Lejos de toda taxonomía que delimita las formulaciones posibles del amor y de los cuerpos capaces de esa entrega, la escritora Paula Pérez Alonso construye en «Kaidú» una novela sobre la correspondencia entre humanos y animales, a partir de un perro callejero que entabla un vínculo con Aína, quien al dejarse llevar por esa afectividad no solo desecha cualquier represión moral con ese cariño que siente, sino que descubre el mundo con una perspectiva más sensible, apasionada y menos sesgada.
«¿Se puede ser infiel con un perro? Es lo que me mortifica cada vez que esa felicidad nuestra se hace más imposible de compartir con Juan o cualquier otra persona», dice Aína, la narradora de esta historia, que empieza a salir con Juan y gracias a él conoce a Kaidú, el animal callejero que vive con él y que la hace descubrir algo que ella misma ignora, una intimidad solo accesible a quien se deja llevar sin la jaula de pruritos.
A través de Kaidú, Pérez Alonso compone una historia tierna, luminosa y crítica a la vez. Por un lado, la forma en la que el perro aparece: sus gestos, movimientos, su modo de mirar, su dulzura y rebeldía, incapaz de ser domesticada. «Aprendí a leer fuera de lo escrito, los gestos, los tonos, el cuerpo, a detenerme en ciertos detalles, a no mostrar la interacción de los sentimientos desnudos, sino acentuar ciertos rasgos», confía la autora sobre la incorporación de este personaje central de la historia.
Por otro lado, la novela tuerce las formulaciones posibles del amor, las corre de las etiquetas de la monotonía social y las devuelve a un plano menos mediado por las limitaciones del raciocinio intelectual: con un perro también se puede bailar, pasear por la ciudad, compartir y viajar. A un perro también se lo desea y se lo extraña. Finalmente, en esta configuración vincular que conforma la tríada -Kaidú, Juan y Aína- Pérez Alonso postula una crítica a la cultura occidental que establece jerarquías, amos y rótulos tramposos que encubren relaciones de poder, como «mascotas». El perro, escribe la narradora, «escapa a la restringida mirada binaria y me enseña a superar esta concepción estrecha en la que nos enclaustró la visión cartesiana: siento que se ha caído un velo y ya me resulta imposible creer esta versión empobrecedora».
Paula Pérez Alonso (Buenos Aires, 1958) es autora de la novela «No sé si casarme o comprarme un perro» que, desde su publicación en 1995, cautivó lecturas en América Latina y España, más tarde sacó «El agua en el agua», «Frágil» y «El gran plan». Además de su obra literaria, es editora en el sello Planeta. Para esta novela, cuenta, lo que hizo fue inventar una historia a partir de «un perro real con una expresividad muy singular, muy propia» en la que «lo que desestabiliza a la narradora es que Kaidú le presenta coordenadas no transitadas hasta ahora, y no solo la cautiva, la induce a entrar en la animalidad, un mundo de inmanencia pura».
– «Kaidú» es una historia de amor que quiebra con la jerarquización de la humanidad como escalafón más alto de la evolución, el hombre amo y señor de la naturaleza ¿cómo llegaste a trabajar estas ideas?
-Paula Pérez Alonso (PPA): Desde hace muchos años creo que la no jerarquización de las culturas es una cuestión vital; hemos crecido en la cultura occidental falogocentrista y hay que desarticularla porque es una visión restringida del mundo, muy parcial y pobre. En la novela, Kaidú no está al servicio del ser humano, es un par, los tres habitan un mundo, cada uno habita un territorio y comparten otros en un plano de igualdad. Y genera emociones y sentimientos muy inesperados, él desestabiliza las categorías binarias y las creencias que van con ellas.
– ¿Kaidú operó como personaje para acceder a esas reflexiones o al contrario fue él quien empujó a redescubrir y volver a mirar ese mundo sin jerarquía?
– PPA: Las dos cosas: la experiencia con Kaidú tiene que ver con vivir en la inmanencia, no hay otro plano. Desde que leí a Nietzsche muy joven no termino de desmontar el platonismo que nos marcó a fuego, el mundo binario de dicotomías y jerarquías que nos estructuró, que tiene buen marketing porque ordena el mundo y es funcional a una estrategia política de dominación y tranquiliza a muchos. Al escribir Kaidú se hizo patente en la relación de la naturaleza y la cultura. Acá a la naturaleza no le falta nada, es pura afirmación.
