Hay dos formas de contar los hechos. Podemos decir, por ejemplo, que después de 1992 Saramago abandonó Portugal y que se exilió en Lanzarote, lo que sería contar una verdad a medias; pues si bien es cierto que dejó la Lisboa de su vida pública, no es cierto que se haya exiliado en sentido estricto. Abandonó su país, sí, pero no por una persecución política o ideológica, sino por fastidio, lo que es también una razón de peso. Sucede que fue maltratado, «públicamente ofendido por el gobierno de Cavaco Silva, del que Santana Lopes era secretario de Cultura y Sousa Lara subsecretario… y no se alzó ni una sola voz para decir «¡Esto es un disparate, eso no se hace!».
Depende del lugar que elegimos situarnos para ponderar con mesura. Una es la que tomamos como referencia, es decir, el cambio de domicilio del escritor. Otra es que la que esbozamos para explicar la primera, es decir la causa genuina de ese disgusto y de esa mudanza.
José Saramago publica en 1991 “O Evangelho segundo Jesus Cristo” [El Evangelio segun Jesucristo], uno de sus libros de mayor contundencia. Esta publicación abre en el horizonte del autor un cambio radical en la aproximación a las causas humanas y sociales; si antes se había detenido en la «descripción de la estatua» (sic) y relevado acontecimientos históricos ligados a la historia de Portugal, a partir de esta edición se adentra en problemáticas más globales, que tienen a la condición humana como protagonista. El libro por lo tanto funciona como una bisagra, que cierra una puerta y abre otra nueva, que se ordena como «la piedra fundamental» de las intrigas novelescas que abordará a partir de entonces.
Esa autopercepción fue más que ignorada por los agentes oficiales que –conminados a presentar una lista de autores consagrados para el Premio Europeo- sólo se interesaron por la «brocha gorda» de la trama, y no por los detalles ni las elucubraciones de un autor acerca de sus procesos ficcionales. Para Sousa Lara, que era el funcionario ocupado de esas cuestiones protocolares, la propuesta de la novela era escandalosa, ya que hería el espíritu de los creyentes al revelar a un Jesús de Nazareth despojado de cualquier divinidad y entregado a los placeres carnales de la manera más ostensiva. Esto, sin contar los espacios reservados para la pasión, en la que el Hijo de Dios, en lugar de entregarse a los designios del Padre celestial, osa cuestionarlo en nombre de la propia humanidad. El mediocre subsecretario de Cultura ante estas irreverencias apuesta, mejor, a la censura que al escándalo. Salva así la gloriosa nación de la ingloriosa admonición de la que sería objeto si el premio llegase a las manos del autor.
Según la nota del “Jornal Público”, correspondiente al 25 de abril de 1992, las frases utilizadas por Sousa Lara fueron «Este libro no, porque ofende» y «no representa a Portugal». El inquisidor recibe de manos del IPLL (Instituto Portugués del Libro y de la Lectura) un oficio con la sugerencia de tres candidatos al PLE (Premio Literario Europeo): Saramago, Pedro Támen y Fiama Hasse Pais Brandão. Esa lista había sido elaborada a partir de las consultas realizadas a la Asociación Portuguesa de Escritores, el Pen Club y el Centro Portugués de Escritores Literarios. Sin otra mediación más que la de su propio escrúpulo, el funcionario sustituye el nombre de Saramago por el de Sophia de Mello Breyner, y es en esa circunstancia que pronuncia las palabras fatales para justificar su decisión.
Debemos entender varias cosas a este respecto para entender la gravedad de la contienda. Por aquel entonces, José Saramago ya era un consagrado escritor de su país, pero su existencia estaba ligada a los minúsculos sectores de la cultura; no tenía la importancia que hoy se le reconoce y, por lo tanto, el gesto del funcionario ostenta esa altanería a la que nos tienen acostumbrados los altos puestos. Nada que pueda sorprendernos demasiado. Sin embargo, hay un factor más relevante que no puede ser ignorado y es el pasado del autor. José Saramago se afilió al Partido Comunista en 1968, y después de la Revolución de los Claveles, habida cuenta de la importancia del PC durante los dos primeros años, cumplió funciones ejecutivas. La más importante de todas ellas fue el nombramiento como Director Adjunto del “Diário de Noticias”, por aquel entonces, prensa estatal «al servicio del Socialismo». Permaneció en ese cargo hasta noviembre de 1975, cuando el Partido Socialista, entonces gobernante, quiebra la alianza con el PC que lo llevó al poder y lo erradica de sus filas.
La reacción de desagrado de Saramago no tendría la misma repercusión de no haber mediado esta trifulca en el pasado, ya que era la segunda vez que era ajusticiado por el gobierno que ayudó a construir. Aun así, es importante ligar una cosa con la otra para entender la radicalidad de esta posición. La llamada Revolución de los Claveles, de 1974, que puso fin a la dictadura de más de 48 años, acabó con el fascismo y todas sus extensiones, las visibles y las invisibles. En nombre de los valores cristianos, sostener la censura como una de las posibilidades de la democracia es inadmisible hoy como ayer y, por lo tanto, decidir en primera persona y en nombre de los portugueses los libros que los representan y aquellos que no, no es sólo un atrevimiento. Es una injuria y un regreso ostensivo a los tiempos sombríos, que pone en jaque la causa revolucionaria.
Fuera de eso, hay otras razones también de fuste para encarnizarse con el autor, si es lo que pretendía hacerse. Su pasado militante lo condenaba, pero su presente no lo redimía. Al tiempo en que empezaba a escribir ese libro, Saramago comenzaba a hacer pública su crítica a los credos religiosos en general, pero a la religión católica en particular. Y en un país adoctrinado por el salazarismo durante décadas, esas manifestaciones de empoderamiento laico, en lugar de ser bienvenidas se soterraban para proteger la institución más vetusta de la historia.
Hay que decir, como cierre de esta especulación, que un caso como este pone en evidencia el tiro que sale por la culata, ya que en lugar de opacar al autor y a su obra, el veto de Sousa Lara sirvió para promover al escritor y posicionarlo entre los más leídos de su tiempo y de la contemporaneidad. Para entonces, las ventas del libro se incrementaron. Conforme señala Joana Vilela (de “Observador”) «el 20 de mayo de ese año alcanzó los 135.000 ejemplares sólo en Portugal, y fue uno de los más solicitados en la Feria del Libro de Madrid». Algunos piensan también que el futuro Premio Nobel comenzó a cocinarse en esa polémica.