados, prescripciones y permisos, centros, márgenes, direccionalidades…” Esto ocurre con la ciudad en “Nuestra hermana de afuera”, se establece un orden que va trazando el mismo devenir de los personajes. Se podría pensar que éstos se constituyen a partir de la ciudad; dice uno de ellos: “Odio que Buenos Aires sea una ciudad tan aburrida. Me divierte mi propia impericia para manejarme aquí. Soy tan dulcemente provinciana que con unos pocos kilómetros de viaje puedo sentirme sumergida en una cultura excéntrica”.
La ciudad se muestra en sus múltiples facetas, pero, tal vez la más interesante, es la que menos frecuentemente aparece: la de la mirada del foráneo, pueblerino o no porteño. Por momentos estas palabras funcionan como sinónimos, y otras veces son simples absurdos construidos a partir de lugares comunes. Como esa broma que incorpora David Foster Wallas en su discurso universitario, esa en la que cuenta que estaban dos peces jóvenes nadando y pasa otro, mayor, y les pregunta “¿Cómo está el agua?” Ellos se miran y siguen, luego uno mira al otro y le dice “¿qué demonios es el agua?” En este libro la broma de Foster Wallace parece poder extenderse a Buenos Aires, a un puñado de seres que de distintas maneras confluyen allí.