– A través de Kaidú, la narradora accede a otra percepción, se abandona a lo inexplicable y ese no entender pasa a ser una «potencia» decís ¿por qué?
-PPA: Renunciar a entender racionalmente algo es una potencia. La literatura, la poesía nos ponen en contacto con las palabras que son cosas fabulosas, tienen más posibilidad de mostrar que las imágenes porque permiten imaginar más, dice Rancière. Al escribir pensás e imaginás y accedés a lugares nuevos, a relaciones nuevas entre las palabras, es un devenir en el que afectás y te dejás afectar. El sentido desborda lo escrito cuando tenés una mirada, una visión y sabés expresarlo.
– Quizá lo más movilizador es la formulación del amor de esta novela: las relaciones, la capacidad de amar más allá de las formas de nuestros cuerpos. ¿Qué te interesaba trabajar sobre estas posibilidades del amor por fuera de toda taxonomía?
-PPA: Es una educación sentimental que Kaidú hace con Aína, ella deviene animal y puede relacionarse de una manera mucho más genuina, sin temor a la intimidad; descubre otro mundo. El perro acá no es una «mascota», término que los cosifica como objetos, es un callejero que elige vivir con Juan, se deja educar para sobrevivir en la ciudad, pero nunca pierde su rasgo de rebeldía. Lo inasible e indomesticable es el deseo que circula entre Aína, Kaidú y Juan, que es tan energético y vital que no necesita ser consumido ni consumado.
– Esa lectura también se inscribe en el cuestionamiento a las falsas dicotomías que marcan el pensamiento occidental y que hoy se descomprimen con lecturas no binarias, identidades no enlatadas.
-PPA: Estamos atrapados en la cultura que nos formateó. Es un efecto civilizatorio que conviene a los poderes para disciplinar a las sociedades, tiene buena difusión porque promete progreso y gloria, trascendencia.
Deconstruir un modelo tan funcional es una tarea ardua. Es mucho más cómodo creer en ese modelo que ordena y tranquiliza. Apartarse de lo establecido o de lo bien visto, de los formatos que nos encorsetan, del sentido común de los estereotipos siempre es más incómodo o tiene un costo.
– ¿Estos personajes desacreditan la construcción de elocuencia que permite el razonamiento humano frente a la condición instintiva del comportamiento animal?
-PPA: De alguna manera sí, hay un gran cuestionamiento a la racionalidad, tanto sucede en otros planos no inteligibles. Abre interrogantes: Kaidú la hace cuestionar la cultura que nos rige. La complejidad de Kaidú demuestra que hablar de comportamiento animal y condición instintiva no es suficiente para relacionarnos con ellos.
– Tu novela «No sé si casarme o comprarme un perro» escrita hace más de dos décadas también recupera la figura del perro aunque de manera más solapada, podemos decir que ahora ¿la protagonista se casa con el perro?
-PPA: ¡Sí, se puede decir que me casé con un perro! Es un chiste porque aquella novela tenía el título provocador de alguien que quería vivir en la superficie de las cosas y por debajo hay un drama tremendo que se vislumbra enseguida; los personajes son seres desesperados que están atravesados por los ideales del siglo XX y sus tragedias, no hay salida; y en Kaidú, Aína accede, gracias a que se deja afectar por este perro tan singular (y ella también a él), a una nueva forma de habitar el mundo, mucho más vivible, sin necesidad de un para qué, no hay finalidad.
– ¿Hubo un Kaidú en tu vida?
-PPA: Sí, Kaidú es un perro importante en mi vida. A partir de la observación de su enorme expresividad y de la relación que establecimos me decidí a escribir sobre él, se dio algo tan extraordinario que superó todo esquema de interpretación. Me gustó mucho escribir fuera del lugar común. Adoro los perros, pero me gustan sueltos, en el campo, sin depender de los humanos. La experiencia de Kaidú en un departamento era algo a explorar, como una indagación del ser propio de la animalidad que no podemos descifrar, que habita en otra esfera, con otro saber que desconocemos.