Robo para la corona

Por Jaqueline Vasallo

Robo para la corona

El inesperado hurto de la corona que portaba la imagen de Nuestra Señora de Nieva, situada en la catedral de Córdoba, sorprendió a muchos cordobeses hace pocos días. Y si bien los medios locales cubrieron los hechos y convocaron a expertos en patrimonio cultural, creo que resultaría interesante desgranar algunas cuestiones vinculadas a los roles que jugaron las obras de arte religiosas en tiempos coloniales, cuando la misma fue traída a Córdoba.

Las obras de arte como objetos comunicadores adquirieron una importancia vital en la Europa de la Contrareforma, y produjeron una potenciación de la iconografía que proliferó a un lado y otro del Atlántico, ya que jugaron un rol esencial en la conquista española.

El lenguaje iconográfico que llegó a América fue el del barroco, y entre la iconografía religiosa impulsada durante tiempos coloniales destacó el “arte mariano”, como milagrero y evangelizador. Y si bien los hombres de la iglesia trajeron imágenes devotas de santos y cristos desde España, según la especialista en historia del arte Laura Castillo Compte, la de María se convirtió en el elemento principal de dominio espiritual y mejor aceptada por la población nativa.

Como bien han subrayado las expertas argentinas Andrea Jáuregui y Marta Penhos, las imágenes de bulto -como es el caso de la de Nuestra Señora de Nieva- y los lienzos tuvieron un complejo entramado de sentidos, en los que la dimensión estética es uno de sus hilos, pero también cumplieron funciones simbólicas.

Esta imagen que fue colocada a fines del siglo XVIII, mediante un acto solemne, en la catedral de Córdoba y, como tantas otras, fue un poderoso instrumento de transculturación y vehículo de trasmisión de jerarquías sociales.

Estas imágenes tendían un puente hacia lo sagrado por medio de la devoción; pero también adquirieron importancia en tanto referentes identitarios de comunidades.

La obra de la escultura de la virgen Nuestra Señora de Nieva llegó a Córdoba a instancia del obispo Moscoso, en un intento de instituir esta advocación de María -que era muy reconocida en Segovia- como protectora de la ciudad, debido a que la misma se veía comúnmente afectada por tormentas eléctricas. Sin embargo, el obispo no encontró inicialmente una recepción amigable por parte del gobernador intendente, el Marqués de Sobre Monte, ya que no estaba dispuesto a cambiar de protectora.

La escultura representa el modelo de arte religioso europeo, ya que fue realizada durante el último cuatro del siglo XVIII en una santería madrileña.

Como ha informado la historiadora cordobesa Ana María Martínez, el altar con la nueva imagen se bendijo el 19 de noviembre de 1797, y fue costeado por el mismísimo Moscoso, junto a don Ambrosio Funes, el hermando de Gregorio, en agradecimiento por haber salvado a su hermano de morir por un rayo que había dado en su habitación, un año antes.

El viaje de esta obra y su donación no fueron excepcionales. Desde el siglo XVI existía una fluida red de relaciones culturales, que consideraron a las imágenes religiosas como objetos de transacción en el comercio colonial, pero bajo la atenta mirada de la Corona y de la iglesia.

El concilio de Trento había prohibido toda imagen que pudiera inspirar doctrinas falsas, y propuso que el arte debía deleitar, enseñar y mover a los creyentes a la piedad, mediante una apropiada representación de la doctrina cristiana. Razón por la cual encargó al Santo Oficio la vigilancia de las imágenes, y más precisamente a los comisarios de los puertos -como los que actuaron en Buenos Aires- para que estuvieran atentos al arribo de las mismas, en barcos que provenían tanto de Brasil como de Europa.

Córdoba, en ese entonces, era un cruce de caminos: una ciudad receptora de obras y de artistas de distinta procedencia y consumidora de gusto selectivo. Y Buenos Aires estaba abierta a las novedades que venían del Atlántico. La imagen que tanto dio que hablar estos días viajó por tierra desde Madrid hasta Cádiz, navegó por el Océano Atlántico, ingresó por el puerto de Buenos Aires -por entonces capital del Virreinato del Río de la Plata- y llegó por tierra a Córdoba hace ya varios siglos. Los hechos sucedidos nos invitan a conocer su historia y su valor como objeto cultural y religioso, pero también a reflexionar sobre el valor del patrimonio cultural de Córdoba, las políticas de protección que se implementan en un lugar de culto; mientras se espera la resolución judicial del caso para que la corona vuelva a lucir sobre la cabeza de la representación de María.

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