A 50 años de la muerte de Pablo Neruda, poetas y críticos argentinos reflexionan sobre su legado y coinciden al destacar la asombrosa diversidad de facetas y momentos que abarcó la obra del poeta chileno, un viaje literario que abarca desde el Neruda romántico de «Veinte poemas de amor y una canción desesperada» hasta el político de «Canto general», además de reconocer la innegable potencia del lenguaje nerudiano, que, como afirman, se expande y se adapta con maestría en cada etapa de su carrera.
El 23 de septiembre de 1973 moría Pablo Neruda en circunstancias que ahora se revelan más sombrías y misteriosas que nunca. Su verdadero nombre era Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto. Había nacido el 12 de julio de 1904, en Parral, Chile, como hijo de José del Carmen Reyes Morales, un obrero ferroviario, y Rosa Neftalí Basoalto Opazo, una maestra de escuela que falleció a causa de la tuberculosis poco después de que naciera su hijo. Su segundo nombre y el segundo de su madre, Neftalí, es el que usaría, seguido por el apellido paterno, para firmar sus primeros trabajos literarios. En 1920 ya empezaba a firmar su obra como Pablo Neruda.
Carlos Battilana, Alicia Genovese y Silvia Jurovietzky exploran el legado y la influencia del poeta chileno. Battilana, poeta nacido en Paso de los Libres, Corrientes, en 1964, aporta su experiencia lectora sobre la obra nerudiana. Genovese, poeta y ensayista, nacida en Buenos Aires en 1953, comparte sus ideas sobre la evolución creativa del poeta chileno. Y Jurovietzky, docente y poeta nacida también Buenos Aires, en 1962, ofrece su visión sobre el impacto de Neruda en la poesía contemporánea.
Sobre la idea de que más que hablar de un solo Neruda, se puede hablar de muchos, coinciden los poetas Battilana y Genovese. El correntino señala al Neruda vanguardista de «Residencia en la tierra», el americano de «Canto general», el autobiográfico de «Memorial de Isla Negra», el materialista de «Odas elementales» y el enamorado de «Los versos del Capitán». Mientras que la autora de «La doble voz», «Leer poesía. Lo leve lo grave lo opaco» y «Abrir el mundo desde el ojo del poema», explica que hay un Neruda que va atravesando distintas épocas y su producción se modifica desde los poemas que escribe siendo muy joven, como los «Veinte poemas» que escribe a los 18 años y no como Neftalí Reyes.
«Ahí es un poeta romántico y ese libro suele ser con el que, al menos, la gente de mi generación se inició en la lectura de poesía. Yo lo leí cuando era un adolescente y fue una de las primeras lecturas de poesía contemporánea que hice por consejo de un librero», cuenta Genovese y agrega: «después está el Neruda político del ‘Canto general’, y de otras muchas producciones que creo que es el menos leído hoy».
Para la autora de los poemarios «Azar y necesidad del benteveo», «El río anterior», «Diarios del Delta» y «La línea del desierto», mucho de esa producción «ha quedado en ciertas circunstancias» y «ha perdido vigencia», salvo «Alturas de Macchu Picchu», que «sigue siendo una obra típica de Neruda, monumental, con una cosa arquitectónica y con un canto a aquello que es la esencia de Chile».
Por su parte, Battilana -autor de libros de poesía como «El fin del verano», «Un western del frío» y «La lengua de la llanura», destaca «la potencia del lenguaje» de Neruda, al que describe como «oceánico, expansivo, de gran destreza. Leer su poesía era estar frente al trazo inquietante de una habilidad que se abría a una música».
El escritor explica que en su época escolar Neruda representaba «al poeta» para el sentido común y que si bien sus 20 poemas eran «el libro que más circulaba» en sus días adolescentes, a él le gustaban «Los versos del Capitán», porque tenían un «lenguaje más trabajado sin perder frescura», contra «el yo inflamado» y «un poco enfático» de «muchos otros textos» donde él percibía «cierta exhibición de sabiduría por sobre los demás», eso de «un poeta iluminado».
