Acteal es un lugar de la memoria que no puede de
ninguna manera desaparecer. Sabemos lo que ocurrió y
no queremos olvidar (José Saramago).
Estas dos notas fueron escritas por José Saramago en 1998 con una diferencia de pocos meses:
“Los macizos montañosos de Chiapas son, sin duda, uno de los paisajes más asombrosos que mis ojos han visto alguna vez, pero son también un lugar donde campan la violencia y el crimen protegido”.
“Además de ser el primer productor de café y plátanos, el segundo de miel y cacao, el cuarto en el sector pecuario; además de generar el 46 % de la energía eléctrica del país, en Chiapas se encuentran los nichos más importantes de hidrocarburo de México, con reservas que se calculan entre veinte y sesenta millones de barriles… ¿A dónde va, entonces, el dinero, si no ha sido puesto al servicio del desarrollo de Chiapas? Un funcionario del gobierno mexicano, un tal de Hank González acaba de dar la respuesta: ‘Sobran cinco millones de campesinos”».
La historia de Saramago con Chiapas comienza con la matanza de Acteal que tuvo lugar el 22 de diciembre de 1997 y cuya noticia sorprendió al escritor en su casa la mañana siguiente. Saramago venía acompañando las acciones del EZLB (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) desde 1994 en que es tomada la plaza central de San Cristóbal de las Casas y se revela el liderazgo del Subcomandante Insurgente Marcos. Por esta razón, recibió con escándalo y alguna desazón la información transmitida.
Sabiendo que iba a estar en México algunos meses después porque había sido invitado por Carlos Fuentes para participar del Ciclo “Una nueva geografía de la novela” negoció con Alatriste, su editor para Latinoamérica (Alfaguara) la visita a la localidad:”«Iré donde tú quieras, Sealtiel. Daré conferencias, pero también estaré en Chiapas”. Esta decisión de viajar es anticipada en un texto que escribe en 1997 para la Revista Visão: “Voy a Chiapas. Llevan ya cinco siglos de existencia esos desprecios, esas humillaciones, esas torturas y siento que es mi deber de ciudadano del Mundo (asumo la retórica) escuchar los gritos de dolor que de allí salen. Y también sus protestas y sus cóleras”.
De manera concreta y tal como lo había previsto, llega a Los Altos de Chiapas el 14 de marzo de 1998 y – pese a ser intimidado por el poder, que entiende su presencia como “una escandalosa injerencia en los asuntos internos de un país extranjero”, visita Acteal, el caserío atacado por el comando armado. Lo hace acompañado de su esposa Pilar del Río, Carlos Monsiváis y el propio Sealtiel Alatriste, entre otros. Por boca de Gonzalo Ituarte, uno de los sacerdotes de la comunidad, toma conocimiento de la tragedia vivida meses atrás y, sobre todo, en primera persona. Los hechos pueden ser sintetizados de este modo: Grupos paramilitares (más tarde, identificados como Máscara Roja) relacionados con los terratenientes de la región y con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el poder, durante la presidencia de Ernesto Zedillo, mataron a 45 campesinos tzotziles, miembros de la organización La abeja, que se encontraban acogidos en la iglesia por ser “simpatizantes” del EZLN y reclamar la reforma agraria. “Entre los asesinados, a golpes de machete y disparos de armas de fuego de gran calibre, había 9 hombres, 21 mujeres, 14 niños y un bebé”.
En ese derrotero por el territorio en cuestión, Saramago no se limita a ordenar los episodios en forma cronológica, sino que conversa con algunos de los sobrevivientes y les promete “poner sus palabras a disposición” evitando, en todo momento, “hacer un espectáculo de la visita”. La experiencia fue, sin embargo, tan marcante que –en una confesión a su editor Alatriste- el autor dejó expuesta esta sentencia: “Chiapas es la representación del mundo porque ahí está representada nuestra esperanza” (sic). En las notas redactadas al poco tiempo, intentará explicar esa definición intempestiva que le brotó de los labios al sabor de las circunstancias.
Me interesa aludir –en este sentido- al artículo “Todos somos Chiapas” que publicó La Revista, de México, algunos días después. En ese trabajo, define su paso por la comuna como el horror en grado extremo. Y, así, contraponiendo las comunidades indígenas de desplazados a los paramilitares y al ejército que “son carne y uña”, entiende que el verdadero problema del exterminio es la necesidad gubernamental de que los indios no existan. “El gobierno esperaba que con el tiempo se acabaran todos” afirma con clara convicción. Y agrega, “Las comunidades indígenas viven en condiciones infrahumanas. No los reunieron allí a la fuerza, es cierto, pero cuando huyeron a esos lugares (los campos de refugiados) los rodearon. Entonces se convirtieron en una especie de campo de concentración” (sic).
En octubre de 1998, Saramago escribe para La Jornada, también de México, un texto que se titula “En recordación de Acteal” en el que evoca los hechos sucedidos y su primera visita a la aldea enfatizando lo que allí aprendió en el contexto mismo del dolor colectivo. A diferencia del texto anterior en que los hechos aparecen en estado bruto, en este material, con el distanciamiento temporal de algunos meses, asume otro lugar de lectura. Valora a Chiapas como un “lugar de dignidad, un foco de rebelión en un mundo patéticamente adormecido” y resalta lo que le parece más importante, la actitud de la comunidad de haber dicho basta a la humillación y el oprobio a través de la organización: “La decisión firme de vivir otra vida la percibimos en los hombres y mujeres con la que hablamos, en la firmeza y en la rotundidad de gestos y palabras, en la nueva concepción que de ellos mismos tienen” (sic).
El contacto con Chiapas no quedó allí ya que los viajes y las visitas se sucedieron. Hay algunas fotografías de Saramago con los revolucionarios en el Aguascalientes de Oventic que pertenecen a 1999 y que están al alcance de cualquier interesado en la web. Lo mismo sucede con los contactos –primero, epistolares y luego, físicos- con el Subcomandante Insurgente Marcos, el portavoz, con quien se encuentra en el Zócalo de la Ciudad de México durante la Marcha del Color de la Tierra. Este líder – que alguna vez definió como “figura excepcional y ejemplar” fue muy importante para el escritor porque representó –a sus ojos- el perfil del político creíble y responsable en el que vale la pena apostar. De no haber existido Marcos, el autor habría llevado hasta el paroxismo su desprecio por los sistemas de gobierno que tenemos pero como lo conoció pudo advertir que no estamos perdidos del todo. Tanto así que no dudó en dejar asentado que “a pocas personas he admirado tanto en mi vida, de poquísimas he esperado tanto”.
Sólo con el presidente López Obrador, y en 2020, la masacre fue reconocida como “responsabilidad pública del Estado mexicano” (sic), esto es, un crimen de lesa humanidad perpetrado por el Estado, pero eso José Saramago no llegó a saberlo porque falleció diez años antes. Lo que sí alcanzó a conocer fue la condena que recayó sobre los asesinos en 2006, varios de los cuales quedaron exculpados por recurrencia judicial dejando impune la afrenta.