Y recuerda con alegría el libro «Las piedras del cielo» editado por Losada: «lo guardo con especial cuidado y hoy que hablo de él me da ganas de releerlo: ‘tanta luz irradiaban grietas, estalactitas y promontorios»‘.
Por su parte Jurovietzky, coordinadora de «Historia Feminista de la Literatura Argentina III» y autora de poemarios como «Un guisante bajo el colchón», dice: «por supuesto las feministas vamos a criticar versos en el arco de ‘me gusta cuando callas porque estás como ausente’, esa cuestión de ninguneo hacia el lugar de mujer, esos poemas de amor tan clásicos y patriarcales, pero la escritura de Neruda va complejizándose». Hay un poema de «Residencia en la tierra», «Tango del viudo», donde «hay una mujer que se vuelve completamente amenazante, inclusive el yo poético decide designarse viudo como para hacer un corte en esa relación», grafica.
Para Genovese, como para muchos de sus contemporáneos, el Neruda esencial sigue siendo el de «Residencia en la Tierra»: «Yo sigo amando ese libro, me parece que ahí hay un poeta enorme, indiscutible. Tanto, que todavía recuerdo algunos versos de memoria de ese libro y poemas como ‘Walking around’, ‘Galope muerto’, ‘Ritual de mis rodillas’ y ‘Sabor'».
A su entender, el chileno tiene una cantidad de poemas antológicos que son para seguir leyendo: «en ese momento Neruda recibe toda una influencia de las vanguardias, especialmente del surrealismo, pero hace una cosa muy personal con todo eso. Esa influencia está más que nada en su gran capacidad para perderse en las metáforas, aunque lo que yo rescato es el largo aliento de una obra inacabable».
Lo que a Genovese siempre le llamó la atención de «Residencia en la Tierra» es «la incorporación de elementos que previamente podían considerarse antipoéticos: él toma las materias más diversas, como toallas, camisas, calzoncillos. Incluso en un momento dice ‘cruzo oficinas y tiendas de ortopedia’, se sitúa con una apertura enorme frente a todo aquello que lo rodea».
Es la época en que Neruda vive en Europa, alrededor de los años 30, cuando escribe esta poesía, «y en esa realidad siente nostalgia, se siente desvalido siempre -señala la escritora-. En algún momento dice ‘solo quiero un descanso de piedras y de lana’, como un volver a eso que de algún modo se identifica con algo autóctono de Chile: la piedra, la cordillera y la lana».
Neruda fue testigo de la Guerra Civil Española en 1936 y se involucró activamente en el movimiento de la Segunda República, primero en España y luego en Francia. Esto dio origen al libro «España en el corazón», de 1937. En tanto que uno de los puntos culminantes de su carrera literaria llegó en 1950 con la publicación de «Canto General», una obra monumental que también circuló clandestinamente en Chile.
Por eso para Genovese, la de Neruda es una voz comparable quizás en América a la de Walt Whitman, «con esa ética política que atravesó a lo largo del tiempo, que nunca dejó de lado su compromiso, su ubicación dentro del contexto social de Chile y que termina trágicamente con lo que ahora se viene comprobando. La suya no fue una muerte natural, no fue el cáncer el que lo mató: lo asesinaron».
«Es ahora cuando se están analizando evidencias de que Neruda fue envenenado -subraya la autora-, y es muy probable que haya sido así, porque fue en el año del golpe militar de Pinochet y allí fue que apareció su muerte, por un cáncer que ahora se comprueba era otra cosa».
La muerte de Neruda, originalmente atribuida a su batalla contra el cáncer de próstata, ha estado rodeada de especulación durante décadas. En 2011 su chofer afirmó en una entrevista que el escritor había sido asesinado con una inyección letal el 23 de septiembre de 1973, 12 días después del golpe de Estado de Augusto Pinochet, un día antes de exiliarse en México.
Las investigaciones, que concluyeron este año, arrojaron un resultado sorprendente. Según el informe pericial, Neruda había sido envenenado con la bacteria del botulismo, presumiblemente inyectada en su cuerpo mientras estaba ingresado al hospital, como él mismo había revelado en una llamada telefónica antes de morir.